Urge la revalorización del personal docente

Jesús Antonio del Río Portilla

Este domingo se celebró en México el día del personal docente, también, en estos días, se efectuó el examen para entrar a la UNAM y miles de jóvenes están concursando para obtener un lugar y estudiar.

Con motivo de los exámenes para ingresar a la educación superior, leía una encuesta sobre los salarios que esta juventud esperaría obtener al egresar.

En ese análisis, las licenciaturas en ingeniería ocupaban los primeros lugares en cuanto a salarios.

No me cabe la menor duda que la educación superior es una de las opciones que la juventud tiene para poder conseguir la forma de subsistir en su vida adulta. En particular, las instituciones públicas de educación han tenido un papel relevante en la construcción de personas con capacidades que les permitan obtener un salario aceptable.

En esta ocasión no quiero comentar sobre los salarios altos, sino que deseo reflexionar sobre las profesiones que están reportando los salarios más bajos, de acuerdo con la encuesta de Reforma que llegó a mis manos. En ella se afirma que los salarios más bajos son para las profesiones que se dedican a enseñar a la población infantil. Comento que no fue una gran sorpresa constatar que los salarios a los docentes son bajos, pero esta información indica que la docencia en la fase elemental está muy mal pagada, al ser de los últimos lugares profesionales.

Este hecho, desde mi punto de vista es alarmante ya que, como sociedad, estamos menospreciando a quienes se dedican a la enseñanza de nuestra niñez y con ello no promovemos que las personas talentosas y con vocación elijan esas profesiones o, si las seleccionan, que no perciban lo necesario para tener una vida con satisfactores plenos que les permita dedicarse, como seguramente lo desean, de cuerpo y alma a la formación de las futuras generaciones.

Esto fue así a finales de la década de 1950 y principios de 1960, cuando el magisterio mexicano organizado consiguió incrementos salariales que hicieron atractiva la profesión. En particular, yo disfruté de ese auge cuando mis maestras de primaria se dedicaban a enseñarnos con exigencia y cariño lo que nos sería útil a lo largo de nuestras vidas. Me permito comentarles que cursé desde el jardín de niños hasta el doctorado en instituciones públicas: la primaria en la colonia Vallejo y la secundara en la Peralvillo, colonias proletarias donde íbamos a la escuela a aprender y convivir.

Puedo comentar que la formación que recibí en esas instituciones públicas me ha servido para construir una carrera académica en el entorno internacional y generar conocimiento al mismo tiempo que divulgarlo. Mi idea siempre ha sido que el conocimiento nos permite tomar decisiones que minimizan los posibles errores.

Esta situación, a mediados del siglo pasado, de compromiso magisterial y reconocimiento de la sociedad hacia los esfuerzos docentes, se modificó diametralmente al final de siglo pasado y principios de este.

Para mi es claro que el reconocimiento de la profesión docente ha decaído en los últimos años y más lamento que los salarios también hayan disminuido.

Adicionalmente, me preocupa que el reconocimiento al esfuerzo del personal docente para impartir cursos durante la pandemia no haya sido el adecuado en muchos otros sectores y que algunas personas hayan comentado que el magisterio estaba de vacaciones. Nada tan contrario a lo que estaban viviendo quienes se empeñaban en aprender técnicas de informática para impartir sus clases en un entorno totalmente diferente y menos quienes no podían contar con la infraestructura, tanto de equipo como de comunicación, por sus bajos salarios. No solo la población infantil sufrió por estas carencias, el mismo personal docente padeció de obsolescencia de equipos e insuficiencia en la velocidad de transmisión de información por sus canales de Internet. Esta situación pudo haber sido desesperante y frustrante.

Es momento, bueno siempre ha sido el momento, de reconocer la labor de quienes nos enseñan a escribir, sumar, historia, geografía, biología, etcétera, en nuestra infancia y que nos fomentaron los deseos por transformar nuestros entornos para tener bienestar. Coincido con algunas personas en que es importante fomentar el comportamiento colectivo y disminuir las competencias a ultranza, pero también estoy convencido de que el fomento del comportamiento que desde la infancia inculque una cultura enfocada a aportar resultados a nuestra colectividad en correspondencia a nuestras capacidades es fundamental para construir el bienestar social.

Desde mi perspectiva, no basta con disminuir la competencia a ultranza, sino que es necesario fomentar el reconocimiento de los esfuerzos de la colectividad y del impacto que nuestras acciones imprimen en nuestros entornos, para que de acuerdo a nuestras capacidades aportemos hacia la construcción del bienestar social.

Empecemos por valorar nuevamente al personal docente. Es imperioso un aumento a sus salarios y es requisito fundamental que sea basado en la medición de sus impactos sobre la construcción de colectividad y toma de decisiones por parte de las poblaciones infantiles y juveniles.

Fuente: delrioantonio.blogspot.com