Vida útil después de la vida útil: la reencarnación del plástico

Cada vez más empresas y científicos hacen de la economía circular, el I+D y el ‘upcycling’ su ‘modus operandi’ para evitar que el destino de millones de productos se conviertan en desechos

Ya nada es plástico, es de plástico. La palabra cambió su condición de adjetivo por la de sustantivo y se adjudicó el significado de la mayor parte de la materia industrial que nos rodea. Cuando en 1869 John Wesley Hyatt descubrió el primer polímero sintético fue, irónicamente, una revolución ambiental. Hyatt había aceptado el reto de encontrar un sustituto al marfil, el cual provenía de los cuernos de elefantes salvajes cuya caza indiscriminada no daba abasto con la creciente popularidad de los billares. En ese tiempo se celebró su descubrimiento como un hito que independizaba a los humanos de las limitaciones de abastecimiento impuestas por la naturaleza y que, a su vez, salvaría a tortugas y paquidermos. Pero hoy representa lo contrario. Y por esto cada vez más empresas y científicos hacen de la economía circular, el I+D y el upcycling su modus operandi para evitar que el destino de millones de productos se conviertan en desechos. Incluidos nuestros escudos contra la Covid-19: las mascarillas.

Tiramos tres millones de mascarillas por minuto, es decir, 129.000 millones al mes a nivel global, según un estudio de la Southern Denmark University. ¿Y si pudiésemos transformarlas en carreteras? Esa fue la idea de Jie Li, un profesor e investigador de la Universidad RMIT de Australia que, junto a un grupo de investigadores encontró la manera de hacerlo. “Las mascarillas tienen propiedades increíbles, son altamente resistentes y dúctiles, por lo que proveen mayor fuerza y rigidez, así como flexibilidad a la base y subbase de las carreteras”, aseguró Li. El experimento es una mezcla de agregado de concreto reciclado (ACR) -o dicho vulgarmente, escombros- un material comúnmente usado en las diferentes capas que componen una vía- con soluciones de 1%, 2% y 3% de mascarillas trituradas.

Ji asegura que además de ser una solución ecológica para este problema ambiental, los beneficios de utilizar esta mezcla como alternativa para el pavimento pueden reducir los costes de construcción hasta en un 30%. “Para construir un kilómetro de una carretera de dos carriles se necesitan cerca de tres millones de mascarillas, lo cual evitaría hasta 93 toneladas de desperdicio. Además, “las mascarillas están hechas con materiales plásticos no biodegradables, tardan 450 años en desintegrarse”, afirmó. Li y sus socios ahora están encontrando maneras de llevar este experimento a un prototipo real para darle salida a un producto cuya gestión es un problema. “Más de un 1.500 millones de mascarillas se han colado en el océano. Si seguimos a este ritmo habrá más mascarillas en el mar que medusas”, urgió.

Bureo, la palabra mapuche que significa ola

La preocupación del plástico en el océano no sólo afectó a Li. Años antes, en Chile, los pueblos de pescadores se enfrentaban a una paradoja. Tenían un grave problema para deshacerse de las redes de pescar de las que dependían para sobrevivir y que, al cumplir su ciclo de vida, perjudicaban el ecosistema marino del que estos pueblos dependían. Pero Ben Kneppers y sus socios fundadores de Bureo, encontraron la manera de transformar estas redes de pescar viejas y cedidas en monopatines, gafas y hasta sillas de escritorio. A través de la creación de su material NetPlus, han evitado que más de 1.450 toneladas de redes de pescar contaminen los océanos y han llamado la atención de empresas como Patagonia, con la cual colaboran en la elaboración de viseras para gorras.

“Nuestra meta es crear un cambio de percepción en el consumidor, añadiendo valor a algo que antes era percibido como basura, esa es la clave de nuestra filosofía”, narra Kneppers. Además, los productores de Bureo están diseñados para que cuando acaben su vida útil, sean devueltos a la empresa para su reciclaje. “Tenemos una tasa de éxito del 100% con los pescadores, estamos recolectando redes de Chile, Perú, Argentina, y Estados Unidos, y pronto empezaremos en México, Uruguay y Ecuador”, aseguró. Kneppers espera que su modelo negocio sea algo más que “probar un concepto” y sea más bien “una llamada a la acción”. “Esto tiene que ser un movimiento colectivo, tenemos que trabajar juntos”, declaró.

Hay mucho plástico por tratar ya que, según un estudio de 2015 realizado por investigadores de la Universidad de de California, la Universidad de Georgia y la Sea Education Association, en menos de 70 años se han producido 8.300 millones de toneladas de plástico. Si volvemos a los elefantes del principio de este reportaje a los que el plástico clamó salvar, sería el equivalente a mil millones de ellos.

ECO-SIM

Cada vez más grandes empresas buscan dejar de utilizar plásticos vírgenes y encuentran maneras de reutilizar plástico ya existente para crear productos completamente nuevos. Es el caso de las empresas francesas Thales y Veolia, las cuales se han unido para rescatar los interiores de frigoríficos rotos, y transformarlos en un producto imprescindible de la era digital: tarjetas SIM. Por muy poca cosa que parezca una tarjeta de apenas cuatro gramos, casi 4.500 millones se producen al año; es decir, 20.000 toneladas, el equivalente a dos torres Eiffel. Tras tres años de I+D han logrado crear la Eco-SIM. “Nuestra misión es aconsejar a los industriales que sus productos sean eco concebidos”, aseguró Paulo Rossi, director de operaciones de Veolia, una de las principales productoras de materia prima reciclada a nivel global.

