El extraño lagarto con dos ojos extra bajo la piel

Muchos reptiles tienen tres ojos, uno de ellos oculto bajo la piel, pero Saniwa ensidens tenía cuatro, como las lampreas

Un ser humano tiene dos ojos, como el resto de los mamíferos y las aves, una araña tiene ocho y una vieira doscientos, pero ¿y un reptil? La respuesta sencilla es decir que, igual que nosotros, cuentan con solo dos ojos, pero es probable que hayas comenzado a albergar en ti la sospecha. ¿Se trata de una pregunta trampa? No exactamente, es verdad que muchos reptiles tienen solo dos ojos, pero existen otros tantos a los que ese número se les queda corto. Bajo lo que podríamos llamar su “frente” se esconde un tercer ojo cubierto de piel. No es demasiado grande, pero tampoco es un juego de palabras, se trata de un ojo en toda regla, aunque algo diferente.

Si esto te ha sorprendido, prepárate, porque a falta de tres, en 2018 se descubrió una especie extinta de varano que contaba con cuatro ojos, Saniwa ensidens, dos como aquellos a los que estamos acostumbrados y otro par en la “frente”. Tanto en un caso como en otro, estas estructuras de los que tan poco se habla son llamados “ojos parietales” y nuestros antepasados las tenían. ¿Por qué las perdimos? ¿Para qué sirven? ¿Por qué volvieron a aparecer en ese extinto varano? Las respuestas todavía no están del todo claras, pero existen indicios muy interesantes no solo en otros reptiles vivos, sino en un extraño y prehistórico pez aparentemente salido de las pesadillas del mismo Lovecraft. Un animal sin mandíbula, pero con un embudo de dientes por boca y que, contra todo pronóstico, en algunas zonas de Galicia es considerado todo un manjar: la lamprea (Hyperoartia).

Un ancestro de cuatro ojos

Aunque parezca mentira, este pez esconde bastantes secretos sobre cómo hemos llegado a ser como somos. Cierto es que nos separamos de ellos hace mucho, cuando todavía no habíamos desarrollado ni siquiera una mandíbula; de hecho, ese es el motivo por el que pertenecen a una clase de animales llamados agnatos (sin mandíbula) junto con los peces bruja o mixinos (Myxini) No obstante, su sistema nervioso sigue guardando bastante similitudes con el nuestro, encontrando un equilibrio entre la simplicidad y nuestra complejidad que las convierte en modelos de estudio muy interesantes para las neurociencia evolutiva.

En cualquier caso, si estudiamos el cerebro de una lamprea, veremos algo extraño. Desde sus profundidades nacen dos nervios que ascienden atravesando la materia blanca hasta emerger como dos cortas antenas colocadas en fila. En sus extremos hay un ligero abombamiento. Son ojos. No hay duda alguna, aunque no se parezcan a los nuestros responden específicamente a estímulos luminosos; y eso es más o menos todo lo que le pedimos a un ojo, aunque cuando son todavía más rudimentarios tienden a llamarse ocelos, como en el caso de las medusas.

Diseccionando el cerebro de la lamprea veremos que estas estructuras son, realmente, prolongaciones de una estructura llamada epífisis, siendo la parte anterior el ojo parapineal y el posterior el pineal. Ambos son ojos parietales, para distinguirlos de los laterales (que son los que nosotros tenemos al frente de nuestro rostro). Estos ojos han despertado infinidad de hipótesis, desde que sirven para mantenerse alerta ante los depredadores (como quien dice tener ojos en la nuca) o para saber a qué altura se encuentra la superficie. Sin embargo, la explicación que actualmente parece tener más papeletas es mucho más sencilla. La estructura de estos ojos parietales no está demasiado desarrollada y difícilmente puedan ver algo más que sombras y luces difusas. Precisamente por eso, podrían ser extremadamente útiles para detectar cambios en la luminosidad algo que no solo le permitiría saber cuándo está anocheciendo, como ya hacen los ojos laterales, sino que podría funcionar como un calendario solar, regulando sus ciclos anuales para controlar sus migraciones, o el desove.

No obstante, los parientes cercanos de la lamprea no cuentan con este cuarto ojo. ¿Por qué?

¿Una misteriosa pérdida?

