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Por qué aún hay hambre en un mundo en el que sobra comida

Los beneficios de la edad de oro de la agricultura no se han repartido de forma equitativa. En lugar de aliviar la desnutrición, nuestra maravillosa cadena de suministro global está condenando a productores y consumidores de países en vías de desarrollo, incapaces de igualar los niveles de producción del resto del plantea

Los premios Nobel rara vez se otorgan sin generar controversia. El prestigio suele da lugar a un hormiguero de críticos que se burlan de las referencias del ganador, se quejan de la falta de mención a los colaboradores que acaban marginados por la historia o señalan a otros más merecedores que han sido injustamente ignorados.

Por eso, cuando el Comité noruego decidió otorgar el Premio Nobel de la Paz 2020 al Programa Mundial de Alimentos (PMA), la agencia de asistencia alimentaria de las Naciones Unidas (ONU), no fue ninguna sorpresa que la noticia fuera recibida con burlas y desaprobación.

El Comité explicó que la decisión del premio se debía a que «el Programa Mundial de Alimentos ha demostrado una capacidad impresionante para intensificar sus esfuerzos frente a la pandemia». ¿Quién puede cuestionar eso? Pues, resulta que mucha gente.

Cuando los organismos de la ONU ganan el premio de la Paz, «estamos a punto de dárselo a ‘la idea de los organigramas'», bromeó el presidente de The Atlantic, Robinson Meyer. «Es una elección extraña, y un desperdicio total del premio», dijo el profesor de salud global de la Universidad de Manchester (Reino Unido) Mukesh Kapila. Ambos tienen razón. El PMA, que proporciona asistencia alimentaria a las personas necesitadas, es la agencia más grande de la ONU y tiene 14.500 empleados en todo el mundo. Ganó el premio simplemente por hacer su trabajo, argumentó Kapila.

Además, se trata de una interpretación muy limitada de su trabajo. Al fin y al cabo, la ONU no creó el PMA para hacer frente a las amenazas inmediatas durante un momento de fuerte presión; su misión es «erradicar el hambre y la desnutrición». Después de casi 60 años de intentar acabar con el hambre, el PMA ha crecido mucho más y tiene más trabajo ahora que nunca. Los agricultores del todo el mundo producen más que suficiente para alimentar a la población global, pero la gente todavía pasa hambre. ¿Por qué?

Una boca real que alimentar

En lugar de mejorar, el hambre está empeorando. Es cierto que la proporción de personas que no obtienen suficientes calorías para sobrevivir ha ido disminuyendo, pasando del 15 % en 2000 al 8,6 % en 2014. Sin embargo, esa proporción se ha mantenido bastante estable desde entonces, y el número absoluto de personas desnutridas ha ido aumentando. El año pasado, según la ONU, 688 millones de personas pasaban hambre de forma regular, frente a los 628,9 millones en 2014. La curva no resulta pronunciada, pero, si continúan las tendencias actuales, más de 840 millones de personas podrían acabar desnutridas en 2030.

Las estadísticas parecen abstractas, pero cada uno de estos millones es una boca que alimentar de verdad, y las dificultades que atraviesan son muy reales. En el libro Food or War de 2019, el periodista y escritor australiano Julian Cribb describe el proceso físico de la inanición con detalles insoportables. El cuerpo, explica, se devora a sí mismo buscando alimento, agotando los niveles de energía y produciendo efectos secundarios como anemia, retención de líquidos y diarrea crónica.

Entonces, escribe: «Los músculos empiezan a deteriorarse. La víctima se vuelve cada vez más débil. En adultos, la inanición total provoca la muerte en un plazo de ocho a doce semanas… en los niños, la inanición prolongada retrasa el crecimiento y el desarrollo mental de formas de las que tal vez no se recuperen nunca, ni siquiera si se restablece una nutrición sólida. En resumen, el hambre es una de las maneras más angustiosas de morir, tanto física como mentalmente, mucho peor que la mayoría de las torturas inventadas por personas crueles, porque lleva bastante tiempo e implica la destrucción de prácticamente todos los sistemas del organismo».

En la actualidad, la ONG internacional Oxfam, que lucha contra la pobreza, señala 10 «puntos críticos de hambre extrema» en todo el mundo, donde millones de personas sufren esta abominable tortura. Algunos son escenarios de conflictos, incluido Afganistán, hogar de la guerra más larga en la que Estados Unidos ha estado involucrado, y Yemen, donde la guerra civil alimentada por la vecina Arabia Saudita ha dejado al 80 % de los 24 millones de ciudadanos del país en necesidad de asistencia humanitaria. Pero, hay otras circunstancias que también pueden traer hambruna: la economía en ruinas de Venezuela; las altas tasas de desempleo en Sudáfrica; los años de austeridad de Brasil.

