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Celulares que se usan como escáneres de ultrasonido ayudan a salvar vidas en África

Recostado sobre la banca de una iglesia con un brazo sobre la cabeza, Gordon Andindagaye, de 6 años, se quejó un poco —por miedo, no por dolor— mientras William A. Cherniak lentamente recorría su pecho de arriba abajo con un pequeño escáner de ultrasonido.

Cherniak y Rodgers Ssekawoko Muhumuza, el auxiliar médico ugandés al que estaba capacitando, observaron el iPhone al que estaba conectado el escáner para ver cómo se expandía y contraía el pulmón de Gordon.

“Muy bien”, por fin dijo Cherniak. “¿Qué recomienda?”.

Gordon tenía tos constante y los ganglios linfáticos inflamados, además lucía cansado y enfermo. Mientras otros chicos corrían afuera, pateando un balón de futbol hecho con retazos de tela y cuerda, él se aferraba a su madre con debilidad. La imagen del ultrasonido en la pantalla del iPhone sugería que sus pulmones tenían fluido acumulado.

Cherniak asentía con aprobación, mientras Muhumuza le recetaba a Gordon un antibiótico y le ordenaba que se hiciera pruebas de sangre para descartar tuberculosis, malaria y VIH. Hizo arreglos para que él y su madre se trasladaran a una clínica local para que le realizaran una prueba de rayos X y lo observaran toda la noche.

Cherniak, especialista canadiense en medicina de emergencia, dijo que subiría a internet la imagen que generó el escáner esa tarde para que un especialista en ultrasonido en Toronto pudiera verificar el diagnóstico: neumonía en fase temprana.

El diagnóstico fue posible gracias a un nuevo invento que Cherniak espera que revolucione la medicina global de vanguardia: un escáner portátil de ultrasonido llamado Butterfly iQ.

El Butterfly tiene aproximadamente el tamaño de una rasuradora eléctrica. Funciona con baterías y contiene microprocesadores en vez de cristales piezoeléctricos, así que generalmente no se rompe si cae al suelo (eso se comprobó accidentalmente algunas veces durante la semana que un reportero pasó en la zona rural de Uganda con el equipo de Cherniak).

Para Butterfly Network, la empresa de Connecticut que lo fabrica, la clientela rentable son médicos y enfermeros que pueden comprar un dispositivo de 2000 dólares que cabe en un bolsillo y es tan portátil como un estetoscopio.

Sin embargo, el escáner también tiene un enorme potencial en las zonas rurales de África, Asia y Latinoamérica, donde las máquinas de rayos X más cercanas quizá están a horas de distancia y, a veces, los únicos escáneres de resonancia magnética y de tomografía computarizada están en la capital del país.

“Esa fue mi verdadera motivación para fabricarlo”, dijo Jonathan Rothberg, fundador de Butterfly, quien inició el proyecto porque una de sus hijas tuvo una enfermedad que provocaba quistes renales que debían escanearse de manera constante.

“Dos terceras partes de la población del mundo no pueden someterse a escaneos”, agregó. “Cuando integras algo a un microprocesador, el precio baja y puedes democratizarlo”.

La Fundación Bill y Melinda Gates es uno de sus patrocinadores, al igual que otras instituciones filantrópicas.

“Mi equipo está conformado por ingenieros y expertos informáticos”, dijo Rothberg. “Nos encantaría poder salvar vidas como lo hacen los médicos pero no podemos, así que todos los tuits sobre Butterfly provenientes de África son una inyección de adrenalina para nosotros”.

Ha donado escáneres a beneficencias médicas que trabajan en trece países de bajos recursos, siete de ellos en África. Varios se destinaron a Bridge to Health, una organización benéfica canadiense que Cherniak fundó hace seis años y que colabora con Kihefo, una beneficencia médica en el oeste de Uganda.

Por ahora, los escáneres se usan principalmente para comprobar neumonías, una de las principales enfermedades por las que mueren niños en países pobres y que frecuentemente se diagnostica de manera incorrecta. Sin embargo, el equipo de Cherniak ha encontrado otros usos fascinantes para los dispositivos, que implementaron bajo condiciones casi tan inhóspitas y polvorientas como las que se viven en los servicios médicos de los campos de batalla.

