Rescatan contribuciones de Helga Larsen y Bodil Christensen a la arqueología y etnografía mexicanas
Ninguna de ellas obtuvo una plaza titular en una universidad y ambas han sido casi olvidadas, especialmente en Dinamarca, aunque quizás menos aquí, en México, destacó Nielsen
En la historia de la etnografía mexicana hay dos mujeres poco estudiadas, pese a que sus contribuciones aún no se han cuantificado del todo. En parte, esto se debe a que desarrollaron su labor en la primera mitad del siglo XX, un periodo dominado por un entorno masculino; en otra, a su nacionalidad extranjera. Tal es el caso de las hermanas danesas Helga Larsen y Bodil Christensen.
“Helga y Bodil, sin educación formal en los estudios mesoamericanos, llegaron a México poco después de la Revolución, y pronto se establecieron en la Ciudad de México, trabajaron como traductoras escolares, secretarías y en la sucursal mexicana de la Compañía sueca Ericsson”, relató el investigador Jesper Nielsen, de la Universidad de Copenhague, durante la conferencia “Arrojo y curiosidad: Las contribuciones de las hermanas Helga Larsen y Bodil Christensen a la etnografía y la arqueología mexicanas”, como parte del ciclo La arqueología hoy, coordinada por Leonardo López Luján, miembro de El Colegio Nacional.
En su ponencia donde presentó los resultados preliminares de un proyecto de investigación sobre las dos hermanas danesas, Nielsen recordó que, desde su llegada a México, ambas se integraron a los círculos académicos y se involucraron cada vez más en trabajos demográficos y arqueológicos en el centro del país y estados adyacentes, como Puebla, Tlaxcala, Morelos y Veracruz. Su labor alcanzó tal relevancia que, entre 1934 y 1935, participaron en la segunda expedición sueca en México, dirigida por Sigvald Linné, donde comenzaron a documentar pinturas indígenas y hallazgos arqueológicos.
El relato de Jesper Nielsen comenzó con un acontecimiento ocurrido en 1936 en el pequeño y aislado pueblo de Pahuatlán, en la sierra norte de Puebla. Allí tuvo lugar una escena inusual: la comunidad de habla otomí se preparaba para un ritual de voladores, con la asistencia de habitantes de aldeas cercanas. Se había traído pulque y otros elementos necesarios para la celebración; sin embargo, lo que hizo especial aquella ocasión no fue la festividad en sí, sino la visita de dos mujeres extranjeras que habían llegado a Pahuatlán a caballo para estudiar y aprender sobre las tradiciones del pueblo.
“Las mujeres eran hermanas, Helga y Bodi venían de la Ciudad de México; sin embargo, por su pelo castaño rojizo, su piel dorada y su estatura, era evidente que no eran mexicanas. A medida que avanzaba el día, las dos hermanas entablaron animadas conversaciones con los voladores. Su sincero interés y conocimiento sobre el mundo indígena, junto con una buena dosis de encanto, debieron de impresionar a las autoridades locales como a los voladores, al grado que se les permitió tomar fotografías y ser retratadas junto a ellos”, narro Nielsen.
Las hermanas volverían varias veces al pueblo, estudiando distintos aspectos de la cultura local. Tras su muerte, las cenizas de Helga fueron esparcidas en las laderas de los cerros cercanos. En 1940, Bodil, volvió a una pequeña comunidad un poco más al norte para vivir una experiencia extraordinaria, lo que despertó el interés del investigador por conocer sobre ella y su hermana mayor.
Nielsen se ha dedicado a reconstruir la historia de Helga y Bodil, así como a indagar como terminaron en México, estudiando y documentando las formas de vida de los pueblos indígenas del centro de México, incluidos los remotos pueblos de la sierra norte. Para ello, ha contado con el apoyo de dos sobrinas-nietas de las hermanas, quienes le han proporcionado acceso a diarios, cartas, manuscritos inéditos y fotografías, “sin los cuales sería imposible reconstruir partes significativas de sus vidas, aunque la historia completa aún está por investigarse y escribirse”, concluyó.
A lo largo de su estancia en México, las hermanas publicaron trabajos pioneros sobre los voladores, danzas indígenas, el calendario de 260 días y la producción de papel ritual. Antes de su prematura muerte, en 1938, Helga también trabajó como secretaria de un destacado arqueólogo mayista estadounidense, a quien acompañó en una vista a los rebeldes mayas.
Bodil continuó sus investigaciones, enfocándose especialmente en las figuras de papel entre los nahuas y otomíes de Puebla. Más tarde se dedicó cada vez más al estudio y la colección de textiles indígenas, sobre todo en el estado de Oaxaca. Desde sus primeros años en México, también destacó como fotógrafa consumada, documentando a lo largo de su vida los modos de vida indígenas, yacimientos arqueológicos, edificios coloniales y el paisaje natural de México.
Arrojo y curiosidad
La charla se centró en los años de Helga y Bodil en Dinamarca, en lo que se sabe sobre su camino a México, su participación en la expedición sueca y en las extraordinarias contribuciones que realizaron, a pesar de no contar con estudios universitarios.
