«Equiparar a un animal con un humano no es la mejor forma de protegerlo»
Si hay algo que la veterinaria Susan Kopp tiene claro sobre los aspectos éticos que tienen que ver con los animales es que las cosas no suelen ser de color blanco o negro. Así que, cuando se le pregunta por cuestiones como si considera lícito usar animales para investigar nuevas terapias médicas o mantenerlos en zoológicos, afirma que no puede contestar simplemente sí o no. Desde el Centro de Bioética de la Universidad de Yale (EEUU) en el que investiga, aborda la forma en que tratamos a los animales, pero también aspectos como el impacto ambiental que genera mantener a millones de mascotas en nuestros hogares. ¿Se ha parado a pensar en la energía y los recursos que se necesitan para poder alimentarlos?
«Nuestros perros y gatos son muy importantes para nosotros pero en EEUU hay más de 163 millones. Gregory Okin, de la Universidad de California, ha calculado que consumen el 19% de la comida y el 33% de la proteína animal generada en todo el país. Hay quien dice que quizás haya que cambiar y tener mascotas que no coman carne, pero creo que va a ser difícil convencer a la gente de que cambie su gato por un conejo», dice Kopp. La científica participó en el primer Congreso Español de Ecoética celebrado en Madrid e impartió una conferencia en la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, organizadora de ese foro junto con la Universidad de Alcalá (UAH).
«Probablemente, la forma en que valoramos a los animales tiene que ver con nuestras emociones como muestra el hecho de que valoremos más a nuestro perro que a uno callejero que no conocemos», reflexiona la veterinaria, que cita un estudio de la Universidad de Ohio que revela cómo en los últimos 30 años ha cambiado la percepción que los estadounidenses tienen de especies como murciélagos, tiburones o lobos. «Antes tenían mala fama y ahora no. Y cuando esto ocurre, es más probable que se protejan. Creo que los zoológicos y los medios de comunicación influyen en ese cambio de actitud», reflexiona durante una entrevista con EL MUNDO.
Nuestra relación con los animales está plagada de dilemas y contradicciones. ¿Es correcto gastar mucho dinero en un animal? ¿Es lícito la contracepción para controlar el crecimiento de sus poblaciones? ¿Es éticamente aceptable criar órganos humanos en cerdos sólo porque somos capaces de hacerlo? «No hay respuestas sencillas», dice la investigadora, que admite que «la ética no avanza tan rápido como la tecnología».
Ya sean animales salvajes, de compañía o de granja, la convivencia con ellos requiere que tomemos decisiones sobre asuntos controvertidos que involucran a distintos sectores y en los que los distintos puntos de vista en ocasiones están marcados por la cultura. «Si no afrontamos los temas culturales en algunos países no vamos a interrumpir la demanda de marfil de los elefantes», señala. Por eso, su grupo de Yale reúne a gente de distintas disciplinas, como filósofos, abogados, veterinarios y científicos de otras ramas.
Para unos se trata de asuntos que están dentro de la bioética y para otros son temas medioambientales que tienen una relación directa con la salud humana, dice Kopp, que al inicio de su carrera, cuando trabajó como veterinaria en el refugio de animales de la ciudad de Nueva York, tocó de cerca cuestiones de salud pública.
El impacto del hombre
Desde el punto de vista ético, considera que el asunto más urgente es resolver los problemas ambientales que está causando el hombre: «El cambio climático, la deforestación y la introducción de especies en ecosistemas a los que no pertenecen están provocando que desaparición de muchos animales. Pero también estamos descubriendo que experimentan dolor y estamos viendo que mueren de hambre como consecuencia de la acción humana. En la Antártida hay animales que cada vez tienen que viajar más lejos para conseguir comida y hay colonias enteras de pingüinos que han muerto por no tenerla», recuerda.
La experimentación con animales para investigar es uno de los asuntos más polémicos desde el punto de vista ético. «Hay mucha gente que cree no deberíamos investigar con ellos si se les causa dolor. Pero no estoy segura de que pueda responder simplemente que estoy a favor o en contra. He tenido la suerte de conocer a gente que estaba en los dos bandos, algunos se oponían al 100% a su uso y otros trabajan en laboratorios intentando que la vida de los animales fuera lo mejor posible mientras buscaban esas respuestas», relata. Otro asunto es que se utilicen para probar cosméticos y maquillajes: «Creo que la gente es muy sensible a esto y distingue entre usos necesarios e innecesarios».
