RABEN y el peligroso arte de rescatar ballenas en México

En México, desde hace 20 años, la Red Nacional de Asistencia a Ballenas Enmalladas (RABEN) rescata cetáceos atrapados en redes de pesca. Ayudar a un animal asustado de 50 toneladas supone mucho cuidado y días de trabajo

Una ballena hizo un viaje de 4,035 millas náuticas, equivalentes a 7,472 kilómetros, arrastrando una trampa letal. Su agonía duró seis meses. Cargó una jaula de pesca de 220 kilos desde las heladas aguas de Dutch Harbor, en Alaska, hasta Bahía de Banderas, en México, donde fue vista en terribles condiciones antes de morir en algún rincón del océano. El suyo es uno de los 218 casos de ballenas enredadas por artes de pesca (redes, jaulas, etc.) reportados en México entre 1996 y 2021. Aunque el impacto mundial es difícil de evaluar, se estima que cada año mueren 300,000 ballenas y delfines por este motivo.

En 20 años y hasta marzo de 2024, la Red Nacional de Asistencia a Ballenas Enmalladas (RABEN) ha rescatado 95 ballenas. El grupo tiene casi 200 personas voluntarias a lo largo del Pacífico mexicano, divididas en 16 grupos. “Los mayores peligros para las ballenas, los enmallamientos y las colisiones con embarcaciones, son subestimados. Vemos la punta del iceberg, menos del 10% de lo que sucede”, alerta la bióloga Astrid Frisch, su coordinadora.

RABEN es una organización comunitaria creada por gente del mar. Entre sus integrantes hay quienes pescan, otros que venden tours turísticos, trabajan en dependencias públicas, dan clases, se dedican a la conservación o hacen ciencia. Nadie recibe salario por los rescates, el riesgo que corren va por cuenta propia, y operan con disciplina y bajo un estricto protocolo.

Una bióloga prudente y una ballena

El invierno es la estación favorita de Astrid y también es cuando está más ocupada. Es presidenta de Ecología y Conservación de Ballenas (Ecobac), una asociación civil sin fines de lucro, coordinadora de RABEN y guía naturalista. Nació en Ciudad de México y desde 1996 vive en la costa. “En el mar, el mar lleva el control, no nosotros”, dice. Pero es también en el mar donde se sabe feliz.

Para Astrid y para RABEN todo inició con un animal herido. En 2004, ella, marinos, investigadores y operadores de tours fueron avisados de una ballena enredada en Bahía de Banderas. Juntos decidieron cargar herramientas de jardinería y salir al mar. Siete horas después, los novatos perdieron todos sus utensilios, pero liberaron al gigante marino. Hubo alegría pero también se asentó una lección: si querían rescatar ballenas, tenían que aprender a hacerlo.

Astrid sabía que aquella escena no sería la última. Análisis de cicatrices en ballenas jorobadas indican que más de un cuarto de las poblaciones del Pacífico Norte y más del 52% de las poblaciones de Alaska se han enredado al menos una vez. Un estudio hecho por Astrid Frisch y Diana López encontró que la jorobada es, por mucho, la especie más afectada en México. De 218 enredos analizados, 187 fueron de ballenas jorobadas, 19 de ballenas grises, cinco de cachalotes, tres de ballenas de aleta y cuatro de Bryde.

Una red hace daño de muchas maneras y todas son crueles. Desgarran la piel y la grasa de las ballenas; mutilan sus aletas de forma lenta y tortuosa, y a veces las trampas marinas las dejan comiendo poco o nada. El peso extra que cargan las obliga a viajar más lento, algo que los parásitos aprovechan para pegarse a ellas y comer lentamente su cuerpo y su sangre. Una red puede evitar que un mamífero salga a respirar. Un red es, en el cuerpo de un cetáceo, un instrumento de tortura.

Astrid dice que las ballenas no solo tienen carisma, sino que también “son los barómetros de la salud de los océanos”. Si ellas tienen problemas, los mares y nosotros también. Una sola ballena captura el mismo carbono que miles de árboles. Además, al morir, secuestran 33 toneladas de CO2 de la atmósfera para llevarlo al fondo del océano, y su excremento fertiliza el fitoplancton, organismos que crean la mitad del oxígeno del planeta. Tan solo por ello, el Fondo Monetario Internacional estima que una ballena vale más de 2 millones de dólares.

