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Cae el mito: nuestro olfato no es peor que el de los animales

Cuando Jan Brueghel el Viejo y Rubens pintaron juntos la alegoría de los cinco sentidos eligieron para el olfato un escenario natural en el que Venus, rodeada de bellos animales, se deleitaba con los aromas de las flores en un jardín idílico. Perfumes y guantes de ámbar, un codiciado objeto que ya en el siglo XII retenía las fragancias más sofisticadas de la época, forman parte de un ambiente en el que la belleza de las esencias parece existir sólo para nuestro propio placer.

Si de apreciar un olor se tratase, nadie pondría en duda la capacidad del ser humano para distinguir con increíble sutilidad las diferentes tonalidades de un aroma. Cuando se trata de vinos o perfumes nuestro talento olfatorio parece estar claro y nadie lo discute. Sin embargo en cuestión de rastros, nadie competiría con un sabueso, y si de nosotros dependiera, la gota de sangre a la que los tiburones se acercan desde la otra punta del océano, se quedaría muy probablemente sin nuestra compañía.

Los animales tienen mejor olfato que nosotros. Esta es la creencia. Por lo menos hasta ahora, pues el investigador John McGann de la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey (EEUU) ha presentado un estudio en la revista Science que viene a desmontar el mito. El sentido del olfato humano puede ser incluso mejor que el de otros animales, aunque depende de para qué.

El origen de la falsa convicción acerca de nuestra pobre capacidad para oler viene del siglo XIX, cuando el médico y antropólogo francés Paul Pierre Broca, que escribió hasta 53 tratados sobre el cerebro, afirmó que el reducido tamaño de nuestro bulbo olfatorio, el área cerebral relacionada con el olfato, nos coloca en desventaja frente al de otros animales. Y aunque los estudios sobre la evolución del hombre moderno ya arrojan dudas sobre esta afirmación, nadie ha rebatido hasta la fecha las tesis de Broca.

Para McGann, no obstante, el tamaño no lo es todo. Su trabajo sugiere que la relación entre las dimensiones de un área del cerebro y su función puede presentar excepciones, siendo el bulbo olfatorio uno de estos casos. Además, el estudio arroja que el número de neuronas de esta región es muy parecido entre las distintas especies.

En cuestión de genes parece que los animales nos ganan. Los 1.000 diferentes tipos de receptores relacionados con el olor que poseen por ejemplo los ratones, supera con creces a nuestros 400, lo que ha contribuido también a menospreciar nuestras aptitudes olfativas.

Aún así, McGann afirma en sus investigaciones que el hombre es capaz de discernir entre un billón de olores diferentes, otro dato que comúnmente se reduce a tan solo 10.000 aromas. Las señales que nuestro bulbo olfatorio envía a otras zonas del cerebro, muy desarrollado en el caso humano, para ayudarse a identificar olores, podría igualar nuestra capacidad de olfato con la de otros mamíferos.

En todo caso, según McGann, los animales son mejores para detectar ciertos olores, mientras que el hombre lo es para otros. Por ejemplo, los seres humanos somos más sensibles que los perros a un compuesto que se encuentra en los plátanos. Los resultados que se obtienen de comparar las diferentes aptitudes entre especies dependen de los estímulos olorosos que se usen en las pruebas.

La importancia del olfato

El trabajo de McGann indica que el olor es muy importante en la especie humana y que influye incluso en nuestro comportamiento. Desde las decisiones sobre nuestros gustos a la hora de comer, hasta cómo interactuamos con los demás, cómo elegimos pareja, o cómo asociamos recuerdos y emociones a determinados aromas, el sentido del olfato condiciona nuestras experiencias y forma una parte fundamental de nuestra psicología.

Durante el embarazo, por ejemplo, algunas mujeres se quejan de determinados olores y aseguran sentirse molestas. «Las mujeres en promedio tienen un sentido del olfato más fuerte que los hombres. Este sentido además aumenta por el embarazo», ha asegurado John McGann en declaraciones a EL MUNDO.

Nuestro entorno condiciona incluso cómo olemos. Para la vida en el campo o en la ciudad respondemos de distinta manera en cuanto a este sentido. «Hay influencias ambientales en el olfato que aún no entendemos. El sistema olfativo se adapta para que los olores que permanecen constantes (como nuestros hogares) se desvanezcan en el fondo. También hay una clara influencia de algunos tipos de contaminación urbana sobre nuestras habilidades olfativas», ha explicado McGann.

En cuanto a la existencia de feromonas, unas sustancias que intervendrían en la comunicación entre los animales por medio del olfato, y nuestra reacción a ellas, McGann ha afirmado que «hay olores claros que pueden influir en la emoción y el comportamiento humanos, pero probablemente no son feromonas en un sentido tradicional. No se han encontrado aún para la especie humana feromonas similares a las de los animales».

Fuente: elmundo.es