El pasado puede convivir con el presente, se puede encontrar una armonía: Raúl Barrera

“Nos hemos dado cuenta de que el pasado puede convivir con el presente, se puede encontrar una armonía y tener espacios a manera de museos subterráneos, que muestren ese pasado, esta ciudad”, resaltó Raúl Barrera

Existe el interés en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de crear un museo subterráneo para que la sociedad pueda conocer el Huei Tzompantli, el Templo de Ehécatl y parte del juego de pelota, que forman parte del recinto sagrado del Templo Mayor, comentó el arqueólogo Raúl Barrera, durante su conferencia El Huei Tzompantli, el Templo de Ehécatl, el Juego de Pelota y el Calmécac, la tercera sesión del ciclo En busca de Tenochtitlan y Tlatelolco, coordinado por Eduardo Matos Moctezuma, integrante de El Colegio Nacional.

En su participación, transmitida en vivo el 11 de agosto a través de las plataformas digitales de la institución, supervisor del Programa de Arqueología Urbana del INAH, reconoció que se trata de un gran esfuerzo el que están desarrollando tanto los investigadores del INAH, como otros especialistas, ingenieros, encargados de solucionar la manera de cimentar y soportar los edificios actuales.

“En la arqueología urbana, de rescate y salvamento, nosotros tenemos la necesidad de trabajar de la mano de especialistas para no correr riesgos, con mucho análisis para la toma de decisiones; en el templo de Ehécatl lo que había que hacer es respetar los basamentos, protegerlos. Se logró, pero el siguiente paso es resolver cómo se va a lograr la ampliación de un hotel.”

“Se encontraron las soluciones y va a quedar un museo subterráneo, al que la gente podrá visitar para conocer su pasado, poder acercarse y ver la magnitud de lo que era Tenochtitlan y de su espacio sagrado”, explicó el arqueólogo.

Su conferencia giró alrededor de cuatro hallazgos asociados al recinto sagrado de Tenochtitlan: el Huei Tzompantli, el templo de Ehécatl, el juego de pelota y el Calmécac, todo ellos como resultado de los trabajos del Programa de Arqueología Urbana, surgido en 1991 como una derivación del Proyecto Templo Mayor, si bien en la primera temporada de investigaciones, a cargo de Eduardo Matos Moctezuma, se excavó casi la totalidad del Templo Mayor.

“Sin embargo, de esa manera surge la necesidad de continuar con los estudios, con la protección del patrimonio arqueológico que se encuentra asociado a un área del centro histórico, en el que colaboran especialistas de diversos ámbitos, porque nuestra labor es dentro de una zona urbana, por lo que requerimos el asesoramiento de diferentes especialistas.”

Los vestigios en el Templo Mayor

Sobre la calle de Guatemala 24, en el año de 2015, se inició un proyecto de salvamento arqueológico. Los propietarios del inmueble tenían el propósito de rehabilitar el edificio histórico, pero requerían la intervención arqueológica, debido a que el Centro Histórico es Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO, con lo cual todos los edificios están protegidos.

“De esa manera, tuvimos posibilidad de intervenir en estos lugares, pero es todo un proceso que se debe realizar: desde la solicitud de los dueños, hasta el diseño de un proyecto de investigación que debemos realizar. Una vez que todo esto se ha establecido y que tenemos un proyecto avalado por el INAH, ya intervenimos en el lugar.”

Cuando se iniciaron los trabajos de exploración, ya se tenía la hipótesis de que podían encontrar el Huei Tzompantli, un lugar en el que eran exhibidos los cráneos de los individuos sacrificados, no sólo hacia Huitzilopochtli, el dios guerrero, “la estimación la teníamos porque ya contábamos con una cierta configuración de los edificios o basamentos prehispánicos que pueden existir en el subsuelo del centro histórico”.

Al armar ese rompecabezas, se hallaron con fragmentos de cráneos de individuos, alrededor de 11 mil fragmentos, con lo cual decidieron ampliar las excavaciones hasta hallar el límite Este de la plataforma: “lo relevante no es la plataforma arquitectónica, sino la empalizada de madera: los postes de hasta cinco metros de altura, con travesaños y los cráneos, que eran sus dones hacia su dios de la guerra”, a decir de Raúl Barrera.

