El caso de Enriqueta Favez, la primera mujer que, vestida de hombre, ejerció la medicina en América
Cuando lo amenazaron con examinar su cuerpo y pasearlo desnudo por las calles de Santiago de Cuba, el respetable doctor Enrique Favez no tuvo otro remedio que confesar su secreto mayor.
Había llegado a la isla cuatro años antes, en 1819, procedente de la colonia francesa de Guadalupe.
De su pasado se sabía poco: que había nacido en Suiza, en 1791, que estudió medicina en Francia, que fue médico de guerra y soldado en el frente de campaña de Napoleón, hasta que fue capturado y hecho prisionero por las tropas vencedoras del duque de Wellington.
Liberado poco tiempo después, pero derrotado, sin rumbos, y con su título y su pasado guerrero a cuestas, decidió cruzar el océano en busca de mejor fortuna.
Y en el oriente de Cuba la había encontrado: para 1823 ya era un renombrado cirujano, se había casado por la iglesia con una lugareña, una tal Juana de León, y llevaba una vida holgada y respetable, aunque salpicada por rencillas y altercados resultados de los usos y abusos del alcohol.
Pero esa no era la causa por la que el doctor Favez había sido llevado a los tribunales de Santiago de Cuba y por la que esa tarde del 6 de febrero de 1824, un grupo de médicos lo amenazaba con practicarle el examen físico ordenado por el juez.
El verdadero motivo era una denuncia en su contra presentada por su propia esposa, que aseguraba que el respetado médico, el venerado cirujano de Baracoa, el fiel marido de Juana de León no era, en realidad, lo que decía ser.
Cuando los médicos y los agentes de policía se preparaban para comenzar el examen, Enrique Favez trató de impedirlo y contó su dolorosa verdad a viva voz.
Pero fue inútil: los médicos y guardias lo desnudaron y revisaron su cuerpo, parte por parte, con cuidadosa minuciosidad.
En el informe del proceso judicial, que aún se conserva en el Archivo Nacional de Cuba, todavía pueden leerse los resultados de aquella inspección.
La persona examinada “se hallaba dotada de todas las partes pudendas propias del sexo femenino”, por lo que era “real y perfectamente mujer”.
El doctor Enrique era, en realidad, Enriqueta Favez.
La primera doctora de América
No se sabe en qué momento exacto la mujer dejó de identificarse a sí misma como tal.
El historiador cubano Julio César González Pagés, autor de Por andar vestida de hombre, la más completa investigación sobre la apasionante vida del personaje, lo ubica en algún punto a inicios del siglo XIX.
“Hay documentación histórica que muestra que Enriqueta estuvo casada con un soldado del ejército de Napoleón, que murió. Tuvieron un hijo, que también muere a los pocos días de nacer. A partir de entonces, es que comienza a vestirse de hombre y asumir una identidad masculina”, cuenta a BBC Mundo.
Con pantalones y traje militares, Enriqueta siguió a su marido en la guerra y luego, cuando éste murió en la batalla, ella tomó su posición en la línea de combate.
Aún vestida de hombre, estudió medicina en la Universidad de París, una profesión destinada exclusivamente a los hombres, y sirvió como doctor durante la campaña rusa de la guerra napoleónica, según la investigación realizada por el cubano Antonio Benítez Rojo para su novela biográfica Mujer en traje de batalla.
“Cuando viaja a América ocurre un proceso muy interesante, porque se convierte en la primer mujer en ejercer la medicina no solo en Cuba, sino también en América Latina”, asegura González Pagés.
De hecho, Elizabeth Blackwell, la británica reconocida internacionalmente como la primera mujer en practicar la medicina en el continente americano, nació en 1821, cuando ya Favez consultaba y operaba a sus pacientes en el oriente de Cuba.
“Otro elemento destacable de esta mujer en su profesión es que era cirujana. Cuando hace el examen para revalidar su título ante el Protomedicato de La Habana se convierte, además, en uno de los tres únicos médicos cirujanos en el área del Caribe en esa época”, añade el historiador.
Amante y esposa
Pero las marcas que dejó para la historia Enriqueta Favez no quedaron solo en ser la primera médica de América.
