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¿Existe un ‘gen asesino’ que orille a las personas a ser violentas? Esto dice la ciencia

Los estudios sobre los factores biológicos que acentúan conductas violentas se han intensificado desde la década de 1990

Al trabajar con una amplia familia de origen holandés, Brunner y su equipo se dieron cuenta de que cinco varones presentaban comportamientos agresivos inusuales, desde exhibicionismo hasta intentos de violación e incendios provocados. En estudios posteriores, se encontró que todos compartían una peculiar mutación relacionada con la enzima monoamino oxidasa A (MAO-A).

Con el paso de los años, el caso se popularizó y se difundió la creencia de que existe un ‘gen asesino’ o ‘gen guerrero’ que predispone a sus portadores a ser violentos. Pero ¿es esto cierto? En MILENIO te contamos lo que dice la ciencia al respecto.

Los hallazgos de Hans Brunner

El trabajo del genetista neerlandés introdujo en el ámbito científico lo que hoy se conoce como Síndrome de Brunner.

Luego de analizar muestras de orina recolectadas a lo largo de 24 horas, Brunner y su equipo identificaron que los varones con conductas agresivas presentaban una marcada alteración en el metabolismo de algunos neurotransmisores.

Concretamente, los especialistas hallaron una notoria deficiencia en la actividad enzimática de la MAO-A, ligada al cromosoma X. Pero, ¿cómo se relaciona esto con los comportamientos agresivos?

Las funciones cognitivas de nuestro cerebro dependen de una serie de procesos químicos. Una de las sustancias más relevantes para ello son los neurotransmisores, los cuales actúan como mensajeros, ya que a partir de ciertos estímulos emiten señales que excitan, inhiben o modulan las neuronas, según su tipo.

Teniendo en cuenta lo anterior, conviene señalar que la monoamino oxidasa A es una enzima que se encarga de metabolizar —es decir, descomponer— neurotransmisores como la serotonina, dopamina, epinefrina y norepinefrina.

Cuando las personas presentan una actividad excesiva de esta enzima pueden presentar afecciones como depresión o ansiedad, por lo que se les llega a tratar con medicamentos que inhiben la MAO-A. Sin embargo, en los varones que participaron en el experimento de Brunner, la situación era completamente opuesta, ya que sus organismos no procesaban los neurotransmisores como se suponía que debían hacerlo.

Un artículo publicado por Mercedes Martín López y José Manuel Perea, investigadores en la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga, advierte que el conjunto de neuronas que producen, liberan y responden a la serotonina ha estado relacionado con la aparición de conductas impulsivas tanto en animales como humanos.

¿La genética puede definir los comportamientos violentos?

En 2009, un juez de Italia aceptó reducir de nueve a ocho años de cárcel la condena que le había sido impuesta a Abdelmalek Bayout, un hombre originario de Argelia que aceptó haber asesinado a puñaladas a otro hombre en 2007.

La decisión judicial llegó luego de que al asesino confeso le practicaran una serie de pruebas neurológicas, en las cuales se descubrió que presentaba variaciones genéticas ligadas al comportamiento agresivo, incluida la baja actividad enzimática de la MAO-A.

Según los hallazgos de los neurocientíficos involucrados, la configuración genética del argelino lo hacía más propenso a responder de forma violenta ante ciertos estímulos. Su víctima, un hombre de origen colombiano, lo había criticado por el maquillaje que usaba en los ojos con fines religiosos.

Este caso, así como los estudios encabezados en los noventa por Brunner, han generado un intenso debate en la comunidad científica acerca de la posible influencia de estas mutaciones genéticas en el comportamiento de los individuos. Sumado a ello, el Síndrome de Brunner ha tenido una prevalencia sumamente baja, por lo que ha sido complicado profundizar en la relación que existe entre la nula ausencia de la enzima MAO-A y las conductas agresivas.

Pese a estas dificultades, se han realizado múltiples investigaciones con la intención de arrojar luz y encontrar, con la mayor certeza posible, qué tan determinados están nuestros comportamientos por el genotipo.

En 2004, el grupo encabezado por el psiquiatra Markos Skondras publicó un estudio en el que participaron cuatro grupos de personas: delincuentes presos por homicidio, reos ligados a otras agresiones, personal carcelario y sujetos sin relación alguna con el sistema penitenciario.

Los participantes fueron sometidos a exámenes psicométricos y a pruebas que permitían conocer su nivel de actividad enzimática. Al finalizar el experimento, encontraron que los delincuentes presentaban menores niveles de MAO-A; además, los reos procesados por actos violentos tuvieron una mayor puntuación en las escalas que se usaron para evaluar ansiedad, hostilidad y depresión.

Dos años antes, en 2002, el psicólogo Avshalom Caspi y su equipo de colaboradores publicaron una investigación que se ajusta más a las hipótesis que, hoy día, se mantienen, pues sugiere que la composición genética por sí sola no es motivo suficiente para la aparición de conductas violentas.

Para su estudio, los especialistas trabajaron con más de mil personas con la intención de descubrir si había alguna relación entre los bajos niveles de MAO-A, la historia de maltrato infantil y la conducta antisocial.

En este caso, analizaron el papel de la enzima MAO-A como moderador del impacto que la violencia ejercida en su contra podía tener a lo largo de su vida. Al concluir la investigación, encontraron que la interacción entre los bajos niveles de actividad de esta enzima y el ambiente de constante maltrato sí podía ayudar a predecir la aparición de conductas antisociales.

Con el objetivo de recopilar los esfuerzos en esta materia, Mercedes Martín López y José Manuel Perea advirtieron en su artículo de 2008 que la baja actividad de MAO-A puede inclinar a los portadores de esta mutación a conductas impulsivas y violentas, pero no es un aspecto que, de forma individual, pueda predecir comportamientos agresivos.

«Las conductas impulsivas y violentas son el producto de múltiples factores que interactúan entre sí, incluidos los psicobiológicos y socioculturales», puede leerse en su obra.

En el mismo sentido, el psicólogo Iván Pozos Pedraza manifestó en entrevista con MILENIO que, a más de tres décadas del estudio de Brunner, aún no existe un consenso sobre los posibles orígenes genéticos de la violencia, pues el tema es altamente complejo.

«Hablar de la condición humana no es solamente hablar de lo psicológico. Implica también aspectos biológicos y culturales. No todo es blanco y negro, el ser humano es puro gris y nuestra conducta no es tan simple», comentó el especialista.

Fuente: milenio.com

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