La nueva revolución genómica de CRISPR hace florecer las metáforas
Una nueva herramienta permite a los científicos modificar el material genético como editores que reescriben el libro de la vida. Esta comparación es solo una de las figuras literarias en torno a los avances de la genética.
Desde el comienzo del Proyecto del Genoma Humano en 1990, las metáforas han seguido su ciclo vital: nacen, se instalan, mueren y son reemplazadas por otras. Mientras que en los 2000 el ADN era un mapa a descifrar, con CRISPR ahora es un libro. Estudiosos del lenguaje aseguran que estas imágenes no son inocuas, sino que marcan la evolución de la ciencia.
Si el ADN es el libro de la vida, CRISPR es la colección de herramientas para editar su texto. Esta técnica revolucionaria ha hecho renacer en el lenguaje científico un nuevo capítulo para las metáforas. Ilustración: Wearbeard
En el auditorio del Instituto McGovern de Investigación Cerebral del MIT, un hombre pequeño y con prendas dominadas por tonalidades de gris extiende un brazo y con un largo puntero metálico orienta la mirada de los espectadores hacia el pizarrón. “Parece complicado pero es algo tan simple como cortar y pegar”, dice con la seriedad que lo caracteriza el prodigio chino de 36 años Feng Zhang.
“Lo que hacemos en nuestras computadoras lo podemos hacer en el genoma, dentro de las células: la enzima Cas9 funciona como el cursor del editor de texto de Microsoft Word. Se posiciona sobre un fragmento del texto genético y marca un corte. Imaginen poder manipular una región específica del ADN casi como corregir un error tipográfico. Así eliminaremos muchas enfermedades genéticas”, aseguraba el neurocientífico del MIT.
La técnica de edición genética CRISPR/Cas9, codesarrollada por el equipo de Zhang, tomó por asalto a los laboratorios y al mundo como sueño, como promesa, como revolución y también como metáfora. Esta herramienta barata permite cambiar con increíble precisión el código genético de células de animales, plantas, hongos y bacterias, y abre la puerta a nuevos tratamientos contra enfermedades, la erradicación del cáncer y el HIV, la modificación de mosquitos que transmiten calamidades como malaria, el dengue y el Zika, el ‘mejoramiento’ genético de la humanidad y muchos etcéteras.
Una vez que se supera la conmoción y entusiasmo, y se apartan momentáneamente a un segundo plano los potenciales beneficios de CRISPR, asoma una faceta usualmente descuidada, ignorada: la función del lenguaje en la actividad científica.
“Las formas en que hablamos de los objetos científicos no están simplemente determinadas por la evidencia empírica sino que, más bien, influyen activamente en el tipo de evidencia que buscamos y cómo se conduce una investigación”, señala con perspicacia la física, historiadora y filósofa de la ciencia Evelyn Fox Keller en su libro ya clásico Lenguaje y vida: Metáforas de la biología en el siglo XX.
Como recuerda esta investigadora del MIT, la función de las metáforas —en especial las metáforas científicas: la electricidad como ‘corriente’, el átomo como un ‘sistema solar en miniatura’, aquellas que sostienen que el cuerpo humano es una máquina, que la naturaleza es un libro escrito en caracteres matemáticos o que el cerebro funciona como una especie de ordenador— excede la mera descripción. Cuentan con un poder psicológicamente potente.
En Metáforas de la vida cotidiana, los lingüistas George Lakoff y Mark Johnson analizaron cómo las metáforas que usamos habitualmente modelan nuestra percepción, nuestro pensamiento y nuestras acciones.
“Las metáforas operan tanto consciente como inconscientemente —señala Fox Keller—. Influyen en las maneras en que se estructura y construye la opinión pública. Afectan la percepción social sobre un tema y la percepción social afecta a las políticas públicas”.
