Salud

Ojos biónicos contra la ceguera

«El ojo biónico tiene el potencial de llegar a suplir algún día las carencias de la visión. La tecnología va a seguir evolucionando y nosotros también adaptaremos y mejoraremos nuestras técnicas para que eso ocurra en un futuro», explica en una entrevista para EL MUNDO Paulo Stanga, profesor de la Universidad de Manchester, Reino Unido.

Stanga se ha convertido en uno de los mayores expertos a nivel mundial en cirugías para implantar chips en la retina de pacientes que han perdido la vista de forma parcial y que puedan así combinar lo que les queda de visión natural con una visión artificial.

Desde el año 2000, cuando se llevó a cabo la primera intervención de este tipo, más de 200 pacientes han sido implantados con una tecnología que permite, a quienes han perdido completa o parcialmente la visión, una simulación de la misma a través de patrones lumínicos.

«La tecnología del Argus II, que es como se llama el dispositivo, tiene dos partes, una interna y otra externa. La parte visible son unas gafas con una cámara que envía la imagen a un microprocesador del tamaño de un paquete de tabaco y, posteriormente, la rebota por radiofrecuencia a una antena dentro del ojo. Según sea la imagen, los 60 electrodos que forman ese implante estimularán de una forma u otra la retina para que el paciente pueda intuir lo que tiene delante», detalla el profesor Stanga, quien realiza sus intervenciones e investigación en el Manchester Royal Eye Hospital.

Hasta el año pasado, el ojo biónico sólo tenía aplicación para una enfermedad ocular conocida como retinosis pigmentaria, que ocasiona una pérdida gradual de la visión hasta ocasionar en el paciente una ceguera total.

Pero, entre finales de 2015 y principios de 2016, el profesor Stanga intervino a cinco personas con una patología mucho más extendida, que sufren varios millones de personas en todo el mundo -y sólo en España cerca de 700 mil y que es la segunda causa de ceguera entre los mayores de 65 años: la degeneración macular.

«Esos pacientes a los que operé fueron los primeros seres humanos de la historia que combinaron visión natural y artificial. Con esta enfermedad lo que se pierde es la visión central, es decir, que quien la sufre depende continuamente de su visión periférica. Es como estar intentando constantemente ver la vida por el rabillo del ojo, es imposible captar ningún detalle», cuenta Stanga. «Con la tecnología biónica lo que hacemos es rellenar ese vacío por medio de la simulación artificial y mantenemos la periférica de un modo natural».

El éxito de sus investigaciones le ha permitido obtener capital tanto público como privado para poder ir un paso más allá en 2017: «el Sistema Nacional de Salud británico ha financiado la intervención de diez pacientes más con retinosis pigmentaria, cinco en Londres y otros cinco en Manchester. Si se demuestra que es un tratamiento que verdaderamente mejora la calidad de vida de las personas está previsto que el programa se amplíe durante los siguientes años», explica el oftalmólogo argentino, que lleva más de 20 años residiendo en Reino Unido.

Además, por medio de la inversión privada, ha conseguido poder operar este año a otros cinco pacientes con degeneración macular en una intervención que cuesta más de 120 mil euros y que muy pocos afectados pueden permitirse por sí mismos.

«Conseguir demostrar que el implante Argus II es importante para el tratamiento de la degeneración macular seca es vital también para los pacientes que sufren de retinosis pigmentaria», indica Stanga. «Al ser una enfermedad mucho más común habría más pacientes dispuestos a someterse a la intervención, subiría la financiación y la tecnología se volvería más común, por lo que debería bajar el costo».

Keith Hayman, de 68 años, fue uno de los pocos afortunados que consiguió entrar en el programa del ojo biónico en 2009, tras más de 30 años completamente ciego por la retinosis pigmentaria. «Me ha devuelto al mundo, es una sensación maravillosa. Ahora puedo ver a mis nietos corretear a mi alrededor o tomarme una cerveza en un bar y saber que la persona con la que estoy hablando sigue ahí», explica entusiasmado a EL MUNDO.

«Ya no tienes esa sensación de aislamiento, de soledad. En Navidad puedo incluso ver las luces del árbol… Sé que no parece mucho para alguien que está acostumbrado a la visión, pero para una persona ciega significa salir de la oscuridad».

«El paciente ve exactamente eso, flashes de luz como los de los adornos, gracias a la estimulación que producen los 60 electrodos con los que cuenta el implante. No es que sea perfecto y que estos pacientes vuelvan a ver como tú o como yo, pero es muy importante comprender que antes no veían nada, sólo tenían percepción de luz que es la menor cantidad de visión que puede tener un organismo vivo», cuenta Paulo Stanga sobre lo que perciben quienes sufren retinosis pigmentaria.

«Los electrodos conforman la silueta del objeto que se tiene delante por medio de luces. Es como cuando nosotros miramos una luz muy fuerte y luego te quedas con una post imagen, no es exactamente lo mismo, pero mantiene la forma».

Entrenar el ojo

«El ojo biónico también capta movimiento, por ejemplo, si pasa un coche a nuestro lado dejará una estela como la de una estrella fugaz y sabremos identificar si va hacia la derecha o hacia la izquierda», explica Hayman, que actualmente vive en Lancashire junto a su mujer, su hijo y uno de sus nietos.

«Cuando empiezan a utilizar el dispositivo, a las dos semanas de la operación, los pacientes reciben un entrenamiento para aprender a interpretar esos patrones lumínicos, deben asimilar que lo que están viendo es real», detalla Stanga sobre el proceso que siguen quienes acaban de recibir el implante.

«Se empieza por reconocer un cuadrado en una pantalla de ordenador, luego movimiento y dirección e incluso hemos conseguido que un 10 por ciento llegue a identificar letras grandes».

El Argus II continúa experimentando un proceso de mejora constante que en estos momentos está orientado no sólo a que el paciente pueda adaptarlo más a su gusto, invirtiendo por ejemplo el blanco y el negro de la imagen que reciben, sino también a controlar la longitud de los impulsos eléctricos que produce.

«Está demostrado que a algunos pacientes les funciona mejor que los estímulos sean más largos, así que se hacen ahora un poco a la medida de cada caso», añade Stanga sobre una tecnología que se espera pueda extenderse al tratamiento de otras enfermedades oculares durante los próximos años. «Ahora mismo tiene sus limitaciones, pero tenemos esperanza y es un aparato con muchísimo potencial».

Fuente: elmundo.es