Reconstruyen el genoma del primer animal sobre la tierra

No sabemos cómo se veía el primer animal que le dio origen a la extraordinaria diversidad del reino animal. Pero dos científicos británicos lograron lo que se creía imposible: reconstruir su estructura genética.

¿Cómo se veía ese primer animal del cual se desprenden ballenas, mariquitas, lobos y humanos? La respuesta a esta pregunta tal vez nunca podrá responderse. Pero dos investigadores británicos acaban de responder una que, al menos para la ciencia, podría ser más importante: cómo se veía su mapa genético.

La investigación fue publicada en Nature Communications, y fue realizada por el investigador de la Universidad de Essex Jordi Paps, y por su colega de la Universidad de Oxford, Peter W.H. Holland.

La investigación podría resumirse como un desandar el camino evolutivo de los animales, que comenzó hace unos 650 millones de años. En ese entonces, el camino de la evolución era apenas una estrecha senda. Con el paso de los siglos, ese camino se fue bifurcando, creando la compleja diversidad de vida que hoy conocemos.

Por eso, para poder regresar a ese primer momento, los científicos dibujaron un árbol de la vida animal. En él, los vertebrados ocupamos una rama, que a su vez se divide en otras más pequeñas, que representan los géneros, familias y especies.

En otras ramas, los científicos ubicaron a los invertebrados y a los protozoos, que, de todas las formas de vida unicelular, son los parientes más cercanos a los animales.

Después de este proceso, los científicos escogieron 62 especies animales, incluyendo al ser humano, para analizar en detalle su genoma. En este proceso clasificaron los genes según su función en el organismo y se enfocaron en mapear con detalles aquellos genes que se encargan de codificar la presencia de proteínas en el organismo.

¿Por qué proteínas? Porque sin estas moléculas, buena parte de la vida animal no podría existir. Las proteínas son algo así como los ladrillos -y el cemento- con el que se edifican las células y los tejidos. Son las fibras, las cajas y los túneles que soportan cada uno de los sistemas que conforman los cuerpos animales.

Tras ese ejercicio, los dos investigadores quedaron frente a una lista un millón y medio de genes. Fue entonces cuando empezaron a buscar los lazos que unen y dividen a las especies animales, usando como guía las proteínas. Algo así como un “Adivina quién” pero con genes.

En el New York Times, el escritor Carl Zimmer pone el siguiente ejemplo: tiburones y humanos tienen el gen que produce hemoglobina, la proteína que, además de dar el color rojo a la sangre, captura el oxígeno que entra al cuerpo por los pulmones y lo lleva a los tejidos. Esto quiere decir que su ancestro común tenía el gen.

No obstante, si comparamos el genoma tiburones y humanos con el de las esponjas, nos damos cuenta de que su ancestro común no tenía el gen de la hemoglobina. Por eso, ese gen no podría hacer parte del mapa genético del primer animal, el que tenía la información que compartimos todos los que aparecimos después de él.

Ese mismo método lo repitieron una y otra vez, hasta darse cuenta de que el ancestro común de todas las formas de vida animal tenía 6.331 genes. De estos, 1.189 no aparecían en los organismos unicelulares, es decir que aparecieron exclusivamente para que las formas de vida animal pudieran seguir evolucionando.

¿Y cómo aparecieron estos nuevos genes?

Paps señaló dos maneras en la que esto pudo haber sucedido: la primera, que una porción de ADN sin función asignada mutara y empezara a producir ese nuevo tipo de proteína. La segunda, que por error se copiara dos veces un gen. Una de esas copias seguiría copiándose con nuevos errores que, en últimas, llevarían a un nuevo tipo de proteína.

Fuente: elespectador.com