¿Tienes una infección intestinal? El culpable no siempre es lo último que comiste

Sucede de la nada, cuando menos te lo esperas: un minuto estás bien y al siguiente comienzas a sudar mientras unos calambres recorren tu vientre de un lado a otro. Aparece el vómito o la diarrea, o ambas, y empiezas a temer que morirás.

Luego, así como llegó, desaparece. Y vuelves a ser el mismo de siempre, tal vez después de uno o dos días de ver Netflix compulsivamente, mientras comes galletas saladas con jugo de manzana.

Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) suponen que esta situación, conocida como “evento gastrointestinal agudo”, nos ocurre a todos por lo menos una vez al año. Los episodios, si bien bastante desagradables, por lo general no ameritan acudir al médico ni requieren medicamentos.

Sin embargo, dichos eventos nos obligan a hacer un alto para tratar de identificar qué fue lo que nos enfermó de esa forma tan incómoda. Aunque no hay forma de saberlo con certeza, hay claves que podrían ayudarte a determinar la fuente y reducir el riesgo en el futuro.

“Se tiende a culpar al último alimento que se consumió, pero probablemente sea lo penúltimo, y no lo último que se ingirió”, comentó Deborah Fisher, gastroenteróloga y profesora asociada en la Facultad de Medicina de la Universidad Duke.

El estómago necesita de cuatro a seis horas para digerir un alimento en su totalidad; después al intestino delgado le toma entre seis y ocho horas absorber todos los nutrientes y trasladar lo que queda al colon. Posteriormente, los restos permanecen ahí de uno a tres días, donde se fermentan y van formando eso que vemos al jalar la palanca del retrete.

El tiempo que requiere el tránsito intestinal varía de manera importante de una persona a otra, pero los gastroenterólogos dicen que es fácil saber cuánto nos toma a cada uno si comemos un elote y esperamos a ver aparecer los granos sin digerir en nuestras heces.

Quizá suene asqueroso, pero tomando eso como punto de referencia, la próxima vez que te enfermes podrás calcular mejor cuándo fue que consumiste aquello que te cayó mal. Por ejemplo, si vomitas algo y no tienes diarrea ni malestares, lo que te enfermó podría tratarse de algo que comiste en las últimas cuatro o seis horas.

Si te levantas a medianoche con calambres y diarrea, lo más probable es que se trate de algo que comiste entre 18 y 48 horas antes, dependiendo de tus resultados en la prueba del elote.

Los virus y las bacterias (como norovirus, estafilococo áureo, campylobacter, salmonela, E. coli y Bacillus cereus) son los causantes de la mayoría de las enfermedades que se transmiten a través de la comida.

De tal modo que, además de averiguar el momento exacto en el que consumimos los alimentos, también hay que considerar cuáles son más propensos a contaminarse. Los artículos que mencionan los CDC y que aparecen con frecuencia en la lista de alimentos a recordar de la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por su sigla en inglés) incluyen vegetales de hojas verdes, hierbas culinarias, frutas con cáscara texturizada como el melón, los tomates frescos, los pepinos, los chiles jalapeños, las mantequillas de frutos secos, los moluscos, los guisantes congelados, el queso y el helado.

Otros alimentos de los que debemos desconfiar son aquellos que han estado fuera del refrigerador durante varias horas, como la clásica ensalada de papa del pícnic familiar o el arroz frito de un bufé chino.

En general, la comida de restaurante tiende a presentar mayor riesgo no solo porque hay más personas involucradas en su preparación, sino porque los ingredientes se compran a granel. “Una hamburguesa de restaurante de comida rápida puede estar hecha con carne de distintas vacas”, comentó Fisher, y para enfermarte basta con un solo patógeno. “Los huevos de tu omelette salieron de un empaque, así que podrían provenir de cincuenta gallinas distintas”, explicó.

De igual forma, también debemos desconfiar de los jugos y los licuados recién hechos que se extraen de kilos y kilos de verduras y frutas. Una pizca de tierra contaminada en tu bebida basta para causar estragos en tu intestino. Además, hay que pensar en la cantidad de personas que tocan los alimentos desde su cosecha en el campo hasta su ingreso en el extractor de jugos.

