El gas prohibido que destruye la capa de ozono viene de China, revelan científicos

Un amplio grupo internacional de científicos ha logrado determinar el origen de las emisiones de un peligroso gas prohibido hace años. El año pasado, un observatorio atmosférico en Hawái (EE UU) detectó el repunte de los niveles de triclorofluorometano (CFC-11), un potente destructor de la capa de ozono. Ahora, un estudio apoyado en la triangulación de datos de una red de observatorios señala que estos gases proceden de varias provincias del este de China. Todo indica que el sector de la construcción de este país usa clandestinamente el CFC-11 de forma masiva, lo que podría ralentizar la recuperación del manto protector de la Tierra.

En 1996, los países más desarrollados dejaron de producir CFC-11 en aplicación del Protocolo de Montreal. Hasta unos años atrás era una bendición. Formado por átomos de cloro, carbono y flúor, era el refrigerante en frigoríficos y aires acondicionados y funcionaba de aerosol en todo tipo de productos, desde insecticidas hasta perfumes. Su aplicación más recientemente era como agente espumante del poliuretano, una espuma que igual hace de aislante térmico de un edificio como aligera el peso de un coche. Pero en los años 70 se descubrió que también se comía la capa de ozono estratosférico que protege el planeta de la radiación ultravioleta. Y lo devora muy rápido: cada átomo de cloro de los CFC destruye hasta 100.000 moléculas de ozono en una acelerada reacción en cadena. Tras una moratoria para los países en vías de desarrollo, su producción se prohibió en todo el planeta en 2010.

Se esperaba que la concentración del CFC-11 en la atmósfera fuera bajando. Así lo estaba haciendo y a buen ritmo. Sin embargo, el año pasado el observatorio atmosférico de Mauna Loa (Hawái, EE UU) detectó que el ritmo de descenso se había ralentizado a la mitad y que en el hemisferio norte las emisiones estaban aumentando. Los autores de aquella investigación estimaron que debían venir de Asia, pero no pudieron afinar más. Ahora, ese mismo grupo ampliado ha usado una red de una decena de observatorios en América del norte, Europa, Australia y Asia para ir descartando posibles orígenes.

La prueba definitiva la han aportado dos medidores situados en Corea del Sur y Japón: al triangular sus datos y alimentar con ellos varios modelos de la circulación del aire han llegado hasta una decena de provincias del este de China. Según publican en Nature, de las 6.400 toneladas de CFC-11 anuales emitidas desde esta parte del mundo entre 2008 y 2012, se ha pasado a 13.400 toneladas al año, es decir, un aumento del 110%. La mayoría de las nuevas emisiones proceden de solo tres provincias, Hebei, Shandong y, en menor medida, Shanghái.

“El aumento de las emisiones de CFC-11 en el este de China continental desde 2013 podría explicar entre el 41% y el 64% del aumento global”, dice el profesor de la Universidad Nacional Kyungpook (Corea del Sur) y principal autor del estudio Sunyoung Park. “Teniendo en cuenta el margen de incertidumbre en la estimación global, la aportación china al aumento total podría ser aún mayor. También es posible que se hayan producido pequeños incrementos en otras partes de China u otros países, ya que hay grandes porciones del planeta para las que no tenemos mediciones de los elementos que agotan el ozono”, añade el también responsable de la estación de medición de Gosan, clave en esta investigación.

En todo el mundo, se emitieron unas 64.000 toneladas de CFC-11 al año hasta 2012. La cifra ha subido a las 75.000 u 80.000 toneladas (según el modelo de medición usado) anuales en los últimos años. Buena parte de esas emisiones proceden del escape del gas en un mal reciclaje de los frigoríficos y, en especial, de las espumas de poliuretano durante la demolición de edificios y casas. Pero para explicar el aumento producido en esta zona del mundo como proveniente de CFC-11 anterior a la prohibición, tendrían que malreciclarse 10 veces más refrigeradores o haberse demolido entre 2014 y 2017 tantos edificios como los que se prevé demoler en todo el mundo en los próximos años, según estiman los autores del estudio.

“Ahora es vital que descubramos qué industrias son responsables de las nuevas emisiones”, dice en una nota el investigador de la Universidad de Bristol (Reino Unido) y coautores del estudio, Matt Rigby.

La pista buena es la de la construcción. Tras el primer estudio en Nature, la organización ambientalista EIA investigó en julio pasado y sobre el terreno el origen del CFC-11. “Obtuvimos pruebas de que 18 empresas de 10 provincias chinas estaban usando CFC-11. Las entrevistas con responsables de las compañías demuestran que no se trata de casos aislados sino, al contrario, de una práctica común en todo el país”, explica la responsable de la campaña climática de EIA, Avipsa Mahapatra. Todas ellas se dedican a la construcción.

China es el mayor productor y consumidor de espuma de poliuretano del planeta y aunque hay formas de hacerla sin recurrir al CFC-11, son más caras. Lo explica Mahapatra: “Es posible que el crecimiento explosivo de la demanda de espumas aislantes, combinado con medidas políticas de mayor seguridad y menor impacto ambiental, dificultades de suministro, el aumento del precio del HCFC-141b (alternativa legal al CFC-11), su mayor disponibilidad y que sea más barato, además de la falta de un control estricto haya llevado a las empresas a elegirlo como la opción que más les conviene”.

El investigador de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (Suiza) William Ball lleva años estudiando la situación del ozono estratosférico. No relacionado con este estudio, cree que a pesar de ser tantas toneladas, su impacto será pequeño. Más que la cantidad en sí, “lo más preocupante es la brecha en el Protocolo de Montreal, que debe aplicarse con rigor para proteger por completo la capa de ozono”, sostiene Ball.

Para su colega de la Universidad de Leeds (Reino Unido) Martyn Chipperfield la clave es saber cuánto nuevo CFC-11 se ha liberado y cuanto queda atrapado en las estructuras y productos que lo llevan. “Si la mayoría ya ha escapado, el problema será pequeño. Si la mayoría del CFC-11 producido sigue contenido, por ejemplo en las espumas, entonces no se liberará en varios años. Por lo tanto, el impacto podría ser mucho más grande”. Lo positivo de todo este asunto para Chipperfield es que aún siendo “decepcionante que haya habido nueva producción de CFC, el hecho de que la detectemos tan pronto muestra que la comunidad científica atmosférica es capaz de monitorear esta situación” y añade: “todavía hay tiempo para que los gobiernos reaccionen rápidamente”.

En un correo, la directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), la científica Joyce Msuya, asegura que, con la colaboración de China, “se están llevando a cabo más estudios científicos para localizar las fuentes y posibles usos ilegales del CFC-11” y es prioritario para la UNEP la protección de la capa de ozono.

Fuente: elpais.com