La última arma contra el Parkinson: la estimulación cerebral profunda

El Parkinson es una patología neurológica que afecta al sistema motor provocando temblores como rasgo característico aunque también producir lo contrario, que es conocido como “akinesia”, un estado cercano a la inmovilidad que, como mucho, permite hacer algún movimiento extremadamente lento. En algunos artículos lo definen como una enfermedad multisistémica porque se asocian también otras alteraciones como la de cambios en el ciclo REM del sueño, depresión o demencia, entre otros.

Quizás los temblores en las manos no parecen un problema muy grave a simple vista, pero el Parkinson va más allá en sus formas más agresivas. Imagina intentar sentarte en una silla a descansar o ver la tele y que se te mueva absolutamente todo el cuerpo, casi como si estuvieras en un barco con mar agitado. Un ejemplo claro es el de Michael J. Fox. Si veis alguna de sus entrevistas durante los últimos años es muy llamativo el movimiento constante de cabeza a pies. Resulta muy complicado en estas condiciones llevar a cabo actividades rutinarias, como pueda ser atarse las zapatillas o beber agua, sin ayuda externa.

Neurotransmisores y consecuencias

El Parkinson se produce por la disminución de dopamina -uno de los neurotransmisores presentes en el cerebro, como la acetilcolina, la serotonina o la dopamina, entre otros-, cuya señal regula entre otros el movimiento. Así, ante concentraciones de dopamina anormalmente bajas, se desequilibra la señal que desencadena el movimiento y por tanto el enfermo no es capaz de controlarlo.

Las neuronas utilizan estos neurotransmisores para comunicarse entre ellas, de manera que cada neurotransmisor tiene funciones distintas: unos activan una orden concreta y otros las reprimen.

El descenso de los niveles de dopamina en concreto se debe a la degeneración de las células que la producen, principalmente en la región del cerebro llamada ‘substantia nigra’. Todavía se estudian las causas de la degeneración de éstas células, porque se sabe que cuando esto se resuelva estaremos más cerca de una cura.

El tratamiento depende del estadio en que se encuentre la persona: inicialmente se le administra un fármaco, como puede ser la L-Dopa, para equilibrar los niveles de dopamina. Según va avanzando la enfermedad y los síntomas empeoran, empieza a ser necesaria la fisioterapia o incluso a plantearse alternativas, como la estimulación cerebral o cambio a otros fármacos con propiedades ligeramente distintas.

El problema actual es que ninguno de estos tratamientos evita el desarrollo de la enfermedad: sólo palían los síntomas.

Buscando nuevas terapias

Uno de los tratamientos más nuevos y llamativos es la estimulación cerebral profunda. Consiste en la implantación de electrodos en una región del cerebro que controla el movimiento para bloquear la señal que está desencadenando los movimientos anormales, siendo que hay tres regiones del cerebro posibles a las que conectar los electrodos dependiendo de los síntomas del paciente.

Su uso es muy importante para los casos en que el tratamiento con fármacos no funciona o cuando la enfermedad ha avanzado mucho y los síntomas son más graves, con la ventaja de que, además de mejorar mucho su calidad de vida, pueden en algunos casos disminuir la cantidad de fármacos que necesitan hasta la mitad.

Esta terapia se utiliza también para otro tipo de alteraciones como la epilepsia, ya que para un tercio de los epilépticos no funciona la medicación, por lo que buscan alternativas como ésta.

La técnica se encuentra en continua evolución y se ha mejorado el diagnóstico a la hora de determinar qué tipo de pacientes pueden beneficiarse de esta técnica… o no: a pesar de ser la misma enfermedad las regiones afectadas pueden ser varias, por lo que no es tan sencillo como parece.

Los orígenes de la estimulación

Uno de los precursores de la estimulación cerebral profunda fue el investigador malagueño José Rodríguez Delgado. Este doctor en medicina, que fue profesor en la Universidad de Yale, desarrolló en los años ’60 un dispositivo que, implantado en el cerebro y mediante impulsos eléctricos, era capaz de cambiar determinados comportamientos del individuo, tales como la agresividad.

El ejemplo más impresionante se hizo con un toro de lidia cuya prueba fue grabada en vídeo. En él, el toro se paraba cuando el doctor Rodríguez Delgado accionaba el interruptor del aparato, siendo él mismo el objetivo de los intentos de embestir del toro.

Es importante recordar logros como éste ya que muchos de nuestros científicos han sido olvidados por la sociedad a pesar de la gran labor realizada: los españoles hemos hecho muchas más cosas que inventar la fregona (sin restarle importancia a tan útil utensilio, faltaba más).

Fuente: CienciaXplora