Salvar ballenas hackeando una técnica de caza

Luego de la primera ballena, Astrid resolvió buscar información. En 2006 pidió capacitación a David Mattila, actual instructor internacional de rescates e inventor de algunas técnicas usadas para liberar ballenas. Con él conoció a la Red Global de Respuesta al Enredo de Ballenas y el protocolo que ha conducido a mil casos exitosos en todo el mundo. Tiene 40 años de uso y el visto bueno de la Comisión Ballenera Internacional (IWC).

Todo rescate empieza por un reporte. Los equipos solo salen al mar cuando hay evidencia clara del caso. Navegar es costoso. A veces, quienes hacen el reporte esperan junto a la ballena, pero lo usual es que los rescatistas tengan que buscarla solos para empezar la operación. Irónicamente, el protocolo que usan está inspirado en las técnicas de cacería de ballenas.

“Los cazadores aventaban un arpón a la ballena, pero nosotros lanzamos un gancho a lo que sea que traiga arrastrando. Una persona sujeta esa línea desde una pequeña embarcación. Eso lo hacemos con precaución: si la ballena te mete un jalón, la sueltas. En la línea vamos sumando boyas. Los balleneros soltaban barriles con la misma idea: frenar la inmersión de la ballena y mantenerla más tiempo en la superficie”, explica Astrid. Los cazadores aprovechaban ese momento para matarla, “nosotros lo usamos para cortar lo que trae amarrado”.

No hay cacería, pero sí ballena enojada. Existe un gran mito, confiesa la bióloga, de “que las ballenas cooperan y te dan las gracias, pero no es así”. Todo lo contrario, precisa. Cuando se sienten amenazadas, son impredecibles y peligrosas. “Una jorobada pesa lo que cinco camiones revolvedores de cemento llenos: entre 40 y 60 toneladas. Nadie se le atraviesa a cinco camiones”. No hay lugar para cortesías cuando se trata de un animal estresado y herido.

En La Paz, una ballena ganó el apodo de “karateka”. Astrid no participó en el rescate, pero vio en un video al agresivo cetáceo obligando a los rescatistas a maniobrar en reversa mientras los perseguía y, con su aleta, trataba de golpearlos. En otra ocasión, una les resopló furiosa con su espiráculo bajo el dinghy (el bote inflable desde el que realizan la liberación). “Fue como si prendieran el jacuzzi”, dice. Esta ballena interfirió en el rescate de otro animal, similar a como se ha visto que interfieren en ataques de orcas contra otras ballenas.

El protocolo está hecho para obtener los mejores resultados y, ante todo, proteger a los rescatistas, pero cada caso es único y tiene riesgos. La IWC señala que este plan requiere entrenamiento y no es un manual de instrucciones. Cada año, los equipos ensayan sus maniobras y roles. Hay pocas oportunidades de acercarse al animal, por eso el grupo evalúa la situación antes de actuar. Un mal corte puede empeorar el daño que las cuerdas causan.

Algunos rescates toman horas, otros días. Los brigadistas portan guantes, cascos, chalecos y ropa lisa que no se atore durante las maniobras. Llevan cuchillos y herramientas de manufactura especial; cargan boyas, ganchos y una bandera amarilla que advierte su labor: “rescate en proceso”. Lo ideal es usar dos embarcaciones para el desenredo. En una irá la tripulación de apoyo documentando todo, atenta a las necesidades de quienes maniobran. Lo mejor es que el equipo de acción vaya en un dinghy, pero a veces salen al mar con las embarcaciones disponibles.

En 2010, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas de México (Conanp) y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) crearon un programa para la conservación de la ballena jorobada. Ahí advierten que solo personal capacitado debe desenredar animales.

Entre 2012 y 2016, la ahora red nacional recibió recursos a través del Programa de Conservación de Especies en Riesgo (PROCER). En cuatro años, pasaron de un equipo en Puerto Vallarta a 15 brigadas dispersas en la península de Baja California y el Pacífico. La organización tiene el respaldo legal de la Conanp, pero desde hace ocho años no tiene su apoyo financiero por falta de fondos. En 2023, la comisión tuvo un recorte presupuestario de 73.8 millones de pesos, se quedó con 7.3% menos de lo que tenía en 2022. RABEN operan con donaciones. En promedio, estiman que cada rescate cuesta 15 mil pesos de consumibles, sin contar renta de embarcación ni pago al personal.

