Conoce las pruebas para conocer el origen de tus ancestros

Esta historia comienza en una ciudad medieval. Empieza en Dubrovnik (Croacia), en junio de este año, cuando llegué allí y casi inmediatamente pensé: me parezco un poco, algo, en realidad me parezco mucho a esta gente. Soy similar a estas mujeres. Nos parecemos físicamente. ¿Y si tuviera algo de croata en mi sangre? Quizá.

Algo sabía a esas alturas de los tests de ADN que rastrean tu origen étnico: en el mundo hay un poco más de 20 compañías –las más populares son Ancestry, 23AndMe y Family Tree– que ofrecen este servicio; por unos 100 dólares (alrededor de 300.000 pesos), envían a tu casa un tubo de vidrio que el consumidor devuelve por correo con una muestra de su saliva. Lo analizan en sus laboratorios y a las pocas semanas mandan los resultados que dicen qué porcentaje de 64 distintas etnias y zonas geográficas llevas en tu sangre. Si tienes ancestros de Europa del este, del Medio Oriente, de África subsahariana, asiática o indios nativos de América; si tus antepasados provienen de los Balcanes, los países escandinavos o la costa mediterránea.

Tenía amigos que se lo habían hecho. Danae, una colega, me dijo con naturalidad: “Soy 90 por ciento europea, 6,6 por ciento nativa americana, 0,9 por ciento del Medio Oriente y 0,2 por ciento de África subsahariana”. Juliana, compañera colombiana de mi maestría, replicó: “Yo soy 55 por ciento europea, 32 por ciento de Asia del este y nativa americana, y 6,2 por ciento de África subsahariana”.

También había visto el video de Ancestry, en el que someten al test a unas 20 personas de varios países, razas y creencias. Antes les preguntan con qué se identifican y si hay algún país o nacionalidad que no les agrade. Después del test, descubren no solo que no son tan afroamericanos, del Medio Oriente o europeos como creían, sino que muchos además tienen en su sangre un porcentaje de la etnia que no les gustaba demasiado.

¿Y si hago el test de ADN? En realidad esta historia no partió en la república de Croacia. Se inició mucho antes: por una adopción en la rama materna de mi familia, no sé la mitad de la información sobre mis orígenes. Para otras personas de mi familia, esta información les quebró la vida en un antes y un después. Para mí, no ha sido un dolor corrosivo, pero sí una suerte de inestabilidad. Como tener la sensación de avanzar por la vida flotando, sin piso, sin respaldo. De algún modo creo que mi sentido de no pertenencia ha condicionado mis elecciones y mi capacidad para entablar lazos y construir o no mi propia familia. No sé de dónde vengo y creo que esa es una información clave en lo que he sido. Tampoco sé qué soy. ¿De dónde sería mi familia biológica que no conocí? Supongo que seré española y nativa americana. Mapuche y española, como la mayoría de los chilenos. ¿O no? Me inscribo en la página de Ancestry. A los pocos días llega a mi casa un tubo de laboratorio y envío mi muestra de saliva por correo.

Mary Davis es empresaria y vive en California. Por teléfono, me cuenta que en el 2015 se hizo el test. Descubrió que era un poco escocesa, inglesa, sueca, española y portuguesa. También encontró a una prima y se enteró de que sus ancestros estaban relacionados con expresidentes estadounidenses. “Fue fascinante. Gracias a esta información, empecé a investigar e ir hacia atrás en mi historia. Descubrí estas cosas que me habría encantado compartir con mi madre. Ella era muy humilde, de una familia modesta. Me habría gustado que supiera cuán especiales éramos. La percepción sobre quién eres y tu identidad cambia dramáticamente con esta información. Ahora me siento conectada, tengo una mirada más completa y comprensiva de mi historia, y estoy más consciente de dónde vengo”, dice.

En cada una de las páginas de las empresas que hacen test de ADN hay además testimonios de usuarios. Está la historia de Winnie, de 76 años, californiana, que tras cuatro décadas buscando a su familia biológica –siempre supo que era adoptada– dio con un sobrino y una hermana biológica gracias a este test: otra posibilidad de esta prueba es compartir tu información genética y armar árboles genealógicos online para ponerte en contacto con personas con las que tienes coincidencias. Winnie viajó a Winchester, en Massachusetts, para conocerlos. Allí pudo reconstruir su pasado, establecer un vínculo con sus hermanos biológicos y conocer la tumba de sus padres. “Ahora sé finalmente quién soy”, dice ella.

