Premio Princesa de Asturias para los descubridores de las ondas gravitacionales

Un instante cinco veces más pequeño que un segundo puede cambiarlo todo. Fue el tiempo necesario para que el LIGO, (el Observatorio de Ondas Gravitacionales con Interferómetro de Láser) detectara, por primera vez en la historia, una onda gravitacional, una distorsión del espacio-tiempo predicha por Albert Einstein y que ha inaugurado ya una nueva era en la Astronomía.

En reconocimiento de la ingente labor que ha estado detrás del crucial instante, el premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica ha sido entregado este miércoles a tres figuras clave del LIGO: los profesores del Instituto de Tecnología de California (Caltech) Kip Thorne y Barry Barish, y el investigador del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Rainer Weiss.

“Me siento humildemente honrado de recibir el prestigioso Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2017 junto con mis colegas Rai Weiss y Kip Thorne”, ha declarado Barry Barish. Por su parte, Thorne ha dicho sentirse complacido y honrado por el reconocimiento.

El jurado ha destacado el potencial de las ondas de permitir la exploración del espacio: “la detección de ondas gravitacionales abre una nueva ventana para el estudio del Universo que permitirá descubrir nuevos fenómenos y alcanzar regiones del espacio-tiempo no accesibles con las técnicas actuales”. Es decir, ya no solo podrán observarse los cuerpos a través de la radiación electromagnética (luz, ultravioleta, rayos X), sino también a través de las ondas gravitacionales.

En este sentido, Barry Barish ha dicho: “Ahora, tenemos la perspectiva emocionante de ver el Universo de una manera totalmente nueva. ¿Quién sabe qué maravillas encontraremos?”.

El jurado que ha entregado el premio Princesa de Asturias ha reconocido también el “talento individual y la obra colectiva de más de mil investigadores de un centenar de instituciones de dieciocho países”, que han hecho realidad el “reto tecnológico de primera magnitud” que es el LIGO.

Cada Premio Princesa de Asturias está dotado con una escultura de Joan Miró, símbolo representativo del galardón, la cantidad en metálico de 50.000 euros, un diploma y una insignia.

El abrazo de dos agujeros negros

La primera señal de las ondas gravitacionales fue detectada el pasado 14 de septiembre de 2015. Los dos inmensos sensores del LIGO, situados en Hanford, Washington, y Livingston, Luisiana (EE.UU.), captaron una ínfima fluctuación del tejido espacio-temporal en el mismísimo planeta Tierra. Gracias a un complejo sistema de láseres en forma de “L”, diseñados para medir distancias con gran precisión, (los brazos de los sensores miden cuatro kilómetros de largo pero pueden medir longitudes de tan sólo la milésima parte del grosor de un protón), el LIGO pudo captar una mínima comprensión del espacio causada por una débil onda gravitacional.

Esta fluctuación se originó a una distancia de 1.300 millones de años luz de la Tierra, cuando dos agujeros negros, con una masa 30 veces mayor a la del Sol, se fusionaron en un violento abrazo que provocó un auténtico terremoto.

Como si se tratara de las ondas creadas en un estanque al arrojar una piedra, el increíble colapso gravitacional causado en aquel punto del espacio-tiempo recorrió el Universo y llegó hasta el observatorio, poniendo fin a cuarenta años de búsqueda de las ondas gravitacionales.

Tan solo unos meses después, LIGO detectó una segunda señal, también procedente del “abrazo” de otra lejana pareja de agujeros negros. Ya este mes, LIGO anunció el tercer hallazgo de ondas gravitacionales, lo que confirma la madurez de esta tecnología.

Una importancia enorme

La importancia del hallazgo fue enorme. Validó la Teoría General de la Relatividad, estableció la naturaleza de las ondas gravitacionales y abrió una nueva ventana al Universo. Hasta ese momento, todo lo que se había aprendido sobre el Cosmos se había averiguado a través de la radiación electromagnética (luz visible, rayos gamma o ultravioleta), pero desde entonces la huella en forma de gravedad se ha convertido en un nuevo modo de acercarse a lo desconocido.

Gracias a esto, podrían descubrirse nuevos objetos, aprender sobre la esquiva energía oscura, comprender el comportamiento de objetos muy masivos, como púlsares o estrellas de neutrones, o entender qué sucedió tras el Big Bang.

Una gesta de la ciencia

El logro ha sido fruto del trabajo de cientos de científicos, ingenieros y técnicos de todo el mundo, incluyendo a españoles. Si las ondas gravitacionales fueron predichas en 1916 por Einstein, no fue hasta la década de 1960 cuando los avances tecnológicos y teóricos permitieron pensar que era posible una detección. En la década los 70, Kip Thorne fundó un grupo de investigación en Caltech para estudiar la teoría de las ondas gravitacionales. Por su parte, Rainer Weiss desarrolló un diseño para un detector. Por último, Barry Barish tuvo un papel crucial en la construcción del LIGO y en el establecimiento del consorcio científico que lo hizo realidad, que en la actualidad envuelve a 1.000 personas.

En un futuro próximo otros detectores de ondas gravitacionales se sumarán a la búsqueda de este fenómeno y permitirán aprender más sobre los orígenes del Universo y sobre la naturaleza de los objetos que lo forman.

El hallazgo de las ondas gravitacionales ya fue premiado con el prestigioso premio Kavli en la categoría de astrofísica y fue seleccionado por la revista Science como el avance más relevante del año 2016 y uno de los más importantes de este siglo.

Fuente: abc.es