Alimentos transgénicos: entre el avance científico y la disputa ambiental

La biotecnología, un hito para la ciencia local, es fuertemente cuestionada en este tema. La palabra de Jorge Núñez McLeod y Cecilia Rebora –docentes de la UNCUYO– para aclarar las dudas

La alimentación es un acto fundamental de cualquier organismo vivo sin el cual la vida no es posible. Sin embargo, este vital proceso cambió drásticamente en los últimos dos siglos gracias a la intervención humana y de la ciencia a través de la biotecnología, que permitió cultivos y alimentos genéticamente modificados o transgénicos.

Existen muchas opiniones sobre este tema. Dentro del ámbito científico, hay, al menos, dos corrientes de pensamiento. Una de ellas se opone a estos alimentos por considerarlos riesgosos para la salud y la biodiversidad. Por otro lado, existe un sector en la ciencia que considera a estos alimentos como una clave para el desarrollo de la soberanía alimentaria.

En ese marco, Unidiversidad intentó despejar dudas en torno a este debate y dialogó con dos especialistas de la UNCUYO: el director de la Maestría en Energía y docente de la Facultad de Ciencias Agrarias, Jorge Núñez McLeod, y Cecilia Rébora, también docente de la Facultad de Ciencia Agrarias.

¿Qué son los cultivos y alimentos transgénicos?

“Son aquellas plantas a las cuales se les modifica una parte de su ADN para transferirles una propiedad de otro organismo que originalmente no poseían. Lo que se hace es buscar un ser vivo que tenga las propiedades que se desea agregar en el nuevo organismo o semilla, y se extrae la parte del ADN que le confiere esa propiedad. Luego se agrega el gen a la semilla del alimento que se desea modificar. El nuevo alimento crecerá con las propiedades intrínsecas al gen añadido. Algunas de estas propiedades pueden ser la resistencia a alguna plaga, el retraso en la maduración de la fruta, algún agregado nutricional o resistencia a herbicidas. Por ejemplo, de diversos tipos de maíz pueden seleccionarse las características más deseables de cada una para crear el maíz más apropiado para la producción y la comercialización”, explicó McLeod a Unidiversidad.

Argentina transgénica

Según las personas expertas, más del 65 % de lo que se cultiva en Argentina es transgénico y se concentra en tres cultivos: la soja, el maíz y el algodón. “De los 37 millones de hectáreas, 24 millones son de cultivos genéticamente modificados. Actualmente, nuestro país es el tercer productor mundial de cultivos transgénicos. Primero está EE. UU., en segundo lugar, Brasil, y ahora sumamos la producción de trigo resistente a sequías, que ya generó bastante revuelo”, detalló el experto.

Rébora, por su parte, sostuvo que existen otros cultivos recientemente incorporados. “El trigo es uno de los cultivos que se incorporaron a la lista de la Argentina. Esto es una cuestión bien reciente debido a los cambios climáticos que vive la región. Este producto tiene tolerancia a la sequía y a los herbicidas –como el glifosato de amonio–. Tenemos también alfalfa con la misma tolerancia y algunos cultivos menores, como la papa, con alguna resistencia a la virosis. Actualmente, el grueso de la producción de transgénicos en la Argentina se concentra en la soja, el maíz y el algodón. En Mendoza también hay algunos cultivos de este tipo: se sabe que existen alrededor de 13 mil hectáreas de alfalfa transgénica con resistencia al glifosato”, detalló la docente.

Controversias: transgénicos sí, transgénicos no

Los alimentos transgénicos o genéticamente modificados fueron y son controversiales. Por un lado, multiplican la producción y facilitan la comercialización, pero, por otro lado, hay dudas sobre si la posibilidad de efectos nocivos en la salud humana y en el ambiente, aunque no se han registrado pruebas científicamente convincentes de que sean realmente tóxicos o mortales, explicaron las personas entrevistadas.

Para McLeod, la manipulación genética de los alimentos comenzó mucho antes del desarrollo de la ciencia, a través de la selección de las especies para la agricultura. Este proceso se denominó “selección artificial” y comenzó antes del año 4000 a. C. Sin embargo, la primera vez que se aplicó la tecnología a la manipulación genética fue en 1927, al exponer ciertas semillas a rayos X para aumentar su productividad.

“Desde el punto de vista de la obtención de nuevas variedades y razas por mejoramiento convencional, los beneficios son óptimos. En esta actividad, la ingeniería genética, se analiza la descendencia de una planta o animal y si tiene algún tipo de gen que le genera alguna patología. De ser detectado, se procede a la incorporación de otro gen para que optimice a la planta o animal. Este gen incorporado no genera ningún síntoma en el organismo de quien lo ingiere. Si es un tomate o cualquier otro alimento, sigue siendo del mismo color, sabor o gusto, forma y demás. En el caso de la soja, el gen de resistencia proviene de una bacteria que se le introdujo. El resto de la planta es idéntico”, resaltó.