En cuatro años, la empresa Ancestry ha hecho ya dos millones de tests. Anna Swayne, genetista y educadora de la compañía, explica: “Con un poco de saliva en un tubo podemos contestar a la pregunta de quién eres. Ese material lo comparamos con todos los grupos genéticos de los que tenemos data alrededor del mundo –es decir, 64 grupos de distintas regiones– y te damos un perfil genético único para ti. Recuperamos información de entre 500 y 2.000 años hacia atrás. Incluso si tienes hermanos, tu ADN va a ser diferente. Para cada individuo es una curiosidad saber de dónde es y cuál es su historia”.

¿Pruebas confiables?

Sin embargo, Troy Duster, sociólogo, experto en raza y etnias, profesor en la UC Berkeley y director del Instituto de Historia de la Producción del Conocimiento de la NYU, tiene reparos sobre este tema. En uno de sus papers recuerda el caso de una mujer de Harlem que se hizo muchos tests de ADN, con diferentes compañías. Ella creía que sus orígenes ancestrales se remontaban a Misuri.

Pero el primer test arrojó que era de Sierra Leona; el segundo, de Costa de Marfil, y el tercero, de Senegal. También alude al caso del señor Gates: una compañía le dijo que sus ancestros provenían principalmente de Egipto. Otra, de Europa. Es decir, diferentes pruebas arrojan distintos datos. Además, hay que preguntarse: ¿de qué ancestros estamos hablando? Si vamos atrás en seis generaciones, significa que tenemos 64 ancestros biológicos directos. Si vamos para atrás ocho generaciones, son 256 ancestros.

Pero lo principal para mí es la pregunta de cómo elaboran estas categorías étnicas. Para poder decir que alguien es 85 por ciento africano del este, tienes que saber lo que es un ciento por ciento africano del este. El test de ADN recae mucho en esta idea del ciento por ciento de pureza, una condición que nunca podría haber existido en poblaciones humanas, afirma Duster.

Anna Swayne indica que las categorías étnicas las han elaborado estudiando y comparando ADN muy parecidos entre sí. Formaron grupos y regiones. ¿Por qué entonces distintas compañías dan diversos resultados? Ella responde: “Cada empresa tiene su propia base de datos y no las compartimos. Por eso, cada una compara tu ADN con su respectivo archivo.

Las regiones son las mismas, pero a veces tienen otros grupos. Por ejemplo, si en Ancestry te dicen que eres italiana, en otra compañía quizá te arroja que eres mediterránea. Y lo de ciento por ciento de pureza étnica no es algo común, pero pasa en regiones donde no hubo mucha diversidad o movimientos, grupos que se casaron entre sí. He visto casos del ciento por ciento en judíos de Europa del este”.

El profesor Duster niega esta posibilidad. “Cualquier persona que te diga algo así es ignorante en genética. Lo que estos tests proveen es información fragmentada. Si te dicen que tienes sangre italiana, puede que alguno de tus ancestros haya estado allí. Pero es una sola persona de cientos, miles de antepasados”, explica. Además, el doctor Duster apunta a que estas empresas son privadas; por tanto, sostiene, no se puede confiar en los expertos que asesoran a conglomerados que tienen fines comerciales y cuyas actividades, por ahora, no están bajo ningún tipo de fiscalización. De hecho, en noviembre del 2008, la American Society of Human Genetics hizo cinco recomendaciones sobre este tema: más responsabilidad, investigación, claridad, colaboración y seriedad para las compañías que realizan esta prueba.

Sonia Meza es chileno-argentina. Después del golpe de Estado en Chile, en 1973, su familia viajó al país vecino y Sonia perdió contacto con sus abuelos que estaban en Santiago. Un día, ya adulta, encontró un diario de vida suyo de infancia en el que había anotado la fecha de muerte de este abuelo chileno y lejano. Con ese dato empezó a averiguar más acerca de su historia familiar. Cuatro años más tarde dio con Family Search, que arma árboles genealógicos y conexiones familiares y, poco a poco, Sonia se fue formando como genealogista. Hoy es una de las pocas latinas expertas en este tema. Trabajó un tiempo en Ancestry, ahora tiene un blog y canal de YouTube llamado Red de Antepasados, donde entrevista a expertos y le enseña al público cómo armar su propio árbol genealógico. También trabaja en My Heritage, una firma enfocada en la genealogía.