Las yubartas del sur de México

Ninguna persona debe entrar al agua para intentar hacer un rescate. Nunca. “Si una persona muere en estos intentos, no solo es la pérdida humana: nos cierran operaciones. Entonces nadie podrá ayudar a las ballenas”. Frisch decidió extender RABEN al sur del país cuando se enteró de que dos personas bien intencionadas, pero desinformadas, bucearon en Oaxaca hacia una ballena con cuchillo en mano. No es la primera vez que algo así pasa y RABEN buscan eliminar esas malas prácticas. Ahora, Oaxaca ya tiene tres grupos de RABEN: uno en Huatulco, a cargo de Edmundo Aguilar, de la Conanp; otro en Mazunte, con Martha Harfush, del Centro Mexicano de la Tortuga de la Conanp, y uno más en Puerto Ángel, con Francisco Villegas, de la empresa de ecoturismo Yubarta.

Para llegar a Puerto Ángel, hay que bajar la zona montañosa de San Pedro Pochutla hasta dar con el mar. Desde ese puerto, los biólogos Priscila Sarmiento y Francisco Villegas sueñan con ballenas. Las ven a montones y quieren documentar todo. Desde que despiertan, eso hacen.

Una mañana de febrero sale, la tripulación de Yubarta a un tour científico. Su capitán es Juan de Dios Soto, un joven del puerto que pesca desde los ocho años y que, desde hace cinco, lleva a los biólogos a sus labores científicas y de turismo. Cuando el biólogo busca ballenas, dice que las lee. Dice también que es fácil confundirse en el mar, excepto con los saltos de las jorobadas, cuando un golpe de 40 toneladas levanta muros de agua.

Esa mañana buscan, precisamente, ballenas jorobadas o yubartas, mamíferos con una aleta dorsal a la mitad del cuerpo. Priscila lleva una imitación de yubarta de peluche para explicar la anatomía de la especie. En cuanto aparece la versión gigante y real del animal, los biólogos gritan “ahí viene la cola”. Alistan sus cámaras con cada anuncio, disparan hasta que la ballena suspende la sesión de fotos con su buceo profundo. Entonces esperarán a que vuelva a emerger. Quieren capturar una imagen que registre la identidad de la ballena: su aleta caudal. Las colas de las ballenas son similares a nuestras huellas dactilares.

Llevarán sus registros a su casa, que es también su oficina. Les espera una gallina, dos perros y un gato que caminan junto a la hamaca que cruza la sala. Ahí suman a su catálogo las fotos del día. Al ver una cola tras otra, resulta evidente que son únicas. Tienen huellas genéticas de coloración y forma, así como registros de vida: muescas por ataques de orcas, balanos (crustáceos también llamados bellotas de mar) e indicios de balanos que se pegaron a su piel y que ya no están; heridas hechas por redes, y también mutilaciones. La belleza ancestral de su piel hace que todo luzca como un grabado sobre pencas de maguey. Archivan cada cola y capturan la información de su encuentro.

Este registro empezó por el atrevimiento de unos estudiantes. Fátima Castillejos fue una de las pioneras del catálogo con la extinta asociación civil Mamíferos Marinos de Oaxaca Biodiversidad y Conservación (MMoBiDiCC), integrada por egresados de la Universidad del Mar que deseaban investigar animales marinos. La chiapaneca vivió en Puerto Ángel de 2007 a 2017. Ahora es profesora de ecología en la ciudad de Oaxaca. Las tesis de Castillejos fueron, una, la segunda que se realizó sobre mamíferos marinos en la costa central de Oaxaca, y la otra, la primera sobre ecología de jorobadas.

Villegas ha participado en el monitoreo desde 2011, incluso ha gestionado monitoreos comunitarios. El registro de fotoidentificación de Oaxaca es nuevo en comparación con los de otras partes del país que arrancaron en 1980. Pero el catálogo crece y Priscila, quien se sumó al proyecto en 2019, lo usa para su investigación de maestría. Ella mide el tamaño de la población y la fidelidad de las jorobadas a Oaxaca. “Si vemos que están retornando, quiere decir que el sitio se está conservando”, dice. “Tenemos la película de la dinámica poblacional y de ecología de esa ballena en nuestra zona”, agrega el biólogo.

La fotoidentificación es una labor delicada porque al sur de México pasan ballenas que son parte del Segmento Poblacional Diferenciado de Centroamérica; población clasificada como “en peligro de extinción” por sus escasos 1,400 individuos. La manada migra por 5,100 kilómetros desde América Central hasta California, Oregón y Washington.

La vulnerabilidad de las jorobadas a las redes se explica, en parte, por su amplia distribución y porque sus actividades costeras en invierno las hacen coincidir más con barcos y pescadores. Su anatomía les da tanta belleza como mala suerte. Sus aletas pectorales largas y los crustáceos que se pegan a su cuerpo se atoran con facilidad en las rejillas plásticas.

