Tres trabajos científicos que pueden cambiar el mundo

Todos los años se publican cientos de artículos en las revistas científicas. Su valor fluctúa entre los que tiempo después se revelarán como puras falsedades hasta aquellos que cambiarán el mundo, como los cuatro artículos con los que Albert Einstein revolucionó la física en 1905 o las dos páginas en Nature con la que James Watson y Francis Crick hicieron lo mismo con la biología. Para ayudar a elegir mejor qué leer entre tanto material, el gigante de las publicaciones científicas Springer Nature quiere proponer una selección de los trabajos publicados en sus revistas valorando los que tienen mayor potencial para transformar nuestro mundo. La multinacional, que tiene cerca de 13.000 trabajadores y una facturación de 1.500 millones de euros, ha creado una iniciativa llamada “Change the World, One Article at a Time” (Cambia el mundo, artículo a artículo) con la que selecciona los 180 trabajos de todas las disciplinas científicas que, consideran, tendrán más impacto social. Aquí hacemos referencia solo a tres de ellos, pero en la selección, que tendrá acceso libre hasta agosto de este año, se pueden encontrar algunos de los últimos hallazgos en tecnología energética, ciencias sociales o investigación biomédica.

1. Cómo afectan nuestros hábitos a nuestros hijos y nietos

Hace poco, se habría considerado una herejía científica. El genoma se transmitía a los hijos sin reflejar la vida que había llevado el padre. La fusión entre el espermatozoide y el óvulo era como un reseteo en el que se creaba un nuevo individuo con una información que reflejaba el acervo del padre y la madre pero no los cambios acumulados a lo largo de su vida.

En un artículo publicado en Nature Reviews Endocrinology, Romain Barrès y Juleen R. Zierath, investigadores de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), ofrecen una visión de lo que se sabe sobre la influencia de los hábitos paternos en la salud de las generaciones posteriores, en particular en lo que se refiere a la diabetes de tipo 2. Esta enfermedad, que se caracteriza por altos niveles de azúcar en sangre y resistencia a la insulina, está creciendo impulsada por la epidemia de obesidad global.

Según afirman los autores, se han identificado 100 variantes genéticas que explican el 10% de la predisposición a esta enfermedad. El resto de la heredabilidad de la enfermedad podría encontrarse en la epigenética, modificaciones producidas por el entorno en la actividad de los genes. Se ha observado, por ejemplo, que una mala nutrición del niño, tanto cuando se encuentra en el útero como después en la infancia, está asociada a enfermedades del corazón y del metabolismo muchos años después. Se ha planteado que cuando un bebé o un niño se ven privados de alimento en las etapas tempranas de su desarrollo, el organismo se reprograma para afrontar una vida de hambruna. Si más adelante, esa persona tiene un acceso abundante a la comida, será más propenso a la obesidad y enfermedades como la diabetes.

Estudios epidemiológicos, realizados con personas que padecieron hambre durante guerras, han permitido observar que esos cambios en el metabolismo pueden pasar a los hijos e incluso a los nietos. En experimentos con animales, se ha visto que si los padres consumen dietas con mucha grasa, se puede producir resistencia a la insulina en varias generaciones posteriores.

El artículo también habla de los beneficios que puede producir el ejercicio en las crías. En estudios con ratones se ha visto que si los padres hacen ejercicio, las crías macho pesan menos y tienen menos grasa y las hembras desarrollan más músculo y toleran mejor la glucosa.

Los autores señalan que, pese a que se hayan observado efectos como los mencionados, se conoce poco sobre los mecanismos que los producen y resaltan la importancia de comprenderlos mejor para poder diseñar tratamientos y políticas públicas de salud. Para recordar la complejidad de estos mecanismos, recuerdan un artículo en el que se muestra que el ejercicio de los padres puede ser perjudicial para los hijos. El trabajo, realizado con ratones y firmado por investigadores de la Universidad del Este de Carolina, mostraba que cuando los padres se ejercitaban de forma regular durante mucho tiempo, las crías quedaban programadas para una vida de poco gasto energético. Eso hacía que los ratones fuesen más propensos a la obesidad.

