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El proyecto de una vacuna casera contra el covid-19 crea alboroto entre los científicos

Un puñado de investigadores prueban un prototipo de inmunización al margen de los ensayos clínicos

Como si de una receta de tratara, por internet corre una ‘fórmula’ para dar con una vacuna casera contra el covid-19. La han creado un puñado de ‘científicos ciudadanos’ alarmados por la evolución de la pandemia. Su objetivo, crear algo sencillo, con poco más de cinco ingredientes, y repartirlo cuanto antes entre la población. ¿Problema? Su proyecto, por loable que sea, no cuenta con ningún aval científico que corrobore la eficacia y seguridad de sus inmunizaciones. Y porque este ‘bricolaje experimental’ podría minar la confianza hacia todas las vacunas.

La revista ‘Science’ se hace eco de este fenómeno que, aunque minoritario, enciende las luces de alarma de la comunidad investigadora. “La vacunación casera es peligrosa. Más en un momento en que las supuestas “curas” contra el covid-19 no basadas en la evidencia han hecho poco más que sembrar desconfianza en la ciencia y la salud pública”, destacan Arthur Caplan y Alison Bateman-House, expertos en ética de la Universidad de Nueva York y autores del editorial publicado en la revista científica.

Los ingredientes para esta vacuna casera se están enviando por correo a hogares y laboratorios, donde son los usuarios los que montan su inmunización. La receta para elaborarla consta de unas sesenta páginas. Varios medios especializados en ciencia, como el Technology Review del MIT y Live Science, estiman que ya se han repartido al menos 70 kits. El preparado se pulveriza a través de la nariz, como un spray. Y, según argumentan sus creadores, es “un elemento más de protección” frente al virus. Así que, incluso tras tomarla, habría que seguir llevando mascarilla, lavarse las manos y mantener la distancia de seguridad.

Investigación sin freno y venta ilícita

El padre de las vacunas caseras contra el coronavirus es el genetista y empresario Preston Estep, afiliado profesionalmente a las universidades estadounidenses de Cornell y Harvard (aunque su proyecto nada tenga que ver con estas instituciones). Junto a él, son una veintena los científicos e ingenieros que se agrupan bajo la conocida como ‘Red colaborativa para el desarrollo rápido de una vacuna’ (del inglés ‘Rapid Deployment Vaccine Collaborative’), donde comparten todos sus progresos en abierto. Su trabajo consiste en diseñar una ‘fórmula casera’ para lograr la inmunidad contra el virus. Por ahora, las prueban sobre sí mismos. Y sobre sus amigos, familiares y conocidos.

El proyecto, hasta ahora, ha tirado adelante tambaleándose en un limbo legal. Las autoridades sanitarias, como la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés), no pueden impedir que alguien se inocule una sustancia. Asimismo, los impulsores del proyecto afirman que investigan ‘sin ánimo de lucro’ y que, hasta ahora, solo han repartido la vacuna a mayores de 18 años y bajo el paraguas de una declaración de responsabilidad. La censura del producto solo podría llegar en caso de que se empezara a vender. Y según informan varios medios locales, ya se han detectado casos de venta ilícita.

Hace apenas un mes, por ejemplo, el fiscal general de Washington demandó a un científico por la venta de una inmunización no testada contra el SARS-CoV-2, que él mismo afirmó haberse inoculado hasta cinco veces. En el momento de la denuncia, la fórmula ya había sido repartida a al menos 30 residentes del distrito, a unos 400 dólares por dosis. El acusado, director de una empresa biofarmacéutica, promocionaba su producto a través de Facebook, donde decía que tan solo había necesitado “medio día” para dar con la fórmula. En marzo afirmó que ya tenía la vacuna preparada. Y en abril, hasta se ofreció a vacunar al alcalde de Friday Harbor y a los vecinos de la isla de San Juan, tal y como relata el New York Times. Ahí empezaron a saltar las alarmas.

Sin avales de seguridad o eficacia

La revista ‘Science’ se muestra tajante contra las vacunas caseras. La fórmula no tiene pruebas de seguridad, ni en animales ni en pacientes. No hay seguimiento de los efectos del fármaco en los pacientes que lo han tomado. No hay plan para atajar los efectos secundarios, o compensar a los voluntarios, si algo sale mal. No hay estudios sobre la dosis idónea. Ni ningún dato publicado en una revista científica bajo la supervisión de otros expertos. Asimismo, “la investigación está plagada de conflictos de intereses, ya que quienes fabrican la vacuna están reclutando amigos para probarla mientras promueven sus acciones en los medios”, destacan Caplan y Bateman-House.

Fuente: elperiodico.com