La tarjeta Eco-SIM creada por ambas compañías tiene una huella de carbono neutra, ya que tanto las emisiones de CO2 del proceso de fabricación como los componentes electrónicos no reciclables se neutralizan en un programa integral de compensación de carbono de Thales, que incluye proyectos de reforestación.

Jean Decolin, el vicepresidente de Thales en Europa está convencido de que hoy hay más conciencia sobre el tema de medio ambiente. “Hay que darle una segunda vida a las cosas para no introducir más plástico en un mundo de plástico”, señaló. Uno de los objetivos detrás de esta innovación es reducir las emisiones de CO2 en 15.000 toneladas.

Para Yannick Burianne, director de Marketing de Thales “si todos los actores del mercado siguieran esta misma fórmula, se podrían reducir las emisiones hasta en 60.000 toneladas anuales”. Ambas empresas han decidido ir un paso más allá y han trasladado su innovación al mundo de las tarjetas bancarias, DNIs, pasaportes y carnés de conducir a partir de plástico proveniente de los océanos.

Suprarreciclar el océano

Upcycling, suprarreciclaje o reutilización creativa es la manera de aprovechar residuos para crear nuevos materiales o productos de mayor valor ecológico, calidad y valor económico. ¿Es posible suprarreciclar nuestros océanos? La empresa española de moda sostenible Ecoalf lo está consiguiendo a través de su fundación y su ambicioso proyecto Upcycle the Oceans.

“El proyecto comenzó en 2015 con tres pescadores. A día de hoy colaboramos con más de 3.000 y el proyecto está presente en España, Grecia, Italia y Tailandia. El objetivo es que se expanda por todo el mar Mediterráneo”, asegura un portavoz de Ecoalf. Según el informe Mar de Plásticos de la Fundación Aquae, cada año ocho millones de toneladas de plástico contaminan los océanos. Ecoalf ha logrado recuperar más de 700 toneladas. El mar Mediterráneo, se lleva la palma al más contaminado del mundo y España es el segundo país -por detrás de Turquía- que más plásticos vierte en sus aguas (126 toneladas al día) según la asociación WWF.

Como Bureo, Ecoalf ha recurrido a los pescadores, quienes de manera altruista, separan los residuos que encuentran en sus salidas de pesca de arrastre y las llevan a contenedores en distintos puertos para ser recogidos por la empresa y transformados en filamentos. “Un metro de tejido de Ecoalf tiene aproximadamente 70 botellas de plástico. Con nuestra colección de SS21 hemos convertido más de 850.000 botellas de plástico en prendas”, aseguraron. Sin embargo, el único plástico que pueden utilizar es el PET, lo cual representa un escaso 5% a 10%.

Entre los años 2000 y 2014, la industria de la moda dobló su producción. El auge del fast-fashion es causante de 92 millones de toneladas de desperdicio al año, y es la segunda industria que más agua consume (79 billones de litros), según un estudio de la Revista Nature. En el caso del vestido, los datos de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) indicaron que utiliza 93.000 millones de metros cúbicos de agua anualmente, un volumen suficiente para satisfacer las necesidades de cinco millones de personas, por lo que esta industria es responsable del 20% del desperdicio total de agua a nivel global. A su vez, los datos de Naciones Unidas indican que actualmente hay 2.200 millones de personas sin acceso a agua limpia.

El pacto verde, la piedra angular del reto de 2050

Si bien para muchos la economía circular, el upcycling y el reciclaje pueden parecer hasta ideas contraculturales, la Unión Europea está determinada a alcanzar la neutralidad climática para el año 2050 y para ello ha puesto en marcha el Plan de Acción de Economía Circular en concordancia con el Pacto Verde. Entre algunas de las pautas, el documento incluye medidas para aumentar la durabilidad de los productos, y a su vez que estos sean más fácilmente reutilizables, reparables, reciclables, y que incorporen material reciclado. El fin es la transformación de todos los sectores esenciales en circulares. “Tenemos que acelerar el proceso de cambiar a una economía circular y eliminar el patrón de tomar, fabricar, usar y tirar”, aseguró Frans Timmersman, vicepresidente de la Comisión Europea.

Sin embargo, en España la tasa de reciclaje y reutilización de residuos era de apenas 34,7%, en 2019. Es decir, 15 puntos por debajo del objetivo del 50% fijado para 2020 de la Unión Europea, según los datos de Eurostat, la oficina estadística de la UE. Por ello 16 organizaciones ambientales han denunciado a nuestro país ante la Comisión Europea por los bajos cumplimientos de las tasas de reciclaje. No obstante, los Fondos europeos Next Generation de recuperación por la pandemia obligan a España a dedicar 37% del gasto total (140.000 millones, de los cuales 70.000 millones son en transferencias) a inversiones y reformas que apoyen los objetivos de acción por el clima.

Para Timmersman, la compatibilidad entre crecimiento económico y reducción de emisiones ya ha sido demostrada por una Europa que desde 1990 ha reducido sus emisiones un 20% al mismo tiempo en que su economía crecía un 60%. Pero el político considera que la pandemia ha acelerado los pasos a tomar en ese proceso de transición ecológica. “Esto no se trata sólo de hacer lo correcto para el planeta o el medio ambiente, ni siquiera de renovar nuestra economía. Las acciones contra la crisis del clima y la crisis de la biodiversidad son una necesidad geopolítica. Hacemos esto ahora para que nuestros hijos no tengan que enfrentarse a guerras por agua y alimentos en el futuro”.

El reto, ahora, es hacerlo rápido y juntos.

Fuente: elmundo.es