La era de la ciencia tranquila: por qué no aparece un nuevo Einstein

A los científicos les cuesta cada vez más desafiar lo establecido, según el análisis de 50 millones de investigaciones y patentes en seis décadas. Los grandes equipos, la obsesión por publicar y la propia acumulación de éxitos pueden estar pasando factura

Vacunas contra el nuevo coronavirus en tiempo récord, inteligencias artificiales que mantienen una conversación o hacen arte, telescopios espaciales que ven los orígenes del universo, el mundo entero conectado por internet… No cabe duda de que vivimos en la era más innovadora de la Historia. La producción científica es inmensa: más de un millón de artículos científicos se publican cada año en todo el mundo. Sin embargo, cada vez menos son capaces de romper con lo establecido y cambiar las reglas del juego.

Así lo sugiere un gran estudio dado a conocer recientemente en la revista ‘Nature’. Tras analizar millones de artículos científicos y patentes en seis décadas, desde 1945 a 2010, concluye que las aportaciones de los científicos modernos tienden a ser incrementales, se asientan sobre lo que ya se sabe, pero rara vez suponen un golpe en la mesa del conocimiento.

“Un trabajo disruptivo es aquel que acaba con las ideas existentes en vez de consolidarlas”, señala a este periódico Russell Funk, coautor del estudio e investigador en la Universidad de Minnesota (EE.UU.). Un ejemplo irrefutable de los últimos tiempos es la doble hélice de ADN descubierta por James Watson y Francis Crick en 1953. Estas tres letras encerraban el secreto de la vida y ponían las bases de la biología y la genética modernas. Otro caso es el algoritmo original de Google, que clasifica páginas web según el número de enlaces que reciben y la importancia de las páginas que las enlazan. Son la excepción.

Funk y sus colegas interpretaron que si un estudio era muy disruptivo, sería más probable que otros posteriores lo citaran, y menos probable que citaran sus referencias. Utilizando los datos de citas de 45 millones de artículos científicos y 3,9 millones de patentes, los autores calcularon un índice de disrupción (CD), en el que los valores oscilaban entre -1 para el trabajo menos rompedor y 1 para el que más. Sorprendentemente, este índice disminuyó en más del 90 % entre 1945 y 2010 para los artículos científicos y en más del 78 % entre 1980 y 2010 para las patentes. La misma tendencia fue apreciada en todos los campos analizados. Esto no significa que la ciencia sea de peor calidad o poco impactante -la ciencia continuista también se premia con el Nobel-, sino que consolida lo que ya se sabe en vez de discutirlo y abrir nuevos caminos.

La medición de las ondas gravitacionales y las vacunas contra el Covid-19 son extraordinarias, pero en gran parte se asientan sobre lo que ya se conocía

El número absoluto de trabajos radicalmente innovadores no disminuye, pero sí supone una proporción menor del total. Además, investigaciones de que forma popular pueden ser percibidas como disruptivas, como las que llevaron a las vacunas contra el Covid-19 y al hallazgo de las ondas gravitacionales (deformaciones en el tejido del espacio-tiempo que recorren todo el universo), para Funk tienen “parte de ciencia rutinaria”. Einstein predijo las ondas gravitacionales hace un siglo y las vacunas son una aplicación del trabajo en biología molecular que se remonta a Watson y Crick.

En el lado contrario, otras investigaciones realmente rompedoras pueden ser ignoradas por el gran público. Funk pone como ejemplo una técnica para insertar genes en células humanas y animales en lugar de bacterias, lograda en 1983. Probablemente no le suene de nada y es muy difícil encontrar información al respecto en los medios, pero la patente marcó el rumbo de la biotecnología y fue sumamente lucrativa para sus autores y la Universidad de Columbia, que ganaron cientos de millones de dólares gracias a ella.

El trabajo de Funk no explica en sí mismo por qué la ciencia se ha dormido en los laureles, pero el investigador apunta a la forma de trabajar de los científicos, presionados por la necesidad de publicar más y más para obtener relevancia. Esto “probablemente les lleve a enfocarse en una porción más estrecha del conocimiento existente, lo que puede contribuir a la disminución de la disrupción”, afirma. Igualmente, culpa al crecimiento en el tamaño de los equipos.

Víctima de su éxito

Luis Sanz-Menéndez, profesor de investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos (IPP-CSIC), está de acuerdo. A su juicio, “la estructura de incentivos de las carreras, que empuja a publicar mucho y rápido; la inestabilidad en las fuentes de financiación o la excesiva temporalidad en el empleo investigador” pueden estar detrás. Las causas “son múltiples y complejas -reflexiona-, pero nos dicen que los gigantes que desplazan las fronteras del saber y la tecnológica son pocos, en relación a los que hacen contribuciones incrementales o acumulativas”.

En España, resulta difícil hacer ciencia disruptiva. “Para que se produzcan este tipo de estudios altamente innovadores hacen falta condiciones organizativas singulares: alta flexibilidad, financiación a medio plazo, niveles moderados de burocratización…”, explica Sanz-Menéndez. Pero el sistema español carece de ellas y “se centra en exceso en los individuos y sus carreras”.

El periodista y escritor científico John Horgan ya argumentaba que la era de los grandes descubrimientos había terminado en el libro ‘The End of Science’ (El final de la ciencia, 1996). Señalaba que si ya no hay ideas tan revolucionarias como la teoría de la evolución, la doble hélice, la mecánica cuántica, la relatividad o el Big Bang, es porque todos esos descubrimientos “son ciertos” y es poco probable que sufran cambios significativos. La ciencia, en otras palabras, “es víctima de su propio éxito”.

A una conclusión parecida llega José Manuel Sánchez Ron, físico, historiador de la ciencia y académico de la Real Academia Española. “Históricamente, los cambios de paradigma (por ejemplo, de la física de Newton a la de Einstein) llevaron mucho tiempo en producirse, y ahora estamos explotando los ‘paradigmas’ que proporcionan la física relativista de Einstein, la física cuántica y el ADN. Estos son ejemplos de ciencia disruptiva. Más recientes son los problemas abiertos de qué son realmente los agujeros negros y la materia oscura, o las consecuencias del ADN recombinante (biotecnología). También la confirmación del entrelazamiento cuántico”, explica.

Fuente: abc.es