No hay que olvidar los gérmenes de tus propias manos si no tienes cuidado de lavarlas con agua y jabón (los desinfectantes de manos no matan algunos de los bichos que causan enfermedades intestinales). ¿Comiste o te tocaste la boca con los dedos después de tocar la baranda del subterráneo o después de lanzarle una pelota llena de saliva a tu perro? ¿Pusiste tu teléfono móvil en la mesa de una cafetería o encima del dispensador de papel higiénico en un baño público y después lo acercaste a tu boca para contestar una llamada? Los gérmenes que llegan a tu tracto digestivo no siempre provienen de los alimentos.

Algunas veces, no es un germen el que ocasiona el malestar intestinal: puede ser una sobredosis de oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos y polioles fermentables, que en los círculos médicos se conocen por su sigla en inglés como Fodmaps. Básicamente, son carbohidratos que el intestino delgado no absorbe bien cuando se comen en exceso y que después llegan hasta el colon para causar todo tipo de problemas.

Los Fodmaps incluyen una gran variedad de alimentos cuyo consumo se fomenta: brócoli, coles de Bruselas, rábano, espárragos, aguacate, hongos, granos enteros y leguminosas.

“Hoy en día queremos comer los alimentos más saludables, pero muchos de ellos son ricos en Fodmaps”, explicó Scott Gabbard, gastroenterólogo de la Clínica Cleveland. “Puede ser que siempre comas grandes porciones de ensalada, pero un buen día, una combinación específica de frutas y verduras en tu ensalada resulta ser lo suficientemente alta en Fodmaps como para sobrepasar la capacidad que tiene tu organismo de absorber esos carbohidratos y así es como acabas comiéndote algo que más bien es una purga”.

Los medicamentos también son una fuente común de eventos gastrointestinales agudos. Fisher narró la historia de un paciente que, de no ser por episodios de malestar gastrointestinal espaciados por varios meses, se habría considerado completamente saludable y activo. Después de muchas pruebas que resultaron negativas, la doctora por fin determinó que se trataba del inhibidor de la enzima convertidora de angiotensina que el paciente tomaba para controlar su presión arterial.

“Un efecto secundario del medicamento es que ocasiona inflamación intestinal, así que le ocurrían estas obstrucciones parciales y temporales”, explicó Fisher. “Vomitaba y se saltaba una comida, y así disminuía la inflamación. El problema continuó hasta que le quitamos ese medicamento y ahora está bien”.

Los medicamentos que se utilizan para tratar la depresión, las alergias y el reflujo gastrointestinal también pueden hacernos más vulnerables a ataques intensos y de corta duración de vómito o diarrea, o ambos. Las drogas de uso recreativo también pueden ser culpables. “Estamos comenzando a ver más un síndrome de vómito cíclico llamado hiperémesis cannabinoide debido al contenido tan elevado de tetrahidrocannabinol”, comentó Gabbard, refiriéndose al componente psicoactivo de la marihuana.

Por último, está el estrés. Lo que sucede en tu cabeza tiene un enorme impacto en tus intestinos y viceversa. “El cerebro humano y el sistema nervioso están en estrecha combinación con otro sistema nervioso que está presente en las paredes del intestino”, explicó Santhi Swaroop Vege, gastroenterólogo de la Clínica Mayo. “Estas fibras nerviosas, nervios y plexos están presentes en la pared del intestino desde el esófago hasta el recto”.

Así que, en lugar de que sea algo que comiste, puede ser que hayas tragado miedo, ansiedad, enojo o tristeza y que eso esté causando estragos en tus nervios, secreciones químicas y en la microbiota que mantiene tus intestinos trabajando sin sobresaltos.

Los gastroenterólogos, al igual que los psiquiatras, dicen que no es poco común que los eventos gastrointestinales agudos cesen o se hagan menos frecuentes después de que el paciente renuncia a un mal trabajo o cuando acaba con una mala relación. Es por eso que, cuando debemos tomar una decisión difícil, tal vez lo mejor es hacerle caso a nuestros instintos… o a los calambres.

Fuente: nytimes.com