¿Quién se beneficiará del matrimonio entre dos de las empresas más odiadas?

Monsanto ha aceptado los 60 mil millones de euros que Bayer quiere pagar por ella. Aseguran que la compra mejorará la agricultura, pero tal vez solo sirva para que se gasten menos en I+D

El día que visité al director científico de Monsanto, Robb Fraley, en la sede central de la empresa en San Luis (EU) el año pasado, acababa de salir de una reunión con un grupo de agricultores.

Fraley se rió cuando le pregunté qué querían. “Rendimientos superiores, por supuesto”, contestó. Los agricultores siempre quieren sacar mayor provecho de cada hectárea.

Fraley tiene una gran idea para lograrlo. Dentro de 20 años, las semillas serán sembradas desde algo parecido a una impresora de chorro de tinta, tendrán 20 características introducidas en sus genomas mediante la ingeniería genética y los agricultores emplearán microbios de diseño y aerosoles genéticos para controlar las plagas. Todo esto será coordinado, al milímetro, por un software meteorológico y analítico. Según me contó, los rendimientos de maíz se duplicarán hasta superar las siete toneladas por hectárea, algo que podría ayudar a alimentar al mundo. 

Hace un par de semanas, Monsanto aceptó venderse  a la empresa alemana Bayer, y con ella, el sueño de Fraley. El acuerdo está valorado en casi 60 millones de euros. Para muchos observadores, la fusión representa sobre todo una manera de reducir costes frente a los precios a la baja del maíz y la soja. Pero según un miembro del equipo de dirección de Bayer, el verdadero motivo es que Bayer ve el mundo de la misma manera que Fraley.

“La principal motivación es la innovación”, afirma el director de la división de ciencias de cosecha de Bayer y miembro de su junta administrativa, Liam Condon. El responsable detalla: “Ambas [empresas] abogamos por un enfoque nuevo, no mejorar elementos dispersos, sino optimizar el sistema al completo”.

Condon confía en que la combinación de las empresas unirá la experiencia de Monsanto en semillas e ingeniería genética con la línea de productos químicos para la agricultura de Bayer. Codon matiza: “Ellos son biotecnólogos; nosotros somos químicos. Si nos limitamos a innovar de la misma manera que hemos hecho siempre, sólo se alargará y se volverá más caro”.

Llevar una semilla biotecnológica a mercado ya cuesta alrededor de más de 130 millones de euros y una década de trabajo. Mientras tanto, el ritmo de las nuevas introducciones químicas se ha ralentizado por toda la industria. Las líneas de producto de ambas empresas se enfrentan a duras legislaciones y una castigadora oposición pública. 

La adquisición de Monsanto forma parte de una consolidación más amplia de empresas agroquímicas. En julio, DuPont y Dow Chemical acordaron su fusión, y tienen planes de combinar sus negocios agrícolas para formar una única empresa; mientras tanto, Syngenta de Francia se encuentra en proceso de ser adquirida por ChemChina. BASF sigue siendo independiente. Si estos acuerdos prosperan, reducirán lo que se ha denominado como “las seis grandes” a tan sólo cuatro empresas.

En un artículo publicado este verano, la revista Forbes denominó a Monsanto “la empresa más vilipendiada del planeta” pero señaló que también es una de las más exitosas. Sus plantas biotecnológicas ocupan 180 millones de hectáreas de campos de soja y maíz. Y con su compra en 2013 de la empresa Climate Corporation por casi 900 millones de euros, también ha realizado una apuesta a largo plazo por la agricultura impulsada por datos. 

Aunque la plataforma meteorológica y analítica de Climate Corporation no ha generado ingresos para Monsanto, probablemente aumentó el precio que Bayer estaba dispuesta a pagar, según el CEO de BioConsortia, Marcus Meadows-Smith. Cree que la pregunta más “emocionante” es si la empresa fusionada podrá seguir desarrollando el enfoque de big data para la agricultura con estrategias como tractores que se conecten con software predictivo.

Otros afirman que algunas de las ideas nuevas de Monsanto no avanzaban suficientemente deprisa. Una, un modo de eliminar malas hierbas con un aerosol de moléculas genéticas, fue retirada de las recientes presentaciones de I+D, aunque los planes de matar insectos con la misma tecnología, llamada interferencia de ARN, siguen adelante. “Sus nuevas plataformas aún no han generado avances. Los progresos no han cumplido con las expectativas”, apunta el antiguo ejecutivo de Monsanto Nitzan Paldi que ahora dirige una start-up llamada Forrest Innovations. El exmonsantino afirma: “Me parece a mí que Monsanto se enfrenta a unos fuertes vientos en contra y que la dirección probablemente se sienta aliviada de no tener que enfrentarse a ellos en solitario”.

Monsanto tomó la delantera en la biotecnología agrícola hacia mediados de la década de 1990 al emparejar su herbicida Roundup con soja y maíz genéticamente modificados para sobrevivir al producto químico. Pero esa combinación ya no resulta tan eficaz. Se ha hecho un uso excesivo de Roundup, y ahora las hierbas resistentes están proliferando. Bayer ofrece una combinación rival de semillas OMG y herbicidas bajo su marca Liberty.

Juntas, las dos empresas gastaron casi 2 mil 500 millones de euros en labores de I+D agrícolas en 2015. En una fusión, probablemente será inevitable que esta cifra se reduzca. “Se apresuran a repartir sus costes fijos entre un mayor volumen de producción”, señala el economista Philip Pardey de la Universidad de Minnesota (EU). “Durante los últimos dos años, han rodado muchas cabezas”, añade. Monsanto ha anunciado más de 3.000 despidos durante los últimos 12 meses, una cifra que representa alrededor de la séptima parte de su plantilla.

El antiguo ejecutivo de Monsanto y el CEO actual de Apse,  John Killmer, cuya empresa desarrolla técnicas genéticas, cree que el acuerdo está dirigido por “contables sin sangre con visera verde”, no por la tecnología.

Killmer detalla: “Mi interpretación es que la innovación neta dentro de las empresas irá a la baja. Creo que el agricultor, desde una perspectiva de innovación, pierde con este tipo de acuerdos, y que sus pérdidas probablemente serán aún mayores debido al elevado poder de mercado de la nueva entidad”. Predice precios más altos y menos opciones, y si los reguladores ven el acuerdo de la misma manera podrían decidir bloquearlo.

Los reguladores europeos ya han señalado que examinarán el acuerdo a fondo, y dada la forma en la que se solapan las empresas en pesticidas y semillas modificadas genéticamente, la decisión final está muy lejos de estar clara. Pardey señala: “Desde luego, no es un acuerdo cerrado. Creo que las probabilidades podrían ser bajas”.

Esta serie de fusiones entre las grandes empresas agrícolas se está produciendo durante un pequeño auge de start-ups que exploran nuevos usos para la genómica, los microbios y tecnologías como la edición genética, los drones y los sensores. El experto continúa: “Muchas ideas innovadoras están llegando desde fuera de la industria agrícola. Y las grandes se harán con ellas al engullir a las start-ups”. 

Otra incertidumbre es qué pasará con el nombre Monsanto en caso de realizarse la fusión. Pero jubilarlo podría ser una buena idea, según el director de ciencias de hortícolas de la Universidad de Florida (EU), Kevin Folta.

En su opinión, el nombre de Monsanto es “algo que acaba instantáneamente con cualquier conversación emocional, tal vez si se elimina al hombre del saco, el público por fin empiece a mantener conversaciones científicas sobre la tecnología agrícola”.

Fuente: tecnologyreview.es