Muchos peces muestran un tercer ojo bajo sus escamas, incluso los anfibios y algunos tipos de reptiles. Tal vez el caso más extremo sea el del tuatara (Sphenodon). Su ojo, a pesar de ser comparativamente el más grande de todos los reptiles vivos, no fue descubierto hasta 1872. La pregunta es ¿el último antepasado común del tuatara y las lampreas tenía cuatro ojos? En tal caso, ¿por qué perdió uno? El motivo es, posiblemente, el mismo por el que aves, cocodrilos y mamíferos no tenemos ojos parietales. Sea cual sea esta razón, puede que esté relacionada con el desarrollo de habilidades cognitivas más complejas, haciéndonos capaces de medir el paso de las estaciones de forma más sutil, haciéndonos más capaces de interpretar patrones de nuestro entorno como la caída de las hojas o la altura de las mareas.

En cualquier caso, hay que tener presente que estos ojos no son como las versiones rudimentarias de las lampreas, sino que, en el caso del tuatara, por ejemplo, cuenta con estructuras complejas que recuerdan a nuestra retina, o a la córnea, así como una lente similar a nuestro cristalino. No sería extraño que, lejos de las luces y sombras que veían sus ancestros, el tuatara pudiera distinguir más o menos el contorno de los objetos.

Otra hipótesis, apunta a que el antepasado común entre las lampreas y los reptiles solo tenía un ojo parietal y las lampreas desarrollaron un añadido. En cuyo caso, la pérdida del otro en los mamíferos podría haberse debido a la temperatura. Aparentemente, los reptiles encontrados en los trópicos muestran ojos parietales menores que los de latitudes polares. Puede que el motivo sea que, en climas fríos, la falta de sangre caliente obliga a aprovechar cada rayo de Sol y un reloj preciso sería de gran utilidad. Otra explicación más parsimoniosa es que en el ecuador los cambios de luz son más abruptos con anocheceres y amaneceres más rápidos. En ese caso, un tercer ojo preparado para notar pequeñas variaciones en la luminosidad, a priori, no tendría demasiado sentido. En cualquier caso, sigue siendo especulación.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que, realmente, dicho ojo no ha desaparecido por completo en nosotros, solo que se ha interiorizado. Nuestra glándula pineal sigue siendo capaz de percibir cambios de luminosidad que nos ayudan a mantener nuestros patrones de sueño, estimulando la secreción de melatonina cuando anochece, y ayudándonos a conciliar el sueño.

Sea como fuere, una de las claves para resolver este misterio puede encontrarse en el registro fósil, concretamente en los dinosaurios. Existen indicios de especies con aberturas craneales parecidas a aquellas por las que pasaría el ojo parietal, e incluso casos extremos como el del Triopticus primus. No obstante, sí sabemos que ancestros inmediatos de los mamíferos, como los terápsidos mantenían su tercer ojo, aunque, por supuesto, es necesario investigarlo en mayor profundidad para llegar a conclusiones firmes.

El único lagarto de cuatro ojos

Por si estas incógnitas fueran pocas, resulta que, como decíamos al principio, han sido descubiertos los restos fósiles de un nuevo lagarto, que pone todo esto en jaque. Concretamente una especie extinta de varano llamada Saniwa ensidens y que resulta ser el único vertebrado con dos pares de ojos, como las lampreas, dos laterales y otros dos parietales. ¿Es pura casualidad o pueden tener algo en común?

Lo cierto es que no se sabe y lo ideal sería contar con una muestra genética del lagarto, para así poder compararla con los genes encargados de expresar los ojos parietales en las lampreas. Si estos son los mismos, podría sospecharse que, incluso habiendo evolucionado de forma independiente, son una solución especialmente sencilla y condicionada por otras características genéticas tal vez relacionadas, no con el cuarto ojo, pero sí con el tercero. Es cierto que esta incertidumbre deja un sabor amargo, pero no todo es duda. Precisamente, con este descubrimiento ha podido corregirse un error que estábamos cometiendo.

Como habíamos dicho, las lampreas muestran una protuberancia pineal y otra parapineal. Hasta ahora habíamos asumido que el tercer ojo de los lagartos era una prologación de la epífisis que correspondía a nuestra glándula pineal, pero a tenor de cómo se distribuyen los agujeros en los huesos parietales del Saniwa ensidens, parece que estábamos equivocados. El ojo parietal de los lagartos ha sido llamado incorrectamente ojo pineal cuando es el parapineal. Sabiendo esto podemos entender mejor la historia evolutiva de la vida y por lo tanto nuestra historia.

Ahora sabemos, no solo que hay lagartos con tres ojos, sino que conocemos su origen. Gracias a Saniwa, los científicos han podido arrojar algo más de luz sobre nuestro pasado. Una luz que pudimos ver con nuestro tercer ojo y que nada tiene que ver con la espiritualidad oriental.

Fuente: larazon.es