La ciencia que puede liberar a las mujeres del reloj biológico

Hace unos meses, Mauricia Ibañez, una mujer de 64 años, dio a luz a mellizos provocando un intenso debate social. Las técnicas de fecundación in vitro habían convertido en madre a una mujer de una edad que durante la mayor parte de la historia habría sido de bisabuela. La semana pasada, en una entrevista en Bilbao, Antonio Pellicer, director del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), contaba que en su compañía se pusieron como norma no tratar a mujeres de más de 50 años. “Técnicamente se puede llegar a donde se quiera, pero la gestación en una mujer de cierta edad pasa factura, el corazón trabaja el doble, la incidencia de la tensión alta o la diabetes gestacional se multiplica por diez a partir de los 45 años. Estás poniendo en riesgo a la mujer”, explicaba. “Luego está la discusión de si es demasiado tarde, pero de eso no voy a hablar porque he sido padre el año pasado”, añadía. Pellicer cumplió 62 años en abril.

El IVI, la empresa que fundó en 1990 junto a José Remohí, anunció el pasado febrero la fusión con la compañía norteamericana RMA y se ha convertido en el mayor grupo mundial del tratamiento de la infertilidad. Durante la presentación del acuerdo, aseguraban que esperaban alcanzar este año 300 millones de facturación, más del doble de los 172,84 anunciados 2015. La semana pasada, en Bilbao, la compañía, que invitó a este periódico a asistir, organizó el VII Congreso Internacional del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI). Allí se reunieron más de mil profesionales de la medicina reproductiva, desde los dedicados a los aspectos más prácticos a los científicos interesados por comprender los secretos más profundos sobre el origen de la vida.

La preocupación por la reproducción es una constante entre los humanos, tanto desde el punto de vista práctico como ideológico, como se vio en el caso de Mauricia Ibáñez, pero el foco ha cambiado con las sociedades. Entre las tribus nómadas del Pleistoceno, donde las mujeres daban el pecho durante años y estaban mal alimentadas a temporadas, los periodos de fertilidad eran escasos y el riesgo de desaparición de la tribu por su falta era real. El impacto de las enfermedades de transmisión sexual sobra la capacidad para tener hijos pudo incluso estar detrás de la imposición de la monogamia que ahora se considera la forma normal de organizar la vida en pareja.

Antonio Pellicer recordaba que, cuando hace 27 años comenzaron a trabajar en el IVI, “la gran cantidad de infecciones de transmisión sexual hacía que muchas mujeres llegasen con las trompas tapadas”. Entonces, el reto de su ciencia era curar ese tipo de esterilidad. “Hoy, la sociedad ha cambiado, y el problema que tenemos que resolver es que las mujeres tienen los hijos muy tarde. Antes se trataba de poner embriones en el útero para ver si se producía el embarazo y hoy hay que preocuparse que poner unos embriones que tienen que ser sanos porque hay riesgo de que no lo sean por la edad de la mujer”, continúa.

Durante las últimas décadas, la esperanza de vida de mujeres y hombres se ha incrementado hasta superar los 80 años. Con ese aumento en los años de vida, los hombres han alargado el periodo en el que pueden ser padres. Sin embargo, desde hace siglos, la menopausia sigue llegando hacia la cincuentena. “El testículo es una fábrica, aunque con los años la producción se reduzca. El ovario es un almacén. La cantidad de óvulos que tenemos es finita y está programada genéticamente para que acabe alrededor de los 50 años, aunque el día de mañana una mujer pueda vivir 150 años”, asevera Pellicer. Además, la producción y la calidad de los óvulos cae bruscamente a partir de los 35 años. “La probabilidad de tener un niño cuando la mujer tiene menos de 35 años, es del 60%. La cifra cae al 17% a partir de los 36”, explica la doctora del IVI Ana Cobo.

Cobo es experta en criopreservación, la congelación de los óvulos cuando aún son abundantes y de calidad para guardarlos y utilizarlos en una fecundación in vitro más adelante. Esta técnica, que se ha perfeccionado durante los últimos 10 años, logra que se conserven un 90% de los óvulos si se extraen antes de los 35 y de un 80% a partir de los 36. Esta tecnología es una manera de detener el reloj biológico que supone un límite acuciante a las mujeres que quieren tener hijos. “Biológicamente, estamos programados para procrear desde que las niñas tienen la regla y principalmente en la veintena”, indica Cobo. “En la sociedad moderna, por la incorporación de las mujeres al mundo laboral, esa decisión se retrasa y aparecen los problemas de fertilidad”, continúa. “Si se vitrificasen los óvulos a una edad más joven sería como detener el tiempo”, plantea. La ciencia podría así igualar a hombres y mujeres en su capacidad para elegir cuándo procrear.

