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Los vientos océanicos y las olas son cada vez más fuertes

En casi todos los océanos y mares del planeta el viento sopla cada vez más fuerte y las olas son más altas. Es lo que muestra el análisis de millones de observaciones registradas por una treintena de satélites desde hace tres décadas. Aunque el patrón es universal, los mayores cambios se están produciendo en los mares del sur, en especial en torno a la Antártida. Los científicos aún no saben qué consecuencias tendrá para el clima global esta violenta relación entre el viento y el mar.

Buena parte del clima y el tiempo dependen de la interacción entre la superficie del mar y el borde inferior de la atmósfera. Las diferencias de temperatura y el viento hacen que esa interacción sea más o menos movida. Además, los vientos sobre mar abierto moldean el agua, facilitando el flujo de energía entre ambos elementos. De hecho, este es el principal mecanismo por el que los océanos capturan el dióxido de carbono: Hasta un tercio del CO2 atmosférico es retirado de la circulación por este baile entre aire y agua. Por eso es tan importante detectar si el oleaje es cada vez más fuerte.

Hasta mediados de los años 80, la medición de la velocidad del viento y la altura de las olas se hacían con boyas repartidas por todo el globo y aún se sigue haciendo. Pero desde entonces se instalaron en diversos satélites tecnologías y sensores como altímetros, que miden tanto la velocidad del viento como la altura de las olas, radiómetros, también para la velocidad eólica, y difusómetros de radar, que además determinan la dirección del viento. La mayoría de estos aparatos van en satélites que orbitan alrededor de la Tierra durante años, barriendo la misma zona día a día.

Ahora, un grupo de investigadores ha analizado unos 4.000 millones de registros de altímetros, radiómetros y difusómetros instalados en 31 satélites. Los datos más antiguos se remontan a 1985. Sus resultados, publicados en la revista Science muestran que tanto la velocidad del viento como la altura de las olas no ha dejado de aumentar desde entonces. Y nada impide pensar que ya lo estaba haciendo antes de la era satelital.

En las porciones norteñas del océano Atlántico y la del Pacífico, la velocidad media del viento (medida en metros por segundo) ha subido un centímetro al año. Eso hace que para todo el periodo de 1985 a 2018, los vientos sean ahora 33 cm/s más intensos. Mientras, en las cercanías del ecuador, apenas ha habido cambios, incluso los vientos son más calmos en porciones del Pacífico y el Índico centrales. Sin embargo, en toda la franja sur del planeta y en particular en el océano Antártico los vientos son mucho más fuertes, con un aumento de 66 cm/s.

Pero las medias esconden una realidad más violenta. Al estudiar solo el 10% de los registros más extremos, la velocidad de los vientos se dispara. En los mares más al norte, el viento ahora sopla casi un metro más fuerte. Mientras, en el océano Antártico lo hace a 1,5 m/s, es decir, un 8%, más que hace 30 años. Y hay zonas donde se acerca a los dos metros.

«Todavía no comprendemos del todo los procesos responsables de los cambios en la velocidad del viento y, por lo tanto, en la altura de las olas», dice en un correo el investigador de la Universidad de Melbourne (Australia) y principal autor del estudio, Ian Young. «Una de las áreas donde hay cambios significativos es el océano Austral [o Antártico]. Aquí, los sistemas de baja presión que se mueven alrededor del océano se han vuelto más intensos y se han movido más al sur».

En cuanto a la altura de las olas, hay otros factores que influyen, como la temperatura o el mar de fondo, pero el más determinante es el viento. Por eso hay una correlación entre una mayor velocidad del viento y oleaje. Aunque los vientos medios tienen una ligera incidencia, a veces negativa, en el caso de los valores más extremos, han hecho que las olas del Antártico, por ejemplo, fueran en 2018 un 5% más altas que en 1985.

«Aunque aumentos del 5% o el 8% pueden parecer poca cosa, si se mantienen en el futuro, estos cambios en el clima tendrán grandes impactos», comenta Young. Este profesor está especializado en ingeniería oceánica, así que destaca un mayor riesgo de erosión e inundaciones costeras. Pero queda por saber cómo afectará este oleaje más intenso a los distintos sistemas climáticos regionales o al mecanismo global de captura de CO2.

La intriga se concentra en el océano Antártico. Por sí solo retira el 40% del CO2 que generan los humanos cada año, casi el doble de lo que le correspondería por su tamaño, el 27% de la superficie oceánica. Los intensos vientos en esta región del planeta tienen mucho que ver en esta mayor capacidad de captura. Relacionado con esto estaría la mayor riqueza orgánica de la región. Y también explican en parte por qué la Antártida se ha enfriado en las últimas décadas mientras el Ártico se derrite. Pero no se sabe cómo responderá a vientos aún más fuertes.

«No creo que los patrones observados en los cambios de la velocidad del viento puedan ser relacionados fácilmente con el cambio climático. Por lo que sé, hay una gran incertidumbre sobre estos cambios en el contexto del cambio climático», dice el investigador del Instituto de Geofísica de la Universidad de Bergen (Noruega), Noel Keenlyside. No relacionado con este estudio, Keenlyside publicó recientemente otro trabajo sobre la evolución de los vientos a lo largo del siglo XX, encontrando que el aumento de su velocidad ya se estaba dando antes de que llegaran los satélites. Tampoco se sabe si estos fenómenos están llegando tierra adentro. Pero, como dice Keenlyside, «no está claro si estas tendencias se extienden a las regiones continentales, pero son a gran escala, así que podría esperarse».

Fuente: país.com