Salud

Un grupo de científicos logra desactivar el ‘instinto asesino’ dentro del cerebro

¿Es posible localizar el lugar concreto del cerebro en que se ubican los instintos, esas conductas heredadas que permite a los animales sobrevivir? Cabe decir que sí, a la luz de un estudio que se publica hoy y que ha identificado las regiones en las que se activan los distintos aspectos del instinto cazador. Los científicos de las universidades de Yale y Sao Paulo han ido más allá, mostrando que apagar y encender ese instinto, como con un interruptor, ya es posible.

«Hemos descrito por primera vez cómo las redes conectadas en el cerebro de los mamíferos organizan un complejo comportamiento de supervivencia, a saber, la caza predatoria», explica a Materia el autor principal de este trabajo, el brasileño Ivan de Araujo. Según explica este neurocientífico de Yale, el hallazgo contribuye a nuestra comprensión de cómo el cerebro de los mamíferos puede resolver de forma sencilla y automática complejas tareas computacionales como la que implica cazar: una secuencia pautada de movimientos que requiere gran coordinación para ser efectiva. El cazador necesita que sea eficiente para que ese instinto que comparten en su especie mejore sus opciones de supervivencia.

Los investigadores, que publican sus resultados en la revista Cell, lograron localizar y dominar este instinto predador en un grupo ratones. Estos animalillos no son precisamente unos depredadores de primer orden, pero sí tienen desarrollada una buena capacidad para cazar insectos. Y los científicos ya han aprendido a domar su cerebro gracias a la optogenética, una técnica que ayuda a intervenir sobre determinadas neuronas mediante láser.

Este equipo, además, proporcionó un marco conceptualmente novedoso con respecto a las funciones de una zona cerebral llamada amígdala central, que se sabe que es crítica para el procesamiento emocional en prácticamente todas las especies de vertebrados estudiadas. Porque fue allí donde lograron ubicar el instinto cazador, que a su vez se divide en dos partes bien diferenciadas. Por un lado, la capacidad de reaccionar rápidamente al ver la presa y lanzarse a por ella para capturarla. Por otro, la habilidad para usar la mandíbula, en coordinación con las garras, para asestar la dentellada mortal a su objetivo.

Al activar ese grupo de neuronas de la amígdala, el ratón estudiado se lanzaba denodadamente a la caza contra cualquier objeto que encontrara en su camino, aunque no tuviera hambre. Eso sí, nunca cargaba contra otros ratones que hubiera a su alrededor. Esto significa que el instinto cazador se circunscribe a una necesidad específica de alimentarse, según explican los autores del estudio. La nota de prensa de Cell habla de ratones como zombis como los de The walking dead, pero a Araujo no le convence del todo la comparación, precisamente por ese aspecto: no genera una agresión indiscriminada en su entorno.

Posteriormente, atacaron al subconjunto de neuronas que controla las dos secuencias de movimientos para tratar de desactivarlas. Cuando mataron las neuronas encargadas de la caza y captura, los ratones tardaron mucho más tiempo del razonable en lanzarse a por la presa, aunque mantenían la fuerza mordedora en su mandíbula. Al apagar las neuronas responsables de la dentellada mortal, las que controlan los movimientos craneofaciales, los ratones cogían con sus patas al insecto, pero no alargaban su cuello para morder y cuando lo hicieron la mordedura era un 50 por ciento más débil que en los demás ratones. Habían logrado incapacitarle para matar a su presa, a pesar de que lo buscaba con ansia.

Este logro plantea preguntas interesantes acerca de lo que entendemos por instinto. «Es probable que, siendo empiristas, los científicos infieren instintos al notar que una especie en particular es capaz de realizar ciertas acciones particulares», responde Araujo. Y añade: «La incapacidad para iniciar inmediatamente la búsqueda de presas podría describirse o interpretarse como un instinto depredador defectuoso». «Diría, pues, que lo que observamos es principalmente una capacidad defectuosa para perseguir y capturar presas», zanja el investigador de Yale. Su siguiente objetivo: entender mejor cómo se transmiten las percepciones sensoriales, como la visión o el olor de la presa, que hacen que estas neuronas cazadoras se activen.

Fuente: elpais.com