Las información siempre es vital. “Asusta no tener la evidencia precisa de qué está pasando y que de repente ocurra algo muy drástico como las mortandades de ballena gris”, dice Astrid. Se refiere a las 606 ballenas grises que entre 2019 y 2022 vararon a lo largo de la costa oeste de América del Norte, desde Alaska hasta México y que se clasificaron como Eventos de Mortalidad Inusual.

En el tema de colisiones, dice Astrid, “las ballenas más afectadas son hembras con cría, el segmento más importante de conservar y el que más estamos golpeando”. Las madres pasan más tiempo en zonas costeras, navegan a pocos metros porque sus crías salen a respirar con más frecuencia que los adultos y tienen problemas para evadir embarcaciones que van a toda velocidad porque están cuidando bebés. “En México tenemos el privilegio de ser zona de reproducción. Ese privilegio conlleva una responsabilidad. Se necesita más participación del gobierno, de Profepa y la Semarnat para más vigilancia y capacitaciones”.

Con sus datos, Fátima y MMoBiDiCC lograron que, en 2015, Semarnat designara zona de observación de ballenas todo lo que va de Puerto Ángel a Mazunte. Las embarcaciones deben cumplir requisitos de seguridad y capacitarse. Astrid dice que, como hay pocas ballenas en el sur, se requiere un ojo receptivo y crítico para no sobreexplotar la zona. A nivel nacional, los recorridos turísticos crecen año con año. Los recursos que generan también. En la temporada de 2008, se obtuvieron más de 24,500 millones de pesos a nivel nacional; ocho años después, fueron 179,330 millones.

Cuando pierden las ballenas, pierden todos

Los rescatistas deben conocer algo de redes para solucionar los problemas que causan. El análisis de desenredos en México encontró que las agalleras o de enmalle, de naturaleza no selectiva con lo que atrapan, son las más problemáticas. De 209 redes identificadas, 101 eran de este tipo. Pero Astrid señala que dentro de estas hay muchos tipos y, como en México las artes pesqueras no se marcan, los rescatistas usan información local para adivinar en qué pudieron usarse y dónde.

“Cuando una ballena se enreda en un arte de pesca, pierde la ballena, pierde el pescador y perdemos nosotros porque nos sale caro”, dice la coordinadora de RABEN. Una sola red puede significar el sustento de varias familias, “un pescador sencillo, ribereño, de la costa, a veces no logra recuperarse de grandes pérdidas”. A nivel mundial, una de cada 10 personas depende de la pesca o la acuicultura para obtener sus medios de vida.

Cuando las redes se pierden en el mar se vuelven fantasmas, espectros marinos que nunca dejan de trabajar. La FAO estimó en 2009 que había 640,000 toneladas de estas en el mar. El 46% del “Gran parche de basura del Pacífico” son redes fantasmas, futuras fuentes de microplásticos.

Evitar la agonía

“Mi mayor esperanza es implementar estrategias de prevención. Andar rescatando ballenas. Nunca vamos a terminar”, asegura Astrid. Esa prevención debe construirse con las experiencias de los pescadores y la comunidad científica. Por eso la organización realizó talleres con pescadores y plasmó en un folleto sus sugerencias: hacer ruido ante una ballena, tensar las líneas, generar burbujas que disuadan a los mamíferos, no desatender sus redes, usar dispositivos de fácil liberación de boyas en las trampas y reportar equipos extraviado en el mar.

Una opción en el horizonte es transitar a artes eficientes y amigables con las ballenas, pero se trata de proyectos experimentales y costosos que requieren un largo periodo de pruebas. Con todo, Astrid considera que México tiene una ventaja: la disposición de los pescadores mexicanos. Aunque falte información, dice, “le toca al gobierno empezar a implementar formas para evitar estas interacciones”.

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en ingles) propone marcar o etiquetar artes de pesca y no castigar a los pescadores por la pérdida de sus redes. Así podrían aumentar las notificaciones que se hacen a los gobiernos. También sugiere crear programas de recuperación de redes y de reciclaje de las mismas cuando lleguen al final de su vida útil. Además, claro, instan a combatir la pesca ilegal. Mientras que para no perder aparejos, sugieren el uso de sistemas GPS y vigilancia meteorológica adecuada para que los pescadores no lancen redes cuando hay mal tiempo. Las medidas de prevención son cruciales porque si una ballena puede resistir seis meses un agonía, es mejor que no suceda.

Fuente: es.wired.com

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