2. El problema de un exceso de higiene

Las mejoras en la higiene han producido muchos beneficios para la salud, pero es posible que también hayan tenido algunos efectos secundarios. Esto es lo que trata de explicar otro de los artículos seleccionados por Springer Nature. En un trabajo que lidera Christopher Lowry, de la Universidad de Colorado en Boulder, se cuenta cómo la falta de exposición a algunos microbios con los que convivimos desde hace miles de años ha podido dejarnos con un sistema inmune “desentrenado”.

En el sistema de defensa del organismo frente a los patógenos, la inflamación es fundamental. Sin embargo, ese mecanismo también puede producir enfermedades. Se sabe que la inflamación puede provocar problemas psiquiátricos como la depresión. Esto se ha observado, por ejemplo, en personas a las que se aplican inyecciones de interferón alfa, un tratamiento para enfermedades como la hepatitis B o algún tipo de cáncer. Las proteínas que componen este medicamento producen un efecto inflamatorio y esto a su vez hace que algunos de los pacientes que lo reciben se depriman.

Las dolencias producidas por la inflamación no deseada como las alergias o el asma se han incrementado durante los últimos años. Sin embargo, aún no se conocen bien los mecanismos que provocan esos efectos. Una de las hipótesis que se plantean para explicar este fenómeno es la de los viejos amigos. Esta epidemia se debería, en parte, a una menor exposición a microorganismos con los que convivimos, preparan los circuitos que regulan el sistema inmune y suprimen la inflamación inapropiada. La falta de contacto con nuestros viejos amigos haría más vulnerables a los habitantes del mundo moderno a problemas del desarrollo neurológico como el autismo o la esquizofrenia o cuestiones relacionadas con el estrés o la ansiedad.

Además de plantear que se estudie mejor la relación entre los microorganismos con los que convivimos y los fallos en el sistema inmune, proponen la posibilidad de tratar estas enfermedades con probióticos. En este sentido, recuerdan que ya se han empleado saprófitos, un tipo de microbios que se alimentan de material en descomposición, como inmunoterapia en un ensayo clínico con enfermos de cáncer. Aunque no sirvió para prolongar la vida de los pacientes, sí mejoró su capacidad cognitiva y su salud emocional.

3. Más drogas, menos delitos

Nueva York es un ejemplo del descenso mundial en los niveles de delitos de las últimas décadas. Sin embargo, como explican tres investigadores de la Universidad de la Ciudad de Nueva York en otro de los artículos seleccionados, no existe una explicación satisfactoria. En este trabajo, que se publica en la revista Dialectical Anthropology, se plantea que una mayor oferta de drogas ilegales y una menor demanda puede estar detrás del fenómeno.

En EE UU, el 17% de los presos lo están por crímenes cometidos para conseguir dinero para drogas. La subida de la demanda y el descenso de la oferta estaría detrás de una reducción en el precio de los narcóticos y eso a su vez reduciría la necesidad de cometer delitos para acceder a ellos.

Entre los posibles motivos para el descenso de los delitos en Nueva York (y en el resto del mundo, aunque de una forma menos acusada) se encuentra la labor policial, la legalización del aborto o incluso una menor exposición al plomo. Sin embargo, ha sido difícil demostrar una relación de causalidad. En este artículo, los autores señalan que pese a los grandes descensos en el precio de la cocaína y la heroína entre 1981 y 2007, no se ha estudiado con detalle la relación entre esa caída y la que también se observa entre los crímenes violentos y contra la propiedad en el mismo periodo.

Utilizando análisis etnográficos y económicos consideran que su hipótesis es posible y que podría tener efectos sobre las políticas antidroga. Según ellos, aunque un aumento en los encarcelamientos y el número de policías se suelen asociar a la reducción de la delincuencia, también existen análisis que muestran que el efecto de ambas políticas ha podido tener efectos contrarios.

En opinión de los investigadores, sus conclusiones implican que si la lucha contra las drogas provoca una caída en la oferta de estas sustancias y un consiguiente incremento en los precios, eso resultaría contraproducente porque volvería a hacer crecer el número de crímenes. Estudios posteriores para confirmar su hipótesis podrían ayudar a diseñar políticas más apropiadas para reducir la criminalidad.

Fuente: elpais.com