La investigación, dirigida por Carles Lalueza-Fox, del Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-Universidad Pompeu Fabra), se publica hoy en la revista PNAS, editada por la National Academy of Sciences de Estados Unidos.
El estudio ha sido posible gracias a unas preparaciones (muestras de sangre) recogidas en la década de 1940 por el doctor Ildefonso Canicio, quien durante décadas trabajó con pacientes infectados de malaria en los arrozales del Delta del Ebro.
Y es que, aunque suene a enfermedad exótica o “africana”, lo cierto es que hasta hace 70 años, “la malaria era una enfermedad endémica en Europa, con presencia incluso en países del norte como de Inglaterra, Rusia o Alemania”, recuerda a Efe Lalueza-Fox.
Sin embargo, la falta de preparaciones, los problemas de conservación y, sobre todo, la complejidad de manipular las muestras, habían hecho imposible, hasta ahora, saber cómo era el patógeno que había en el continente.
“El trabajo, que hice yo mismo, fue complicado porque en una gota de sangre hay pocos patógenos pero aun así logramos capturar el ADN humano y secuenciar lo descartado, que estaba muy enriquecido para el Plasmodium”.
Tras el análisis, “vimos que los tres pacientes estaban infectados con Plasmodium vivax (el que causa la forma más leve de malaria) y con Plasmodium falciparum (la más severa). Recuperamos los genomas mitocondriales completos de los dos patógenos y los comparamos con los de las poblaciones actuales”.
Europeos y persas, vectores de la malaria
La primera conclusión del trabajo es que el linaje europeo de P. vivax “está muy cerca” de la cepa más común que hay actualmente en Sudamérica y Centroamérica, lo que sugiere que “podría haber llegado al nuevo continente de la mano de los colonizadores”.
En cuanto al P. falciparum, gracias a escritos griegos antiguos que relataban los síntomas de la enfermedad, todo hacía pensar que esta cepa europea procedía de la India y que había llegado al viejo continente con la expansión helenística y del antiguo imperio persa.
La investigación ha demostrado que la cepa europea del P. falciparum es “idéntica” a otra que únicamente se ha descrito en la India, lo que confirma que este linaje pudo llegar a Europa hace unos 2 mil 500 años con la expansión griega.
Fármacos contra la malaria
Pero además de situar los movimientos de la malaria en los últimos siglos, el trabajo será una gran ayuda para la investigación y para buscar antipalúdicos más efectivos que los actuales.
Y es que, según cifras de la Organización Mundial de la Salud, cada año se registran medio millón de muertes en el mundo por malaria, y sólo durante el año pasado, 241 millones de personas habían contraído la enfermedad en algún punto del planeta.
La cepa de Plasmodium vivax es la más extendida pero la más leve, mientras que la Plasmodium falciparum, la que predomina en el África subsahariana, es la responsable del 90 por ciento de las muertes por esta enfermedad, en su mayoría niños menores de 5 años.
Sin embargo, uno tras otro, desde la cloroquina hasta los fármacos más modernos, los tratamientos contra el Plasmodium han ido provocando mutaciones en las cepas del parásito que le han hecho resistente a los medicamentos.
“Esta investigación nos da la oportunidad de saber cómo era el genoma de un Plasmodium antes de que se utilizasen los tratamientos modernos de los últimos 50 años, lo que nos permitirá ver si las mutaciones que se han descrito son de resistencia a estos fármacos”, precisa Lalueza-Fox.
De momento, los investigadores han recuperado cerca del 40% del genoma del Falciparum europeo pero hacen falta más preparaciones para ampliar el trabajo y saber cuál era la diversidad que había dentro del continente y “seguir comparando el genoma de falciparum de antes de los tratamientos para describir cuáles han sido los factores que han provocado la resistencia a los medicamentos”.
Fuente: Agencia EFE