Kihefo dirige lo que podría describirse como un circo médico itinerante. Cada día al amanecer, sus trabajadores conducen un camión cargado con tiendas de acampar plegables hasta distintas aldeas y las levantan donde encuentran terreno plano, quizá un tramo de césped roído por cabras entre la escuela y la iglesia.

Para improvisar las mesas de exploración, toman prestados escritorios de madera de las escuelas y bancas de las iglesias, los cubren con colchonetas para yoga y colocan delgadas cortinas púrpuras alrededor.

Una hora después, llega la “brigada” canadiense-ugandesa: furgonetas llenas de médicos, enfermeras, dentistas, quiroprácticos, ginecólogos, oftalmólogos y farmacéuticos, acompañados de estudiantes de medicina y auxiliares médicos certificados locales, todos con enormes bolsas llenas de equipo (sí, son bolsas de hockey, pues es una beneficencia canadiense).

Mientras el equipo dental rellena caries y los oftalmólogos revisan la vista de los pacientes, los demás especialistas atienden a un paciente tras otro, desde recién nacidos hasta nonagenarios.

En una visita reciente a esta aldea, los médicos usaron sus escáneres no solo para ver si los pacientes sufrían neumonía, sino para revisar otros órganos.

El caso de una mujer de 51 años que tenía un bulto en el cuello fue particularmente desafiante. Como la paciente describió un largo historial de síntomas que sonaban similares a los de la tuberculosis, inicialmente sospecharon que se trataba de escrófula, una infección causada por la bacteria de la tuberculosis que se acumula bajo la piel.

“Fui con un curandero que me pinchó con fuego”, dijo la mujer, y describió un método tradicional para drenar un absceso: calentar un cuchillo con fuego y hundirlo en el bulto. Dolió mucho y no curó nada, comentó.

Al escanear el bulto, Cherniak vio que tenía venas, lo cual significaba que no era un absceso, sino que parecía estar conectado a un vaso sanguíneo.

“¿Ves cómo tiene pulsaciones?”, le dijo a su aprendiz mientras observaban su celular. “No hay que acercarnos ahí. Si hiciera una biopsia, podría sangrar mucho. Ahora sé que no debemos manipularlo, sino enviarla con un cirujano”.

Un caso aún más misterioso fue el de una mujer que parecía tener más de 70 años, pero cuyo vientre lucía tan hinchado que daba la apariencia de estar embarazada.

Un médico tras otro intentó escanearla; los litros de fluido en su abdomen habían retraído sus órganos muy lejos de donde deben estar normalmente. Sorprendentemente, su hígado parecía normal; los médicos en un principio creyeron que la hinchazón era resultado de una cirrosis alcohólica.

No obstante, nadie podía encontrar su bazo. “¿Y si todo eso es su bazo?”, se preguntó Cherniak. “¿Podría llegar a ser así de grande?”.

Se habló de varias teorías: una vena bloqueada en el hígado, lesiones de un mosquito parásito, un tumor que produce moco. Finalmente, todos estuvieron de acuerdo en que necesitaba más escaneos que solo podrían realizarse en un hospital.

El potencial del Butterfly para realizar un diagnóstico médico es enorme, dijo con entusiasmo Geoffrey Anguyo, fundador de Kihefo, pero agregó: “La pregunta es ¿cuánta capacitación se considera adecuada?”.

Aprender a interpretar imágenes borrosas en blanco y negro en la pantalla de un celular y reconocer todos los órganos, vasos sanguíneos, válvulas y otros elementos dentro del cuerpo —y hacerlo con la certeza suficiente como para detectar tumores y otras anomalías— es una aptitud cuyo aprendizaje puede tomar meses.

La Fundación Gates, dijo Rothberg, está creando un software que tiene como propósito guiar a los usuarios no capacitados mientras realizan el escaneo. Por ahora, Bridge to Health se enfoca en enseñarles la técnica para diagnosticar neumonía a los auxiliares médicos certificados de Kihefo, quienes reciben hasta cuatro años de capacitación médica, pero no son médicos.

Según Anguyo y Cherniak, habrán logrado el éxito cuando los diagnósticos de los auxiliares médicos coincidan con los de los especialistas en ultrasonido de Toronto por lo menos en un 80 por ciento de los casos.

Ahí es donde resulta útil otro aspecto del Butterfly: los iPhone hacen que sea más fácil subir las imágenes de ultrasonido a internet.

Fuente: NYT