La odisea de la mujer piloto que busca educar a millones de niñas

—”¿Dónde está el piloto?”  —le preguntó un funcionario de un aeropuerto en Canadá cuando ella bajó del avión después de hacer un aterrizaje imprevisto por problemas técnicos.

—”La piloto soy yo” —contestó tajante.

Su vida, increíblemente, se vio influenciada por los aires desde muy temprana edad. Era un bebé. Su familia huía de Afganistán para encontrar un porvenir más prometedor y refugiarse en Estados Unidos, escapando de la guerra que mantenía su país frente a la Unión Soviética en 1987. Desde allí, de pequeña, su vida transcurriría en un avión. Shaesta Waiz tardó más de 18 años en volver a volar. Pero su sueño aún permanecía. La primera experiencia había quedado en su inconsciente, fascinando cada uno de sus sentidos, soñando con ser algún día quien ahora es.

Pasaron 11 años desde que decidió enfrentarse a las convenciones culturales que aún la afectan para convertirse en la primera piloto afgana. Waiz comenzó una vuelta al mundo sola, en un monomotor, con el objetivo de fomentar la educación en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas para mujeres y niñas en 19 países de cinco continentes.

El sueño de Waiz es que por lo menos una de ellas aumente la presencia femenina en la aviación. Las mujeres representan el 0,6% del total de pilotos y hay unas 450 mujeres capitanes en las compañías aéreas de todo el mundo –llenarían un único Airbus A380–, según los datos de la Sociedad Internacional de Mujeres Pilotos de Líneas Aéreas.

“Quiero que las niñas sepan que si una chica refugiada, sin dinero, ha logrado tener una carrera en ese campo, ellas también lo pueden hacer”, explicó la piloto. Waiz, de 1,60 metros de altura, sufre constantes dolores en sus piernas y espalda, aunque no son excusas para abandonar la sensación de volar entre las nubes. “No se puede poner en palabras lo que se siente al estar allí arriba. Un silencio absoluto, sin ver nada más que el océano”, aseguró.

La “aventura afgana” nació hace cuatro años, cuando Waiz escuchó hablar de Jerrie Mock, la primera mujer que completó, en 1964, una vuelta al mundo aérea en solitario, después del intento frustrado de Amelia Eearhart, en 1937. La veterana vivía a pocos kilómetros de su casa, en Florida, y la joven decidió visitarla. “Me contó en detalle su aventura, como si hubiera ocurrido ayer, y me hablaba como si yo fuese a repetir la hazaña, cuando, en aquel momento, solo quería conocer a la leyenda de la aviación femenina”, recuerda.

El encuentro encendió la chispa para que naciera Dream Soar, una ONG financiada por diferentes empresas de tecnología y aviación y formada por un equipo de 40 voluntarios que ofrecen apoyo logístico a Waiz. El objetivo de la ruta es obtener financiación para ofrecer becas de educación a niñas y mujeres. “El dinero es importante, pero es más una cuestión de decir ‘creo en ti’ y transmitirles el mensaje de que son inteligentes y capaces”, cuenta.

“En ese momento me di cuenta de que, después de haber crecido con cinco hermanas, me metí en un mundo totalmente masculino”, dijo, indignada con el mundo machista que envuelve a la aviación: “Hay muchos relatos de mujeres que pidieron permiso para entrar en el territorio aéreo del país y fueron ignoradas, pero, en el momento en que se pusieron a hablar sus copilotos masculinos, les hicieron caso”.

Waiz sostiene que los conflictos culturales serán un reto más grande que los posibles fallos técnicos durante el viaje. “Mucha gente todavía cree que la ciencia, la tecnología o la ingeniería son cosas de hombres, y es difícil hacer recapacitar a alguien que ha sido educado toda la vida para pensar de esa manera, pero hay que intentarlo”, concluyó.

Fuente: infobae.com