“Encontramos un muro hecho de cráneos humanos, construido en diferentes momentos ocupacionales, etapas constructivas. Tiene la forma de un cilindro, con cuatro casi cinco metros de espesor y una altura de un metro con 80 centímetros.”

El Templo de Ehécatl-Quetzalcóatl se halló en un predio ubicado en la calle de Guatemala 16, en cuyo trabajo de exploración se ha contado con todo el apoyo de los propietarios, mientras por parte del INAH, se han mantenido al pendiente en este esfuerzo conjunto para “proteger el patrimonio arqueológico y encontrar las soluciones, porque la Ciudad de México es una ciudad viva, con necesidades”.

“La Ciudad de México está asentada sobre el lecho de cinco lagos: esta ciudad se reconstruye, hay una superposición de capas del pasado, de Tenochtitlan, de la ciudad de virreinal, de épocas posteriores y hay evidencias de la destrucción de la ciudad en diferentes momentos, ya sea por inundaciones o por sismos, pero es una ciudad que se reconstruye constantemente.”

En 2010, los investigadores se dieron cuenta de que habían encontrado el Templo de Ehécatl, el dios del viento, un templo referido por las fuentes históricas, aunque no se había visto a nivel arqueológico; incluso, se creía que estaba bajo la Catedral Metropolitana, que también es de Ehécatl, “pero no el que refieren las fuentes históricas”.

“Se trata del edificio más prominente dedicado al dios del viento: un edificio rectangular, con vista hacia el adoratorio de Tláloc, en el Templo Mayor, pero la parte posterior tiene adosado un muro circular de 18 metros de diámetro: en total fueron cuatro cuerpos, los cuales fueron destruidos por la conquista. Demolieron los edificios y con las mismas piedras van a construir las casas virreinales.”

En el mismo predio, se hallaron los vestigios del juego de pelota. Durante su conferencia, Raúl Barrera, enfatizó la importancia de proteger los vestigios mesoamericanos, ante las dificultades para seguir los trabajos dentro de los edificios, porque la ciudad tiene que ser funcional, sin dejar de mostrar ciertos elementos de ese pasado.

“Nos hemos dado cuenta de que el pasado puede convivir con el presente, se puede encontrar una armonía y tener espacios a manera de museos subterráneos, que muestren ese pasado, esta ciudad. Incluso, vestigios de la época virreinal, porque son parte de nosotros, son parte del pasado de la ciudad.”

En ese sentido, el juego de pelota estaba delimitado por una plataforma de nueve metros de ancho y tenía una alineación de este a oeste, a manera de una “i” latina; hay estimaciones que era de 50 metros de longitud. Tiene diferentes etapas constructivas y hay un orificio donde se localizó una ofrenda de cervicales: son parte de cuellos y sabemos que están asociados al juego de pelota, porque ya se conocía de la existencia de sacrificios humanos dentro del juego de pelota.

El último vestigio abordado por Raúl Barrera fue el Calmécac, un colegio donde estudiaban los hijos de la nobleza, de los funcionarios de Tenochtitlan: allí eran preparados los futuros sacerdotes y gobernantes, cuya localización se dio en 2007, cuando se desarrolló un proyecto de salvamento arqueológico en el Centro Cultural de España, donde se iba a construir un nuevo edificio, hacia la calle de Donceles.

“Ya tenían el proyecto de obra y lo que hallamos fueron pisos de estuco y desplantes de columnas, y una banqueta interna a manera de aposentos. Vimos la necesidad de continuar con esta excavación y proteger los vestigios. En el lugar encontramos una serie de esculturas, entre ellas el fragmento de un águila con un recipiente en la espalda, donde eran colocadas ofrendas: lo interesante es que tiene un numeral que se asocia con los festejos de Quetzalcóatl, el dios patrono del Calmécac.”

Raúl Barrera recordó que el Programa de Arqueología Urbana tiene tres objetivos fundamentales: la investigación –la intervención física en cada uno de esos inmuebles–, la protección del patrimonio, del que tenemos restos de los edificios prehispánicos; y la difusión a través de las pláticas, “como una forma de regresarle a la ciudadanía ese pasado y, con ello, que tengan la posibilidad de disfrutarlo.”

Fuente: El Colegio Nacional