Otro punto que genera incertidumbre con los alimentos modificados genéticamente es su impacto en el agroecosistema. Para las personas expertas en agronomía, esto tiene que ver con la mutación que han recibido las distintas especies de maleza producto del uso excesivo del glifosato, el monocultivo de la soja de grandes empresas y su consecuente deforestación.

“Así como mencionamos lo bueno de los alimentos genéticamente modificados, también debemos mencionar lo malo. La reiterada utilización del glifosato ha generado resistencia a este producto por parte de la mala yerba o maleza. Por más que aplique, el herbicida no mata la maleza, entonces complica al cultivo en general. Ahora bien, la ventaja que ha tenido el cultivo transgénico, que yo quiero remarcar acá, ha sido mayormente para la producción. Gracias a la biotecnología, las grandes empresas han disminuido muchísimo los gastos en cultivos. Hoy existe lo que se conoce como ‘labranza cero’: ya no existe un arado del suelo o movimiento de tierra. En cierta medida, todo esto ha generado cultivos mejorados en su crecimiento, producción y comercialización de las grandes empresas, no así para otros temas como la crisis alimentaria del mundo”, manifestó McLeod.

Desconfianza, nula información y el beneficio de las grandes empresas

A pesar de los grandes avances de la genética no solo en animales, sino también en plantas, son muchas las personas que se muestran temerosas hacia el desarrollo de organismos modificados genéticamente o transgénicos.

“Creo que esta desconfianza hacia los alimentos transgénicos se da por varias razones. La primera es la falta de información. Un ejemplo de ello es lo que realizó un investigador de Europa que desarrolló un arroz, llamado ‘dorado’ por su característico color amarillo, que tiene provitamina A. En los países asiáticos, muchos chicos tienen problemas de ceguera por la falta de esa vitamina que sería necesaria para la vista. Comiendo este arroz, tienen el ingreso de la provitamina A procedente de este arroz transgénico, porque el gen que produce la provitamina A viene de otra planta, que es el narciso, y de dos bacterias”, explicó McLeod.

“Ese arroz amarillo ha costado muchísimo que se apruebe; primero, porque con los transgénicos hubo una experiencia mala en lo que se refiere a la difusión de este tipo de cultivos u organismo modificado, porque han sido aprovechados mayormente por las grandes compañías. Entonces, lo que se ve no es el aporte que este alimento puede generar en la población, sino el arrastre y ventaja que toman las grandes empresas de este beneficio”, detalló.

Para Rébora, en tanto, la mala prensa del transgénico generó estos temores. “Los malos títulos sobre los cultivos transgénicos más difundidos en el mundo –soja, maíz y algodón– han venido a solucionar problemas de los productores en cuanto a tecnología de producción sin pensar en los consumidores. Si se hubiera dicho que los transgénicos venían para mejorar el contenido de la proteína en la soja o alguna vitamina en otro cultivo, a lo mejor los consumidores se verían entusiasmados, pero no fue así. Básicamente, han estado solucionando problemas en la producción primaria”, resaltó.

Lo segundo, según McLeod, está puesto en lo que pueda generar en el organismo. “La desconfianza de la gente está depositada, con justa razón ante algo extraño, en esa comida también llamada Frankenstein. Creo que lo asimila a un cambio total en la planta que puede llevar a cosas negativas. Pero eso realmente no ha pasado, no hay razones lógicas para pensar que haya ahora algún problema. Con base en lo que he investigado, más otras investigaciones y pruebas en soja, maíz, trigo, que se vienen cultivando desde hace mes de 25 años en la Argentina y más de 80 en el mundo, no ha habido un solo caso declarado por problemas de alimentación por transgénicos. Además, son tantas las exigencias y controles que se hace muy difícil que se cultive o se tenga un organismo modificado con esos problemas. Solo debería haber más información al respecto de los alimentos y cultivos transgénicos”, especificó.

Otro punto que remarcó McLeod y resaltó Rébora es la discusión política y económica en torno al beneficio que tuvo y tienen las grandes empresas con el monocultivo, en su producción primaria del país y del mundo.

“En varias regiones del país, se ha avanzado sobre el suelo cultivando solamente soja de este tipo. Se lanza sobre el Chaco, se deforesta sin razones muy lógicas y atacando el ecosistema, sin medir las consecuencias. Aquí se debe aclarar que el problema es el monocultivo y su rentabilidad, no por ser genéticamente modificado. El inconveniente aquí no son los cultivos o alimentos transgénicos, sino el indebido uso del suelo que realizan las grandes empresas en todo el globo”, selló McLeod.

Fuente: unidiversidad.com.ar