La otra cara

Esta es la otra cara de los tests de ADN de ascendencia étnica. Cada compañía que hace las pruebas tiene dentro de sus servicios plataformas online para armar árboles genealógicos y contactarte con quienes tengas coincidencias. My Heritage es una página independiente de estas compañías que invita a los usuarios a compartir sus resultados, para así armar sus conexiones. Hoy tienen 85 millones de usuarios de todo el mundo y siete millones de registros históricos (actas de nacimiento, defunciones, matrimonios, etc.) en 43 idiomas. Sonia dice: “Siempre la pregunta es la misma: ¿me puedes ayudar a encontrar a mis abuelos? Vivimos en la era de la comunicación digital, pero en la pérdida de comunicación persona a persona. Por eso hay mucho interés por estos temas. El ser humano está enfrentado al ser humano. El chileno no quiere al peruano, y el español al francés y al marroquí. Todo lo que no conocemos lo sentimos como amenaza. Pero cuando te das cuenta de que tu sangre tiene tantas mezclas, hace que tu perspectiva cambie”.

En la página de My Heritage también hay decenas de testimonios de personas que han encontrado familia o han descubierto sus raíces gracias a los árboles genealógicos y la tecnología del sitio, que permite comparar y contrastar vínculos y parentescos.

La historia de Nancy Guay, de Montreal (Canadá), es conmovedora: pocos días después de haber entrado a la página de My Heritage para crear su árbol, recibió un mensaje que decía: “Hola, me llamo Judy, creo que soy tu hermana”. Habían perdido contacto hacía 50 años, cuando sus padres se separaron: Nancy se quedó con su padre y Judy se fue con su madre. Las hermanas intercambiaron números de teléfono, hablaron y luego se conocieron. Así, Judy se enteró, entre otras cosas, de que con su padre eran colegas: ambos eran entrenadores de perros. “Siempre me sentí sola en mi viaje por el mundo, sin saber de dónde venía. Ahora que conozco mis raíces, no estoy más sola”.

Desde Israel, Daniel Horowitz, genealogista de My Heritage, cuenta que todos los días tienen casos de reencuentros familiares y que quienes suben la información de sus tests de ADN tienen aún más posibilidades de respuestas. “Está el caso de las personas que son adoptadas o cuyos padres o abuelos fueron adoptados y quieren encontrar a su familia. Luego, tienes a los genealogistas que están buscando a dónde apuntar su investigación, confirmar cuentos familiares sobre los que no tienen pruebas. Hace unos años, no se estilaba preguntar; lo que te decían los mayores era verdad. Hoy, la gente no se conforma con eso. Quieren saber. Estamos en la era del fin de los secretos familiares”.

Daniel también afirma que la privacidad de la información es un tema que cuidan: “Ocultamos los datos de las personas vivas. La gente que no he invitado a mi sitio no puede ver ninguna información. Pero, en general, quedan sorprendidos y contentos con sus hallazgos”.

A las dos semanas, llegan mis resultados del test de ADN a mi correo: 36 por ciento de la Península Ibérica, 29 por ciento nativa americana y 20 por ciento de italiana y griega. El restante 15 por ciento dividido en porcentajes menores, como 4 por ciento de Gran Bretaña, 2 por ciento de Europa del este, 1 por ciento escandinava o 1 por ciento rusa.

Pero lo que más me llama la atención es ese 20 por ciento italiano y griego. Ese 20 por ciento de costa mediterránea a la que también pertenece Croacia. Quizá estaba en lo cierto y algo de croata tengo.

A los pocos días me escribe a través de la página de Ancestry un chico español. Abro el correo. Leo. Dice: “Hola. Al parecer compartimos una abuela. Puede que seamos primos”. ¿Primos?

Quizá esta historia apenas esté comenzando.

Fuente: eltiempo.com