En Mississippi, el estado más hambriento de EE. UU., uno de cada cuatro niños no recibe lo suficiente para comer con regularidad. ¿Qué está pasando?

E incluso en los países industrializados altamente funcionales, la amenaza del hambre, no solo de la desnutrición, sino del hambre real, ha aumentado a consecuencia de la creciente desigualdad económica. En Reino Unido, el uso de los bancos de alimentos se ha más que duplicado desde 2013. En EE. UU., la inseguridad alimentaria está generalizada y los más afectados son los niños, los ancianos y los pobres. En Mississippi (EE. UU.), el estado más hambriento del país, uno de cada cuatro niños no recibe con regularidad lo suficiente para comer. ¿Qué está pasando?

Una maravilla futurista

La situación resulta difícil de comprender, en parte porque el sistema alimentario ha sido uno de los mayores éxitos tecnológicos del mundo moderno. Los alimentos que comemos, cómo se producen y de dónde vienen, todo ha cambiado drásticamente en la era industrial. Hemos encontrado una manera de aplicar casi todo tipo de tecnología a los alimentos, desde la mecanización y la informatización hasta la bioquímica y la modificación genética. Estos avances tecnológicos han aumentado drásticamente la productividad y han hecho que los alimentos estén disponibles de manera más fiable y amplia para miles de millones de personas.

La agricultura es muchísimo más eficiente y productiva. A principios de la década de 1900, se usó el proceso de Haber-Bosch para capturar nitrógeno del aire y convertirlo en fertilizante a una escala sin precedentes. La mecanización llegó rápidamente: en la década de 1930, alrededor de una de cada siete granjas en Estados Unidos tenía un tractor; en 20 años, se utilizaban en la mayoría de las granjas. Esto iba acompañado por una creciente capacidad para redirigir los suministros de agua y aprovechar los acuíferos, lo que ayudó a convertir algunas regiones áridas en tierras fértiles cultivables. Grandes partes de China, Asia Central, Oriente Medio y Estados Unidos fueron transformadas gracias a los enormes proyectos de agua, represas y sistemas de riego. Luego, en la década de 1960, el agrónomo estadounidense Norman Borlaug desarrolló nuevas cepas de trigo más resistentes a las enfermedades, marcando el comienzo de la Revolución Verde en los países como India y Brasil, algo que llevó al propio Borlaug a ganar el Premio Nobel de la Paz en 1970.

Todo esto significa que los agricultores industrializados operan a niveles de producción casi sobrehumanos en comparación con sus predecesores. En 1920, más de 31 millones de estadounidenses trabajaban en la agricultura y una finca tenía de media poco menos 60 hectáreas. Un siglo después, la superficie total de tierras agrícolas en EE. UU. se ha reducido en un 9 %, pero solo una décima parte de esa fuerza laboral, 3,2 millones de personas, está empleada para cuidarla. (También hay bastante menos granjas actualmente, pero de media son tres veces más grandes).

La cadena de suministro también es una maravilla futurista. Podemos entrar a un supermercado en la mayoría de los países y comprar productos frescos de todo el mundo. Estas cadenas de suministro incluso demostraron ser resistentes al caos causado por la pandemia: aunque los confinamientos por la COVID-19 provocaron escasez de alimentos en algunos lugares, la mayoría de los estantes vacíos eran los de papel higiénico y productos de limpieza. Los suministros de alimentos fueron más fuertes de lo que muchos esperaban.

Pero, la industrialización masiva de los alimentos y nuestra capacidad para comprarlos han creado una avalancha de consecuencias indeseadas. Las calorías baratas y de mala calidad han provocado una crisis de obesidad que afecta de manera desproporcionada a los pobres y desfavorecidos. La cría intensiva de animales ha aumentado las emisiones de gases de efecto invernadero, ya que la carne tiene una huella de carbono mucho mayor que las legumbres o los cereales.

El medio ambiente también se ha visto afectado. Los incrementos en el uso de fertilizantes y pesticidas han contaminado la tierra y las vías de agua, y la enorme disponibilidad de agua ha llevado a algunas partes secas del mundo a agotar sus recursos.

Los que no se han industrializado, no cultivan muchos alimentos, lo que significa que no pueden ganar mucho dinero, por lo que no pueden invertir en equipos, y por eso no pueden cultivar muchos alimentos. El ciclo continúa.

