La evolución convirtió a los loros en algo así como los seres humanos del mundo aviar
Una guacamaya llamada Poncho actuó en películas como 102 dálmatas, Doctor Doolittle y Ace Ventura, detective de mascotas antes de retirarse en Inglaterra. Hace poco celebró su cumpleaños número noventa.
Alex, un loro gris africano que vivió hasta los 31 años, conocía los colores, las formas y los números y se comunicaba mediante expresiones básicas. Podía hacer lo que hacen los niños pequeños después de determinada edad de su desarrollo: saber cuándo hay algo escondido.
Y ellos son solo dos de los muchos loros del mundo que nos han sorprendido con su inteligencia, habilidades y longevidad.
“La naturaleza hace estos experimentos para que los veamos y luego nos preguntemos: ‘¿Cómo ocurrió esto?’”, comentó Claudio Mello, un neurocientífico de la Universidad de la Salud y la Ciencia de Oregon.
Mello y un equipo de más de veinte científicos buscaron pistas en el genoma del ave amazona frentiazul en Brasil, su país de origen.
Después de comparar su genoma con el de decenas de aves, los hallazgos de los investigadores sugieren que tal vez la evolución convirtió a los loros en algo así como los seres humanos del mundo aviar.
En algunos aspectos, estos longevos amigos emplumados son tan diferentes genéticamente de otras aves como los seres humanos lo somos de otros primates. El análisis, publicado el 6 de diciembre en Current Biology, también destaca la forma en que dos animales tan diferentes —loros y humanos— pueden terminar encontrando soluciones similares a problemas a través de la evolución.
Una regla general de la esperanza de vida de las aves y de otros animales es que cuanto más grande o pesado es, vive más tiempo. Un ave pequeña como el pinzón puede vivir de cinco a ocho años, mientras que otras más grandes como las águilas o las grullas pueden vivir décadas. La amazona frentiazul y algunos otros loros son incluso más excepcionales, pues viven hasta 66 años y algunas veces sobreviven a sus compañeros humanos.
En su análisis, Mello y sus colegas descubrieron que estos loros y algunas otras aves longevas compartían cambios en un conjunto de 344 genes que al parecer participan en diversos procesos que influyen en la esperanza de vida, como la forma en que el cuerpo del animal repara el ADN, afronta el cáncer o controla el crecimiento celular.
Aunque se ha considerado que cerca de veinte de estos cambios genéticos participan también en el envejecimiento de otros animales, no se ha investigado el papel directo del resto de los genes en la esperanza de vida. Los estudios futuros tal vez revelen que no son solo importantes para el envejecimiento en los loros y otras aves longevas, sino también en otros animales.
Los loros no solo se distinguen por su longevidad, sino también por sus habilidades cognitivas.
“En verdad son animales muy muy inteligentes y su cerebro es especialmente grande. Nos parece que hay un paralelo con los seres humanos, los cuales tienen cerebros más grandes y habilidades optimizadas, en comparación con otros animales”, señaló. “Creemos que los loros son el paralelo en el mundo de las aves”.
Este equipo descubrió cambios en algunas partes del genoma de los loros sumamente parecidos a los que diferencian a los seres humanos de otros primates.
Esto fascinó a Mello. Los cambios similares descubiertos en los loros y los seres humanos no están en los genes, sino que ocurren en regiones del genoma que regulan la manifestación de los genes cercanos que al parecer participan en el desarrollo del cerebro y la inteligencia.
¿Estos cambios podrían explicar que el cerebro de los loros sea grande y complejo y la variedad de talentos que poseen?
Solo podemos descubrirlo estudiando detalles particulares. Mientras que es relativamente más sencillo cuantificar la edad y ver cómo pueden alterarla diversos cambios genéticos, es más difícil evaluar la forma en que interruptores diminutos que se encienden y se apagan en determinados momentos podrían afectar el tamaño del cerebro de los loros o determinar lo bien que pueden imitar a Matthew McConaughey.
En el futuro, los investigadores podrían llegar a entender mejor los poderes de la evolución convergente mediante el análisis de detalles particulares de los cambios genéticos de los loros y los seres humanos.
Tal vez exista solo un camino para desarrollar estructuras cerebrales complejas y habilidades cognitivas avanzadas como las de los loros y los seres humanos. O quizás haya más de una ruta evolutiva capaz de producir animales con ese nivel de complejidad en diferentes partes del reino animal.
Fuente: NYT