Jardines digitales: la respuesta espiritual a la futilidad de las redes sociales
Cada vez más gente cultiva espacios virtuales individualizados y alejados de los estándares actuales de internet. Estas páginas web, creativas y personales, pueden ser auténticas obras de arte o lugares para el autodescubrimiento y el crecimiento personal que fomentan los vínculos profundos
La ingeniera de software Sara Garner tuvo la molesta sensación de que algo no iba bien. Cuando estaba actualizando su sitio web personal, se dio cuenta de que su página no la representaba.
Por supuesto que tenía los enlaces necesarios a sus redes sociales y a su trabajo profesional, pero no reflejaba realmente su personalidad. Así que empezó a crear una página centrada en los museos que le encantaban. Aunque todavía está en construcción, su idea es incluir comentarios sobre sus museos favoritos, describir las emociones que le provocan e invitar a otros a compartir sus centros de arte preferidos y lo que han aprendido en ellos. Garner detalla: «Estoy buscando un sentimiento de asombro, una conexión a través del tiempo».
Bienvenidos al mundo de los «jardines digitales». Estas recreaciones creativas de los blogs han ocupado con fuerza los rincones más nerd de internet. Un creciente movimiento de personas utiliza el código de back-end para crear sitios más parecidos a un collage y más artísticos, similares a Myspace y Tumblr, menos predecibles y formateados que Facebook y Twitter.
Los jardines digitales exploran una amplia variedad de temas y se actualizan y cambian con frecuencia para mostrar el desarrollo y el aprendizaje, especialmente entre personas con intereses específicos. A través de ellos, crean un internet que tiene menos que ver con las conexiones e interacciones, y más con los espacios tranquilos que pueden considerar propios.
«Cada uno publica sus propias cosas raras»
Aunque el movimiento está ganando fuerza ahora, sus raíces se remontan a 1998, cuando Mark Bernstein introdujo la idea del «jardín de hipertexto», con el que defendía espacios en internet que permitieran a una persona adentrarse en lo desconocido. «Los jardines… se encuentran entre las tierras de cultivo y los espacios naturales silvestres. El jardín es un terreno cultivado que deleita los sentidos, diseñado para el placer en vez de la comodidad», escribió. Su jardín digital incluye una crítica reciente de un plato de pasta carbonara y reflexiones sobre sus ensayos favoritos.
La nueva ola de los jardines digitales habla de libros y películas, con comentarios diarios introspectivos; otros ofrecen reflexiones sobre la filosofía y la política. Algunos son obras de arte en sí mismos, obras maestras visuales que invitan al visitante a explorar; otros son más simples y prácticos, con plantillas de Google Docs o WordPress para compartir listas bastante personales. Los lectores ávidos han adoptado este concepto singular, compartiendo sus estanterías digitales bonitas y creativas que ilustran sus viajes de lectura.
Sin embargo, en términos generales, los jardines digitales no siguen las reglas. No son blogs, sino «weblogs», un término que sugiere un historial de pensamientos con fechas concretas. No son una plataforma de redes sociales. Sí que se establecen conexiones, pero suele ser a través de los enlaces a otros jardines digitales o reuniones en foros como Reddit y Telegram para debatir sobre el código.
El consultor Tom Critchlow, quien lleva años cultivando su jardín digital, explica la principal diferencia entre los blogs convencionales y la jardinería digital: «Con los blogs, el autor se dirige a un gran público. Con los jardines digitales, uno escribe para sí mismo. Te dedicas a lo que quieres cultivar con el tiempo».
Lo que tienen en común es que se pueden editar en cualquier momento para reflejar la evolución y el cambio. La idea es similar a la edición de algún dato en Wikipedia, aunque los jardines digitales no están pensados como la última palabra sobre un tema. Representan una forma más lenta y antigua de explorar internet y disfrutan por no ser la fuente definitiva, sino solo una fuente, explica el experto en alfabetización digital de la Universidad Estatal de Washington (EE. UU.) Mike Caulfield.
De hecho, el objetivo de los jardines digitales es crecer y cambiar, y la coexistencia de varias páginas sobre el mismo tema. «Se trata menos de aprendizaje iterativo y más de aprendizaje público», asegura la diseñadora Maggie Appleton. Su jardín digital, por ejemplo, incluye opiniones sobre la carne de origen vegetal, reseñas de libros y digresiones sobre Javascript y el capitalismo mágico. Es «una colección abierta de notas, recursos, bocetos y exploraciones que cultivo actualmente. Algunas notas son plantas de semillero, otras están brotando y otras son plantas perennes completamente desarrolladas», declara en su introducción.
Antropóloga de formación, Appleton recuerda que se sintió atraída por los jardines digitales gracias a su profundidad. Y afirma: «El contenido no está en Twitter y nunca se elimina. Cada uno publica sus propias cosas raras. El cielo es el límite».
Varias personas con las que hablé compartían ese espíritu de creatividad y personalidad. Algunas sugirieron que el jardín digital fue una reacción al internet al que nos hemos acostumbrado a regañadientes, donde las cosas se vuelven virales, el cambio está mal visto y los sitios web son unidimensionales. Los perfiles de Facebook y Twitter tienen espacios bonitos para fotos y publicaciones, pero los entusiastas de los jardines digitales rechazan esos elementos fijos de diseño. La clave se encuentra en la sensación del tiempo y del espacio para explorar.
Caulfield, que ha investigado sobre bulos y noticias falsas, escribió una publicación de blog en 2015 sobre el «tecnopastoral», en la que describió la federada estructura wiki promovida por el programador informático Ward Cunningham, quien creía que internet debería apoyar un «coro de voces» en lugar de a los escasos recompensados en las redes sociales actuales.
«Esa corriente ha dominado nuestras vidas desde mediados de la década de 2000», explica Caulfield. Pero eso significa que, o las personas publican contenido o lo consumen. Y, según Caulfield, internet en su forma actual recompensa el valor de impacto y simplifica las cosas. «Al participar en la jardinería digital, se encuentran nuevas conexiones constantemente, más profundidad y matices. Lo que se escribe no es un comentario fosilizado para una publicación de blog. Cuando se aprende algo nuevo, se añade. Tiene menos que ver con la conmoción y la rabia; es más conectivo», detalla. En la era de la navegación perdida y la fatiga provocada por las videollamadas, algunos aficionados a los jardines digitales aseguran que internet en el que viven representa, en palabras de Caulfield, «un optimismo esperanzador».
Aunque muchas personas buscan esas comunidades más íntimas en internet, no todos pueden crear un jardín digital: es necesario tener un conocimiento mínimo de programación básica. Crear una página desde cero ofrece más libertad creativa que las redes sociales y los sitios web de alojamiento que permiten arrastrar y soltar elementos en la página, algo que puede resultar desalentador y consumir mucho tiempo.
Chris Biscardi intenta eliminar esa barrera de entrada con un editor de texto para jardines digitales que todavía está en su fase alfa. Denominado Toast, es «algo que se puede experimentar con WordPress», resalta.
En última instancia, queda por ver si los jardines digitales serán un remanente escapista del infierno de 2020 o se marchitarán con las redes sociales más fáciles. Appleton afirma: «Tengo interés en ver cómo se desarrollará».
«Para algunas personas es una reacción a las redes sociales, y para otras es una tendencia. Si llegará o no a la masa crítica… eso está por ver», concluye Critchlow.
Fuente: technologyreview.es