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Estos científicos están enterrando cadáveres humanos en medio del bosque para ver cómo afecta su descomposición a las plantas cercanas

En 1971, frustrado por lo poco que se había avanzado en la ciencia de la descomposición desde el siglo XIII, el antropólogo William M. Bass tuvo una idea: crear un lugar donde poder poner decenas de cuerpos en cientos de condiciones ambientales distintas y analizar con detalle cómo se iban deshaciendo poco a poco. Como era previsible, pese a que en las morgues de la Universidad de Tennessee se acumulaban decenas de cuerpos donados a la ciencia, nadie se lo tomó en serio.

Pero él no se amilanó. Hoy por hoy, el “Body Farm” de la ciudad de Knoxville tiene más de 10.000 metros cuadrados y estudia a más de 150 cuerpos al mismo tiempo. Sí, es lo que parece: metros y metros de cuerpos descomponiéndose que han tenido un papel clave tanto para la ciencia forense contemporánea, como para la arqueología y otras ciencias afines.

Ahora, el equipo del Centro ha empezado a hacer algo distinto: enterrar cuerpos en zonas boscosas.

¿En serio? ¿Por qué?

Lo explicaba el investigador principal del programa, Neal Stewart Jr, profesor de ciencias vegetales en la Universidad de Tennessee: “En zonas abiertas y pequeñas, las patrullas pueden ser efectivas para encontrar a alguien desaparecido, pero en partes más boscosas o traicioneras, como el Amazonas, eso es sencillamente imposible”. “Reflexionando sobre esto, nos preguntamos si las plantas podrían funcionar como indicadores de la descomposición humana que nos permitieran una recuperación corporal rápida y segura”.

La lógica es sencilla: la descomposición de los cadáveres provoca cambios químicos en los ecosistemas cercanos a los cadáveres. “Islas de descomposición”, lo denominan los autores y se trata de un proceso que altera el suelo, las raíces y, también, las hojas de las plantas cercanas. “El resultado más obvio de las islas sería una gran liberación de nitrógeno en el suelo, especialmente en el verano cuando la descomposición ocurre rápido”, explicaba Stewart.

El problema es que “detectar de forma remota” los “cambios en la composición foliar de la planta” para encontrar pistas sobre la composición del terreno y el efecto “isla de descomposición” es más difícil de lo que parece. Cosas tan básicas como diferenciar entre cuerpos humanos y otros mamíferos grandes es ya endiabladamente difícil.

Para diseñar los algoritmos de búsqueda, el Centro reunió a un grupo de botánicos, antropólogos y científicos para empezar una serie de experimentos en zonas de la universidad con los que comprobar los efectos de la descomposición en la vegetación. Usando las instalaciones, están trabajando en nuestra comprensión de los metabolitos específicos de la descomposición de restos humanos y en cómo influyen en la apariencia de las plantas.

Es pronto para saber si lo conseguirán finalmente, pero los datos que van publicando son realmente muy prometedores. La ciencia de la muerte y de sus implicaciones no es demasiado popular. No puedo reprochárselo a nadie. Sin embargo, por algún motivo que no acabo de entender, resulta fascinante.

Fuente: xataka.com