El acceso a un archivo privado en Dinamarca ha permitido añadir nuevos y sorprendentes datos y perspectivas a la historia de las dos hermanas. En las últimas décadas ha crecido el interés por la historia de la investigación sobre la exploración de Mesoamérica y las culturas y lenguas indígenas de México, reconoció Jesper Nielsen; incluso, dentro de este campo, ha surgido un subgénero importante: las historias de vida de los investigadores, que exploran su formación, influencias, éxitos y crisis. En la últimas dos décadas, se ha publicado un número significativo de biografías y autobiografías dedicadas a este tema”.
“También es bastante evidente que las notables investigadoras, que contribuyeron a sentar las bases de la arqueología y la historiografía mexicana, han recibido menos atención. Puede haber diversas razones para ello, pero probablemente se deba a factores estructurales. En el siglo XIX y durante buena parte del siglo XX, las mujeres dedicadas a los estudios mesoamericanos eran aún pocas y , aunque muchas realizaron aportaciones significativas, no obtuvieron puestos permanentes, cátedras e, incluso, no fueron remuneradas por su trabajo y contribuciones”.
El investigador danés también ha estudiado la obra de su compatriota Frans Blom, que realizó trabajos arqueológicos en el sur de México y es reconocido por sus publicaciones, así como por su casa y biblioteca de investigación en San Cristóbal de las Casas, en Chiapas. Sin embargo, lo que se conoce menos es que, al mismo tiempo que Frans, Helga y Bodil llevaban a cabo un trabajo pionero en el centro de México y en Oaxaca.
“Ninguna de ellas tenían un título universitario formal. Ninguna de ellas consiguió la titularidad en una universidad y ambas han sido casi olvidadas, especialmente en Dinamarca, aunque quizás menos aquí, en México. Es imposible abarcar todo lo que hicieron en una sola charla”, enfatizó Nielsen, quien ha presentado sus investigaciones en más de 15 países.
Helga y Bodil nacieron en Holbaek, a unos 50 km al oeste de Copenhague, en las últimas décadas del siglo XIX. Su padre era un destacado dentista y su madre una ama de casa. De acuerdo con las investigaciones, la familia gozaba de una buena posición social. Gracias a ello, cuando Helga enfermó de tuberculosis, tuvo la oportunidad de viajar hacia Estados Unidos, en especial a California, en busca de un clima que le ayudara en su salud.
De ese modo, comenzó un periplo que llevó a Helga al matrimonio con un banquero, del que terminaría por divorciarse. Tras su separación, recorrió el centro de México y, junto con Bodil, empezaron a adentrarse en el conocimiento de las comunidades, especialmente en aquellas cercanas a la Ciudad de México. A menudo se les veía documentando rituales en las faldas de Iztaccíhuatl, con un particular interés en la vida cotidiana y en las concepciones sobre la muerte en las comunidades indígenas.
“Un tema que les interesaba especialmente era la celebración anual de las muecas o el Día de los Muertos, Bodil toma fotografías maravillosas mientras que Helga escribe dos manuscritos que nunca llegaron a publicarse”, explicó Nielsen.
En la Ciudad de México compran un apartamento en pleno centro histórico de Ciudad de México, en la calle 5 de Mayo, en el segundo piso y con acceso a la azotea. Aquel espacio se convertiría en su hogar común durante muchos años y para Bodil, hasta su muerte. “En la ajetreada ciudad, Helga se gana la vida como traductora de español a inglés y fundó una escuela de idiomas, mientras que Bodil logra entrar a la compañía sueca Ericsson.
En 1932, el museo Demográfico de Suecia había enviado una expedición a México, encabezada por Sigvald Linné, quien había realizado importantes hallazgos en sus exploraciones en Teotihuacán. En una segunda expedición arqueológica y etnográfica, las hermanas Helga y Bodil participaron activamente desempeñaron un papel fundamental en el trabajo de campo.
“Sus viajes previos por las regiones que rodean el Valle de México hicieron que sus conocimientos y contactos fueran muy valiosos: Linné afirmó que fue gracias a su profundo conocimiento del país y de sus habitantes que lograron adquirir una amplia colección de materiales arqueológicos y etnográficos. Para Helga y a Bodil, precisamente, la dimensión etnográfica era lo que más fascinantemente: les interesaba, la gente viva más que cualquier otra cosa”, enfatizó Jesper Nielsen.
Previo a la conferencia del investigador danés, el colegiado Leonardo López Luján evocó la figura de Jacobo Daciano, el primer danés en llegar a tierras mexicanas. Fraile franciscano nació en Dinamarca alrededor del año 1484 y fallecido en Michoacán en 1566 o quizás en 1567, su vida ha sido reconstruida en gran parte gracias a las investigaciones de Jorgen Nybo Rasmussen.
El religioso llegó a la Ciudad de México en 1542, y trabajó en el imperial colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, donde aprendió náhuatl y enseñó a los jóvenes de la nobleza local tanto el castellano como el latín. Posteriormente, fue enviado a Michoacán, “donde realizaría sus más célebres contribuciones hasta el último día de su prolífica existencia”.
Fuente: El Colegio Nacional