Su relación con Juana de León y la boda de ambas ante los altares y con los ritos de la Iglesia católica, supusieron también un antecedente inusitado para la época, para la región y para la historia.
Image caption Un gráfico de la época muestra el lado femenino y masculino de Enriqueta.
“Hasta donde se conoce no había antecedentes públicos de lesbianismo en América Latina y son también las primeras mujeres que se casan bajo los oficios de la iglesia en toda Hispanoamérica”, señala González Pagés.
En Cuba, no obstante, las diferentes investigaciones que se hicieron sobre el personaje intentaban justificar que no se trataba de una lesbiana, según el investigador.
“Cuando se lee el expediente del juicio al que la sometieron y las cartas entre ella y su esposa que fueron vendidas después, no queda duda que entre las dos había una auténtica relación lesbiana de mutuo consentimiento”, asegura.
Sin embargo, fue la propia Juana quien entregó a su esposo a las autoridades.
¿Por qué?
González Pagés considera que se trató de una razón social.
“Al parecer, una empleada de la casa llegó un día y vio a Enrique borracho sobre la cama, con la camisa desabotonada y le vio los senos. A partir de ahí, se comenzó a difundir el rumor y parece que Juana, ante el temor de lo que le pudiera pasar y de las presiones de su propia familia, decidió denunciarla”, explica.
En la denuncia, conservada en el Archivo Nacional de Cuba, Juana de León argumentó que se casó con Enriqueta por las “circunstancias de orfandad y desamparo en que se veía”, aunque le fue imposible “sospechar que los designios de ese monstruo fuesen dirigidos a profanar los sacramentos”.
Acusó a Enriqueta de haber consumado “artificialmente” el matrimonio en forma “que la decencia no permite referir” y que se había aprovechado de ella “del modo más cruel y detestable, abusando de su buena fe, candor e inexperiencia”.
González Pagés, cree que las razones de Juana estuvieron más bien basadas en el temor.
“Si en el siglo XXI, asumir la sexualidad es algo que todavía cuesta en muchos lugares de América Latina, imagina en el siglo XIX. Es una decisión contradictoria la de Juana de León, pero comprensible”, asegura.
Tras el largo proceso judicial, “el más escandaloso de Cuba en el siglo XIX”, según Pagés, Enriqueta Favez fue expulsada de forma definitiva de todos los territorios de España en América.
De Enriqueta a sor Magdalena
Cuando el buque con destino a Nueva Orleans zarpó de La Habana a mediados de 1824, Enriqueta Favez dejó atrás las costas de Cuba, un oscuro pasado, un escándalo sexual y una trágica historia de amor.
Nadie fue a despedirla al puerto.
Su rastro se perdió en la historia hasta muchos años después, cuando una carta, remitida por una tal sor Magdalena, cruzó en barco la ruta de Nueva Orleans a La Habana y luego, siguió el trote de los caballos del Correo Real hacia Baracoa.
Pero Juana de León, la destinataria del documento, había muerto tiempo antes.
Sor Magdalena, la monja médico que se había presentado primero como partera en Veracruz y que luego atendió a los enfermos en la congregación de las hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, nunca supo si su envío había llegado o no a su destino.
Tal vez, pensó en su pasado y entendió que había razones para que esa carta, una carta desesperada de amor, en la que suplicaba ver de nuevo a su esposa, nunca fuera respondida.
“Una de las opciones que le dan que se libere de este pecado es entregando su vida a la Iglesia y a partir de entonces se dedica a cuidar a los enfermos. Pero siguió, lógicamente siendo lesbiana, y está documentado que intentó volver a Cuba para volverse a encontrar con su esposa”, afirma Pagés.
Pero Enriqueta Favez nunca volvió a pisar isla.
Murió en 1856, vistiendo los hábitos de las hijas de la Caridad y fue enterrada con ritos católicos en el cementerio antiguo de Nueva Orleans.
Cuando en 2005 el huracán Katrina cruzó Guadalupe, devastó el oriente de Cuba y siguió su paso imparable hacia Nueva Orleans, en una ruta similar a la seguida por Favez en su paso por América, destruyó su tumba y con ella, uno de los últimos recuerdos de una de las mujeres más sorprendentes que marcaron la vida del continente en el siglo XIX.
Fuente: BBC