En Perilous Bounty, el periodista Tom Philpott explora el futuro agrícola de California (EE. UU.). Los enormes proyectos de agua que crean suministros en el Valle Central, por ejemplo, han ayudado a convertirlo en una de las regiones agrícolas más productivas del mundo durante los últimos 90 años, proporcionando alrededor de una cuarta parte de los alimentos de Estados Unidos. Pero, actualmente esos acuíferos naturales se encuentran bajo una gran presión, se utilizan en exceso y se agotan por la sequía y el cambio climático.

Philpott, reportero de Mother Jones, señala el cercano Valle Imperial en el sur de California como un ejemplo de esta locura. Este «trozo completamente seco del desierto de Sonora» se encarga de producir más de la mitad de las verduras de invierno de Estados Unidos, pero, «en cuanto los recursos hídricos nativos, el Valle Imperial hace que el Valle Central parezca un mundo acuático» ya que alberga el lago más grande de California, el Salton Sea de 24 kilómetros de largo, famoso por estar tan cargado de contaminantes y sal que casi todo lo que hay en él ha sido destruido.

Esto no va a mejorar a corto plazo: lo que está sucediendo en California ocurre también en otros lugares. En Food or War, Cribb muestra exactamente cómo las tendencias apuntan en una dirección equivocada. Actualmente la producción de alimentos ya compite por el agua con los usos urbanos e industriales. Cada vez más personas se están trasladando a zonas urbanas, lo que acelera esta tendencia.

Si esto continúa, el escritor calcula que la proporción del suministro de agua dulce del mundo disponible para el cultivo de alimentos se reducirá del 70 % al 40 %. Y escribe: «Esto, a su vez, reduciría la producción mundial de alimentos hasta en un tercio para la década de 2050, cuando habrá más de 9.000 millones de bocas que alimentar, en vez de aumentarla en un 60 % para satisfacer esa demanda».

Todas estas sombrías predicciones sobre el hambre en el futuro, en realidad no explican el hambre actual. Para eso, debemos mirar un aspecto diferente e inesperado de la revolución agrícola del siglo XX: el hecho de que no sucedió en todas partes.

Igual que la gente de bajos recursos rara vez puede acceder a calorías saludables, la industrialización de la agricultura se distribuye de manera desigual. Primero los agricultores occidentales fueron catapultados a la hiperproductividad, luego las naciones pasaron por la Revolución Verde. Pero, el progreso se detuvo allí. En la actualidad, una hectárea de tierra agrícola en África subsahariana produce solo 1,2 toneladas métricas de cereales cada año; en Estados Unidos y Europa, la tierra equivalente ofrece hasta ocho toneladas métricas.

Esto no se debe a que los agricultores de las regiones más pobres carezcan necesariamente de los recursos naturales (África occidental ha sido durante mucho tiempo un importante productor de algodón), sino a que están atrapados en un ciclo de supervivencia. No se han industrializado, así que no cultivan muchos alimentos, lo que significa que no pueden ganar mucho dinero, por lo que no pueden invertir en equipos, y por eso no pueden cultivar muchos alimentos. El ciclo continúa.

Este problema se agrava en los lugares donde la población crece más rápido que la cantidad de alimentos (nueve de los 10 países de más rápido crecimiento del mundo se encuentran en África subsahariana). Y puede aumentar por la pobreza repentina, el colapso económico o los conflictos, como los mencionados puntos críticos de Oxfam. A pesar de que estos son los lugares donde el Programa Mundial de Alimentos interviene para aliviar el dolor inmediato, eso tampoco resuelve el problema. Pero entonces, su difícil situación económica no es accidental.

Un desastre para los agricultores del mundo

En septiembre de 2003, el agricultor surcoreano Lee Kyung Hae asistió a las protestas contra la Organización Mundial del Comercio (OMC), que se reunía en México. Lee era un antiguo líder sindical cuya granja experimental había sido embargada a finales de la década de 1990. En un ensayo del libro Bite Back (2020), Raj Patel y Maywa Montenegro de Wit relatan lo que sucedió después.

Mientras los manifestantes se enfrentaban a la policía, Lee subió a las barricadas con un cartel en el que ponía «¡OMC! Mata. GRANJEROS» colgando de su cuello. En la parte superior de la cerca, «abrió una navaja suiza oxidada, se apuñaló en el corazón y murió minutos después».