Según Kopp, en general, aceptamos «que es correcto usar e interactuar con un animal si se asegura su bienestar». Y la longevidad, señala, no es un indicador fiable: «Los pollos de granja viven menos que los que están en fábricas porque están expuestos a parásitos y a depredadores, pero son más felices que los que viven en fábricas, sin depredadores pero también sin oportunidades de ser pollo».
El dolor y el sufrimiento que sufren cada vez preocupan más a los ciudadanos. «Hay muchas similitudes entre los animales y las personas en la forma en que perciben el dolor», asegura. También en esto ha habido una gran evolución. «Al principio se pensaba que no lo sentían, luego dijimos que quizás sólo los primates o los mamíferos grandes, pero hay estudios que sugieren que es muy posible que los peces sientan dolor», afirma. Por ejemplo, un investigador de la Universidad de Pensilvania que ha estudiado salmones modificados genéticamente para crecer más rápido ha visto que tienen deformadas las vértebras y cree que podrían tener dolor crónico.
«Ser crueles con los animales dice cosas sobre nuestro carácter y nuestra naturaleza». Pero surge un nuevo dilema. Aunque no queremos causarles sufrimiento, «vivimos más años, hay más población y gastamos más recursos. Todo eso tiene un impacto sobre los animales. Hay presión para obtener resultados de investigación o producir más comida».
La explotación de animales también ha hecho que surjan las llamadas enfermedades de producción, asociadas a su hacinamiento. «Estamos criando pollos que son mucho más grandes que hace 70 años, en concreto sus pechugas, porque necesitamos más carne. Esto ha generado animales muy pesados con patas pequeñas, que sufren artritis, fracturas y son incapaces de caminar. ¿Se podría hacer de otra manera? Sí, pero sería más caro y hay presión para reducir los costes», relata.
También se muestra favorable a que se permita un periodo de caza para evitar la sobrepoblación de ciertas especies que pueden desequilibrar un ecosistema, por ejemplo de ciervos, cuando hay menos depredadores naturales como osos y lobos «siempre que se haga infligiendo el menor dolor a los animales, aunque es difícil de garantizar».
Pero mucha gente, añade, no está dispuesta a matar a una especie para salvar a otra. En Florida, por ejemplo, se han introducido como mascotas especies invasoras como serpientes de gran tamaño que están mermando la población de pequeños mamíferos. O gatos que se reproducen sin control, se crían salvajes y matan a muchos pájaros. «Aplicarles la eutanasia para restablecer el equilibrio» es otro de esos dilemas.
Por otra parte, los animales ahora viven más tiempo gracias a que se pueden tratar enfermedades como el cáncer que antes obligaban a la eutanasia. Sin embargo, en ocasiones son sometidos a tratamientos que son muy dolorosos pese a las pocas probabilidades de curarse porque sus propietarios no asumen la situación: «Ahora es posible ahora gastar grandes cantidades de dinero en tratar a tus animales. Cada vez hay más gente que vive sola en las ciudades y tenemos una relación distinta con los animales. Uno de los grandes debates éticos es cómo ayudar el propietario de un animal a decidir seguir adelante con esos tratamientos».
Los derechos de los grandes simios
Tras vivir 20 años enjaulada en un zoo de Buenos Aires, un juez consideró en 2015 que el orangután Sandra era «una persona no humana» y tenía derecho a ser libre. «Hay otros casos en los también están involucrados grandes simios, como chimpancés en cautividad, y se reclama que sean liberados porque consideran que sienten lo mismo que una persona cando está encarcelada durante mucho tiempo. Personalmente tengo dudas de que está sea la mejor forma de proceder», apunta la veterinaria, que cree que «equipararlos con personas no es la mejor forma de protegerlos».
«Si el argumento es ensalzar las capacidades de estos animales y tratar de compararlos con los humanos, será difícil argumentar que otros animales que no tienen esas capacidades tan sofisticadas merecen protección. Quizás sea mejor reconocer que tienen un valor por sí mismos, y que debemos tratarlos bien y respetarlos por lo que son, no porque se parezcan a nosotros», reflexiona.
Aunque Kopp huye de las posiciones extremas, valora positivamente la contribución de los defensores de los animales con posiciones menos moderadas: «Sin personas que nos obliguen a pensar porque tienen ideas potentes no tendríamos la legislación actual que protege a los animales porque la presión por el beneficio económico sería demasiado fuerte».
Fuente: El Mundo