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Zuckerberg y Dorsey: puños de hierro disfrazados de democracia

Aunque los CEO de Facebook y Twitter intentan aparentar que gobiernan sus plataformas desde la pluralidad y el debate, lo cierto es que toman decisiones unilaterales, inconsistentes y arbitrarias, basadas en el instinto y la supervivencia, sin responsabilizarse de ellas ni permitir que nadie les cuestione

Puede que la reciente amenaza del presidente de EE. UU., Donald Trump, de revocar la sección 230 de la Ley de libertad de expresión que protege a las plataformas de redes sociales de la responsabilidad por lo que publican sus usuarios no haya sido más que palabras vacías y una medida inviable. Pero la polémica que se produjo, provocada por la decisión de Twitter de incluir las advertencias de verificación de hechos a dos de los tuits del presidente como información errónea, inmediatamente sacó a relucir dos de los estereotipos favoritos de la izquierda y de la derecha: un presidente terco y vengativo incapaz de apartar sus manos del teclado, y una masa de liberales indomables de Silicon Valley (EE. UU.) que se oponen constantemente a cada uno de sus movimientos.

Las explicaciones dadas por los gigantes de la tecnología sugieren que sus decisiones se toman cuidadosamente, con acuerdos e intentos de mantenerse en la cuerda floja de la política. Es decir que, por ejemplo, la decisión de verificar o no los tuits del presidente sobre el voto por correo es algo que requiere mucha reflexión. De hecho, la semana pasada, el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, dijo a sus empleados que su postura sobre el asunto de Trump había sido una «decisión difícil» y «bastante rigurosa».

Es fácil tomarse esta declaración al pie de la letra. Al fin y al cabo estas empresas son complicadas e inmensas, así que seguramente estas decisiones también resultan complejas. Estas plataformas tienen miles de millones de usuarios y muchos miles de empleados, lo que suele crear la sensación de que son una bulliciosa, a menudo exasperante, democracia o, como mínimo, una burocracia funcional.

Pero en realidad, las cosas son mucho menos complicadas y mucho más personales de lo que parecen. Las empresas de redes sociales, con sus jóvenes directivos, pueden parecer nuevas, pero la realidad detrás las cámaras es que son muy similares a los antiguos estudios de cine y a las compañías de medios de comunicación, con los que arrasaron en su camino hacia el éxito: son vastos feudos, muy controlados por sus líderes.

El férreo control de Zuckerberg

Un buen ejemplo es Facebook. Zuckerberg tiene un impresionante control sobre su negocio. Actualmente posee alrededor del 14 % de la compañía, pero con casi el 60 % de las acciones con derecho a voto. Esto lo ha vuelto prácticamente intocable. El año pasado, en la reunión anual de los accionistas de Facebook, el 68 % de los inversores independientes votaron a favor de destituirlo como presidente y sustituirlo por alguien externo; pero los votos del propio Zuckerberg lo han mantenido en su cargo.

Desde el principio, la mayoría de las cosas en la empresa se han hecho como él ha querido. Para destacar su influencia, hasta el 2007, cada página de Facebook contenía el texto que decía: «Un producto de Mark Zuckerberg». Una década después, cuando fue acusado de tener una actitud negligente sobre la manipulación política, respondió alejando a muchos de sus altos cargos y diciendo que ya no iba a seguir siendo un «líder pacífico».

Aunque Facebook intenta operar un sistema de leyes, lo que en realidad ha creado es un universo de reglas que se aplican de forma inconsistente.

Esta negligencia se debió en parte a que, aunque Zuckerberg participa en muchos niveles del producto, prefiere no intervenir en las áreas que no le interesan y dejarlas en manos de sistemas que se podrían perfeccionar para operar sin necesidad de su supervisión.

Es por eso que, para contrarrestar su falta de interés en el control de contenido, la compañía llevaba muchos años desarrollando minuciosamente un libro de normas con la idea de crear una falsa apariencia de lógica. Pero, aunque la empresa intenta operar un sistema de leyes (incluso ha incorporado una «Junta de Supervisión», su propia Corte Suprema en ciernes), lo que en realidad ha creado es un universo de reglas que se aplican de forma inconsistente. El resultado es una plataforma donde se pueden prohibir los pezones mientras se mantienen los llamamientos al genocidio; donde los políticos estadounidenses que mienten en su campaña son tratados como si fueran una clase protegida, mientras que los líderes extranjeros son expulsados sin contemplaciones.

Esto se debe, en parte, a que las reglas se aplican solo cuando el CEO lo desea, tal y así de claro lo dejó con la controvertida y secreta invitación a la Oficina Oval del 31 de mayo de Mark Zuckerberg. La conocida analista de Silicon Valley Kara Swisher lo explicó así en CNBC: «No es Mark y sus súbditos, es solo Mark. Tiene un conocimiento básico sobre la Primera Enmienda… pero ha tomado su decisión que representa el imperio de la ley en Facebook, así que eso es lo que cumplen».

