Los dos científicos con peor suerte del mundo

Si tuviéramos que señalar al científico con la vida más desgraciada, seguramente tendríamos dos finalistas: el alemán Max Planck y el francés Guillaume LeGentil

Al igual que al resto de los seres humanos, la vida de los científicos no siempre es de color de rosa. El ejemplo más claro de que en ocasiones el destino se ceba con uno lo tenemos en el físico alemán Max Planck. Si quisiéramos otorgar un premio a la persona más desgraciada del siglo XX él sería uno de los favoritos para llevarse el nada preciado galardón. En 1887 se casó con Marie Merck, con quien tuvo cuatro hijos: dos gemelas y dos niños. El primer golpe llegó en 1909, cuando murió su esposa. En mayo de 1916 moría su hijo mayor, Karl, en la batalla de Verdún, y al año siguiente lo hacía su hija Grete al dar a luz. Su hermana gemela Emma se ocupó del bebé y dos años después, en enero de 1919, se casaba con su viudo cuñado. Pero la felicidad no es el estado natural del ser humano (menos, si cabe, si nos referimos a la familia Planck), y en noviembre de ese mismo año a la pobre Emma le esperaba el mismo triste final que a su hermana. No resulta extraño que el pobre Max Planck escribiera: “¡Ha habido momentos en los que he dudado del valor de la propia vida!”.

Su único hijo vivo, Erwin, fue ejecutado en enero de 1945 al ser considerado culpable de traición por haber participado en el fallido intento de asesinato de Hitler en la Guarida del Lobo, un complot en el que no participó. En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, el anciano Planck y su segunda mujer Marga von Hoesslin, sobrina de su primera mujer y 25 años más joven que él, vivían vagando sin rumbo por los bosques cercanos al Elba. Fue allí donde soldados norteamericanos encontraron al padre de la física cuántica.

Otro científico con muy mala suerte fue el astrónomo francés Guillaume Le Gentil. Si hubiera sabido lo que le deparaba el futuro no habría zarpado en marzo de 1760 rumbo a la India para observar el paso de Venus por delante del Sol. Este fenómeno sólo puede suceder entre el 1 y el 8 de junio o entre el 4 y el 9 de diciembre. Además, si cierto año vemos un tránsito de Venus, ocho años más tarde sucederá otro. Después deberemos esperar más de cien años para que se vuelva a repetir el fenómeno.

En época de Le Gentil el tránsito iba a producirse en 1761 así que, en previsión a la duración, los riesgos del viaje y la necesidad de encontrar un buen emplazamiento para colocar sus instrumentos, Le Gentil fue cauto y salió con 15 meses de adelanto. Pero entonces estalló la guerra entre Francia e Inglaterra por el dominio colonial de la India. Cuando el barco en que viajaba Le Gentil avistó la costa, los ingleses ya habían tomado el puerto al que se dirigía y tuvieron que dar la vuelta y poner proa a la lejana isla Mauricio. El 6 de junio de 1761, cuando Venus pasaba delante del Sol, Le Gentil seguía viajando.

En lugar de regresar, el astrónomo decidió esperar a que se repitiese el tránsito ocho años más tarde, en 1769. Se estableció en Madagascar y, aprovechando una invitación, zarpó rumbo a Filipinas. Le Gentil preparó sus instrumentos. Entonces terminó la guerra con victoria británica por lo que Le Gentil desmontó su observatorio y volvió a la India. Llegó el 27 de marzo de 1768 y las autoridades le proporcionaron todas las facilidades posibles. Tenía todo un año por delante para preparase.

Por fin llegó el día, el 4 de junio. Le Gentil estaba tan nervioso que no durmió nada la noche anterior. Pero al amanecer unas oscuras nubes apuntaron por el horizonte: Le Gentil sólo pudo ver nubes de tormenta mientras Venus volvía a pasar delante del Sol. Ya no podía esperar al siguiente tránsito, que sucedería 105 años más tarde. Le Gentil desmontó su observatorio y regresó a París. El regreso fue muy accidentado: tormentas y corsarios retrasaron el viaje, llegando a Francia en octubre de 1771, casi 12 años después de su partida.

En casa nadie había tenido noticias suyas. Ninguno de sus informes y cartas habían llegado por culpa de la guerra, las tormentas y los piratas. Le Gentil había sido declarado oficialmente muerto. Sus herederos se había apropiado de sus bienes y su sillón en la Academia de Ciencias francesa estaba ocupado por otro científico. Le Gentil impugnó su defunción pero tanto por las dificultades legales como por la oposición de sus herederos a que se le reconociera vivo, durante los 21 años que aún estuvo sobre el planeta no consiguió que la justicia reconociera que todavía respiraba.

Fuente: muyinteresante.es