Por ejemplo, el uso de lenguaje bélico en la descripción del cáncer puede llegar a tener un peso agobiante en quienes la sufren, como señaló magistralmente la ensayista Susan Sontag —que padeció esta enfermedad— en La enfermedad y sus metáforas: “Cuando se habla del cáncer, las metáforas maestras provienen del vocabulario de la guerra: la células cancerosas se multiplican e ‘invaden’. También ‘colonizan’ zonas remotas del cuerpo y la radioterapia ‘bombardea’ al paciente con rayos tóxicos. En estos términos, el cuerpo es un campo de batalla”.
Las palabras de la ciencia
El crítico literario George Steiner dijo alguna vez: “lo que no se nombra, no existe”. Lo cual aplica también al mundo científico. Pues la física, la genética, la astronomía y demás disciplinas no están compuestas solo por individuos que las ejercen, por instituciones, equipos, códigos de conducta. La actividad científica también está hecha por palabras. La ciencia y los científicos no solo utilizan metáforas de manera accesoria sino que, al contrario, se constituyen a través de procesamientos metafóricos que inciden en sus pensamientos.
La irrupción de CRISPR en el discurso público expuso la dimensión lingüística de la genética. Aunque en esta oportunidad los impulsores de las metáforas no fueron ni publicistas con ganas de vender más libros, ni editores, ni periodistas. Quienes las instauraron y las promueven son los propios científicos.
“Se trata de una potente herramienta de edición genética —explicó la bioquímica Jennifer Doudna, gran protagonista de esta revolución, durante un congreso de la AAAS en Washington—. Tenemos máquinas para secuenciar el genoma, o sea, para leerlo. Y para sintetizarlo, es decir, para escribirlo. Lo que no hemos podido hacer es editarlo. Hasta ahora”. En una conferencia en el Broad Institute de MIT, el genetista George Church, primero en utilizar la técnica en células madre humanas, afirmaba: “Es como editar un libro”.
Una constelación de metáforas
En un artículo publicado recientemente en The American Journal of Bioethics, investigadores de la Universidad de California (EE UU) llevaron un registro de la evolución de las metáforas asociadas a CRISPR —aún en construcción— en periódicos y revistas científicas durante 2015, e identificaron en miles de artículos la supremacía de la metáfora del genoma como texto. En este caso, un texto capaz de ser editado: de ahí que a CRISPR también se la conozca como “corta-pega genético”.
Las metáforas científicas nunca son absolutas y en este caso la metáfora textual comparte escena con las del genoma como código —el código de la vida—, mapa —el genoma como territorio que va a ser cartografiado— y como mecanismo, a la par de metáforas quirúrgicas (“tijeras” o “escalpelos moleculares”).
“Estas metáforas condensan eficazmente la información científica y la representan visualmente aunque no logran transmitir las potenciales consecuencias para los seres humanos, otros organismos o para los ecosistemas”, señala Meaghan O’Keefe, una de las autoras del artículo.
El problema es cuando, debido a su reiterado uso, estas metáforas se vuelven invisibles, naturales. “Con el paso del tiempo, olvidamos su origen metafórico y queda así el concepto fosilizado y endurecido”, advierte el filósofo madrileño Emmanuel Lizcano en Metáforas que nos piensan.
Es decir: nos acostumbramos tanto a escuchar que el genoma es un libro que va a ser leído y editado, un código para descifrar, que pasamos por alto que se trata de construcciones retóricas que conciben una cosa en términos de otra, metáforas cristalizadas, que terminan siendo confundidas por la dura realidad. Por más elegante que sea la metáfora textual del genoma, no somos bibliotecas con piernas.
La novela de CRISPR y sus múltiples facetas metafóricas —en los medios, en los pasillos y auditorios de los institutos, en vídeos de YouTube, en las conferencias y charlas públicas— demuestran aquello que señalan los lingüistas: que el lenguaje construye la realidad y contribuye a transformarla. O, como decía, el filósofo Ludwig Wittgenstein: “Los límites del lenguaje son los límites del mundo”.
Fuente: SINC