Dorsey y la política

En Twitter, también, reina la influencia de su CEO, Jack Dorsey, aunque de una manera muy diferente. El enfoque de la empresa sobre el control de contenido también ha sido muy inconsistente a lo largo de los años, pero de una manera que refleja no un deseo inalcanzable del imperio de la ley, sino la incapacidad de Dorsey de saber lo que quiere.

Al igual que Facebook, Twitter no se ha alejado nunca de la política. Una vez, por petición de la Casa Blanca de Obama, la red social retrasó el tiempo de inactividad programado para ayudar a fomentar una posible revolución en Irán. Además, Dorsey apoyó abiertamente a los líderes del movimiento Black Lives Matter («Las Vidas Negras Importan») a raíz de las protestas en Ferguson (EE. UU.) en 2014, haciendo apariciones públicas con una camiseta en la que estaba escrito su lema «#staywoke». Sin embargo, también tontea con la derecha: una vez le dijo al podcaster conservador Joe Rogan que la plataforma había sido demasiado dura con los usuarios de derechas, ha disimulado las amenazas violentas y los abusos, y ha dado explicaciones de por qué Twitter no había suspendido la cuenta del teórico de la conspiración Alex Jones (aunque finalmente lo acabó haciendo poco después).

Pero, a diferencia de Facebook, que nunca ha logrado una posición coherente porque considera que el mundo es un lugar ilógico y confuso, Twitter ni siquiera ha aspirado nunca a ser coherente, solo busca atención y crecimiento. Aunque la empresa ya no puede defender su infame afirmación de que ser «el bastión de la libertad de expresión del partido de la libertad de expresión», está claro que la parte fundamental del éxito de la compañía ha estribado en llamar la atención, provocar reacciones y dejar total libertad a las personas para que expresen sus ideas.

A diferencia de Facebook, Twitter ni siquiera ha aspirado nunca a ser coherente, solo busca atención y crecimiento.

En una ocasión, el cofundador de la red social Evan Williams me dijo: «No creo que sea incorrecto afirmar que estábamos optimizando la libertad de expresión. La gente piensa que hay muchas cosas que Twitter podría hacer para frenar a los malos actores fácilmente, pero la razón por la que no las hace es porque, en cierto sentido, la compañía todavía lo considera como una gran parte de su función».

Por eso, en Twitter se puede denunciar el abuso al mismo tiempo que la plataforma construye herramientas que amplifican la información falsa. O el motivo por el cual Dorsey había dejado claro que Trump podía esquivar las reglas porque creaba las noticias (es una norma que la empresa describe como la «excepción por interés público», pero básicamente significa que cuanto más importante sea alguien, menos responsabilidades se le exigen).

Dorsey asumió una especie de responsabilidad por la disputa de Twitter con la Casa Blanca. Pero él no es el que soporta la presión por el repentino crecimiento de algo parecido a una espina en Twitter. Las personas que sufren las peores consecuencias por su indecisión son sus empleados, algunos de los cuales han empezado a recibir amenazas de muerte por llevar a cabo su trabajo.

Nadie se responsabiliza de nada

Todas las empresas tienen fundadores, directivos y personas que toman las decisiones. Siempre que sean legales, tienen derecho a elegir lo que quieran. Pero la ley también exige que las empresas públicas no actúen como reinos personales: ya que dependen de sus accionistas. Por ahora, esos inversores están más interesados en el dinero que en exigir responsabilidades. Pero como a Silicon Valley le gusta ofrecer su capital a sus trabajadores, muchos accionistas son los propios empleados que se ven afectados por estas decisiones arbitrarias. Y están empezando a rechazarlas mediante las protestas públicas y disputas internas.

Pero que el dirigente de una monarquía asuma su responsabilidad es difícil de conseguir. Aunque Zuckerberg y Dorsey afirman que la responsabilidad recae en ellos, en realidad tienen una especie de vacuna contra sus malas decisiones. Zuckerberg podría cambiar, pero su nivel de control sobre la compañía implica que nadie puede obligarlo a eso. El liderazgo de Dorsey es tan indiscutible que, a pesar de que el precio de las acciones de Twitter rara vez ha igualado los niveles que tenía cuando tomó sus riendas en 2015, podría seguir siendo su CEO a tiempo parcial sin temor a ser destituido. ¿Cómo se proponen cambiar estos gobernantes? ¿A quién escuchan? ¿Qué contraargumentos oyen? ¿Y por qué deberían hacer otra cosa que no sea confiar en sus instintos que los han hecho multimillonarios?

En general, la gente es testigo del impacto de estos líderes quijotescos que toman decisiones arbitrarias y defensivas basadas en el instinto y en la supervivencia: en Facebook, en Twitter y en las calles.

Es por eso que, a pesar de los estereotipos y de los llamativos conflictos, Zuckerberg y Dorsey tienen quizás más similitudes con Trump que diferencias. Se trata de hombres de negocios acostumbrados a salirse con la suya. Se hicieron muy ricos muy pronto, viven en un aislamiento dorado y han construido entornos a su alrededor donde su palabra es realmente lo único que importa. Toman «decisiones difíciles» que parecen inconsistentes o confusas porque, al final, la única consistencia real es que son ellos quienes dan el pregón.

Fuente: technologyreview.es