Las limitaciones son importantes. Por un lado, habría que conservar los óvulos en infraestructuras caras y, si se congelan en la veintena, durante muchos años. Además, explica Cobo, “aunque desde el punto de vista biológico es más efectivo si se hace a una edad temprana, con menos de 35, es más coste efectivo si se hace más tarde, porque las probabilidades de emplearlos son mayores”. Sin embargo, añade, “la probabilidad de que una mujer se quede embarazada con unos óvulos congelados a los 38 son mucho menores”. “Hoy tenemos la tecnología, pero de momento solo está al alcance de quien pueda pagarlo”, concluye.

Durante el congreso se trataron muchos otros avances creados para superar las limitaciones de la biología. Allí se presentaron varios tratamientos para lograr que los ovarios de mujeres mayores, incluso menopáusicas, produzcan óvulos viables. “Aunque la mujer llegue a la menopausia, hasta cinco años después hay óvulos en el ovario, pero es como si no saliesen a flote”, ejemplifica Pellicer. Una de las técnicas de rejuvenecimiento ovárico presentadas en Bilbao, con la que el IVI y el Hospital La Fe de Valencia han conseguido el embarazo de cuatro mujeres con menopausia precoz de once tratadas, se lograba tomando una muestra de la corteza ovárica para después fragmentarla y volverla a implantar. Una segunda técnica que, según reconoce Pellicer, ha tenido buenos resultados en ratones pero aún debe perfeccionarse en humanos, consiste en rejuvencer el ovario utilizando células madre de médula ósea, inyectándoselos a la paciente para despertar sus óvulos durmientes.

Estas son algunas de las técnicas punteras para incrementar las posibilidades de éxito a la hora de lograr embarazos en parejas que no pueden lograrlo sin asistencia. El congreso del IVI ofreció un buen vistazo a las posibilidades que ofrece la ciencia para lograr esa forma natural de perpetuarse que es la reproducción. En la reunión científica también hubo espacio para otros enfoques que también utilizan la comprensión sobre el desarrollo de los embriones humanos con posibilidades de aplicación en humanos aún lejanas, pero descomunales.

Juan Carlos Izpisúa, investigador del Instituto Salk de Estudios Biológicos en La Jolla, California (EE UU), publicó en diciembre de 2016 un artículo en el que mostraba cómo revirtieron el envejecimiento en ratones con progeria reprogramando sus células. Los investigadores no actuaron sobre las mutaciones que causan la enfermedad. En su lugar, reprogramaron una serie de marcas químicas que se acumulan sobre el genoma y determinaron cómo se adapta nuestro organismo al entorno, lo que se conoce como epigenética. Esos cambios fueron posibles gracias a un método empleado para convertir cualquier célula adulta en célula madre pluripotente, como las que tienen los embriones. El cambio, que se consiguió a partir de la expresión de cuatro genes conocidos como los factores de Yamanaka, el Nobel de Medicina que inventó el sistema, es una forma de dar marcha atrás al envejecimiento biológico. En lugar de avanzar desde el estado embrionario hacia la vejez como de costumbre los procesos biológicos de la célula avanzaron en sentido contrario.

Izpisúa no aspira a otorgarnos la inmortalidad, que de momento solo se logra en parte, con más o menos ayuda médica, del modo tradicional, transmitiendo los genes a la siguiente generación. Sin embargo, cree que la identificación de las marcas epigenéticas que se acumulan en nuestro genoma puede ser una vía para entender su relación con los daños que se acumulan con la edad y multiplican las posibilidades de sufrir enfermedades. “Nos falta muchísimo para ser tan buenos como somos modificando el genoma, pero ya hemos visto las posibilidades para la salud de cambiar esas marcas”, señala el científico.

Hace un siglo habría parecido imposible que una mujer de 64 años se quedase embarazada o una mujer volviese a ovular tras la menopausia. No es descabellado pensar que en otro siglo más, en el camino de la vida que va del embrión a la tumba se hayan encontrado bifurcaciones o cambios de sentido.

Fuente: elpais.com