Lee protestaba por los efectos del libre comercio, que ha sido un desastre para muchos agricultores en todo el mundo. La razón por la que los agricultores de los países menos industrializados no pueden ganar mucho dinero no es solo porque tienen poca producción de cultivos, sino también porque sus mercados están llenos de competencia extranjera más barata.

Por ejemplo, el azúcar. Después de la Segunda Guerra Mundial, los productores de remolacha azucarera de Europa recibieron subsidios de sus gobiernos nacionales para ayudar a sus devastados países a recuperarse. Eso funcionó, pero después de que la industrialización entrara en acción y los niveles de producción alcanzaran la estratosfera, empezaron a producir en exceso.

La solución fue exportar esos alimentos, pero los subsidios acabaron reduciendo los precios artificialmente: los productores de azúcar británicos podían vender sus productos en los mercados globales y socavar a los rivales. Fue una buena noticia para los europeos, pero, una terrible para los productores de azúcar de lugares como Zambia. Los agricultores tenían que buscar formas de sobrevivir o decidir dejar atrás los alimentos que podían producir naturalmente para dedicarse a otros productos.

Las naciones poderosas siguen subsidiando a sus agricultores y distorsionando los mercados globales, incluso cuando la OMC ha obligado a los países más débiles a abandonar las protecciones. En 2020, Estados Unidos destinó más de 30.000 millones de euros a subsidios de este tipo, una cifra que se disparó durante los últimos dos años de la administración de Donald Trump. Europa, por otro lado, dedica unos 53.500 millones de euros cada año.

Patel y Montenegro señalan que gran parte del caos político populista de los últimos años ha sido el resultado de la agitación comercial: la pérdida de empleos industriales debido a la subcontratación y las protestas rurales en EE. UU. y Europa por parte de personas enojadas ante la perspectiva de un reajuste de la plataforma que ha funcionado a su favor durante décadas.

Hemos construido sistemas que no solo amplían la brecha entre los ricos y los pobres, sino que hacen que la distancia sea intocable.

Los autores escriben que Trump «nunca fue honesto sobre la posibilidad de eliminar el libre comercio», pero «el poder social que despertó fue real. Invocando el rechazo de los trabajos subcontratados, la depresión rural y la pérdida de salarios, aprovechó la disfunción neoliberal y unió la indignación al Gobierno autoritario».

Todo esto nos deja con una imagen sombría de lo que nos espera. Hemos construido sistemas que no solo amplían la brecha entre ricos y pobres, sino que la vuelven intocable. El cambio climático, la competencia por los recursos y la urbanización producirán más conflictos. Y la desigualdad económica, tanto local como internacional, significa que es más probable que el número de personas hambrientas aumente en lugar de disminuir.

La edad de oro, pero no para todos

Entonces, ¿hay alguna solución? ¿Se puede acabar con el hambre? ¿Podemos detener las guerras por el agua y por los alimentos que se avecinan?

Los innumerables libros sobre el sistema alimentario de los últimos años lo dejan claro: las soluciones son fáciles de diseñar y extraordinariamente complicadas de implementar.

Las primeras medidas podrían consistir en ayudar a los agricultores de los países pobres a salir de la trampa en la que se encuentran, permitiéndoles cultivar más alimentos y venderlos a precios competitivos. Esa estrategia significaría no solo proporcionar es herramientas para modernizarse, con mejores equipos, semillas o existencias, sino también reducir las tarifas y subsidios que provocan que su arduo trabajo sea tan insostenible (la OMC ha intentado avanzar en este frente). El Programa Mundial de Alimentos, con todos sus premios, debe ser parte de ese tipo de respuesta, no solo un organigrama que llena las bocas hambrientas con raciones de emergencia, sino una fuerza que ayude a reequilibrar este sistema desordenado.

Y los alimentos en sí deben ser más respetuosos con el medio ambiente, empleando menos trucos que aumenten los rendimientos a expensas de la ecología en general. No más oasis agrícolas en desiertos completamente secos. Es difícil, pero el cambio climático podría obligarnos a hacer algo así de todas formas.

Todo esto supone reconocer que la edad de oro de la agricultura no lo fue para todos, y que nuestro futuro podría ser diferente al presente al que nos hemos acostumbrado. De ser así, ese futuro podría resultar mejor para los que pasan hambre hoy en día, y tal vez para el planeta en su conjunto. Quizás sea difícil de admitir, pero nuestro espectacular sistema alimentario global no es lo que impedirá que la gente se muera de hambre, sino que es la razón por la que pasan hambre.

Fuente: technologyreview.es