‘El Sol es comido por la Luna’: así se vivían los eclipses en el México prehispánico

Los eclipses solares se asociaban con lo oscuro y nefasto. En lengua nahua se les describía como Tonatiuh qualo, “el Sol es comido”, y en maya, Pa’al K’in, “Sol roto”

Para muchas culturas antiguas, los eclipses solares representaban un símbolo oscuro o nefasto que relacionaban con la cercanía del fin del mundo. En Mesoamérica, los eclipses estaban asociados a un gran felino, arquetipo de la oscuridad nocturna, que simbólicamente devoraba a la deidad más venerada: el padre Sol, un dios generoso que brindaba luz y calor, y cuyo movimiento marcaba el orden que debía regir el tiempo.

Estas creencias se mantienen presentes en varias lenguas, como el náhuatl, el maya, el purépecha y el mazahua, que describen el eclipse solar como ‘el Sol es comido’ o ‘mordida de Sol’. Por otro lado, en lenguas nacionales como el otomí o ñahñu, el mixe, el matlaltzinca, el mixteco, el ixcateco y el zapoteco, el eclipse se expresa como ‘el Sol muere’; en maya, Pa’al K’in, ‘Sol roto’.

Uno de los registros más antiguos de un eclipse solar ocurrido en lo que hoy es México se encuentra inscrito en un logograma de la Estela 3 del sitio maya Santa Elena Poco-Uinic, ubicado en Chiapas. Hace referencia a un eclipse solar que tuvo lugar el 16 de julio de 790, según el calendario de la Cuenta Larga.

“Los eclipses por venir nos permiten la discusión en torno a si en el México antiguo había ciencia o superstición. La idea de que imperaba esta última se basa en fuentes del siglo XVI, y durante el virreinato se extendieron algunas supercherías; asimismo, sobreviven registros de algunas ocultaciones que datan del periodo Clásico (200-900 d.C.), y que nos hablan de una erudición sobre el tema”, explica el arqueoastrónomo Ismael Arturo Montero, que aborda el registro de este suceso en la época prehispánica.

Además, un rastro de la inquietud provocada por los eclipses solares se puede encontrar en el Chilam-Balam de Chumayel, un libro probablemente escrito por sacerdotes-sabios mayas, que refleja influencias culturales y antropológicas de la época: “Y fue mordido el rostro del Sol. Y se oscureció y se apagó su rostro. Y entonces se espantaron arriba. ”¡Se ha quemado!, ¡ha muerto nuestro dios!”, decían sus sacerdotes. Y empezaban a pensar en hacer una pintura de la figura del Sol, cuando tembló la tierra y vieron la Luna”.

“Los mayas, grandes observadores, profundizaron en la mecánica celeste y tuvieron una alta certidumbre para predecir los eclipses, de hasta 55%, pero no siempre podían comprobarlo, en virtud de que los lugares donde se observan están determinados por la rotación de la Tierra”, dice el arqueoastrónomo.

“¿Por qué podían predecirlos? Porque no puede haber un eclipse de Sol más que en Luna nueva, y no puede haber uno lunar, salvo en Luna llena. A partir de esta base, se puede tener un cierto grado de predicción, considerando desfases que requerían ajustes, como queda demostrado en el Códice de Dresde”, anota el especialista. Uno de los diferentes símbolos mayas para un eclipse de Sol se representa en la página 54 del Códice de Dresde. Los símbolos que lo componen son: una banda celeste, el Sol, dos fémures, como señal de muerte, y campos negro y blanco que semejan alas de mariposa, en alusión al ocultamiento.

La cuestión de si los pueblos mesoamericanos tenían la capacidad de predecir eclipses ha sido motivo de debate constante. Lamentablemente, debido a la destrucción sistemática de códices como consecuencia de la conquista española, solo podemos abordar parcialmente esta incógnita.

En el caso de los mayas, un pueblo profundamente interesado en la medición del tiempo y su registro, podemos afirmar que desarrollaron un método para predecir eclipses solares y lunares. Tras años de observación meticulosa de los movimientos celestiales y la realización de conteos de lunaciones, lograron identificar fechas en las que ocurrirían eclipses. Los historiadores han identificado en el Códice Dresde una serie de fechas, principalmente pertenecientes a los siglos X, XI y XII, que pueden ser respaldadas astronómicamente como momentos en los que efectivamente se produjeron eclipses solares y lunares.

Las evidencias arqueológicas clave en Mesoamérica indican que las observaciones astronómicas se relacionaban estrechamente con el horizonte. Se supone que un astrónomo realizaba sus observaciones desde el interior de un edificio, utilizando un par de varas cruzadas para determinar la posición de un cuerpo celeste y vincularlo a una fecha específica. Este método permitía a cualquier observador precisar con gran exactitud la ubicación de un objeto cercano al horizonte mediante el uso de una horqueta. Las varas se disponían en ubicaciones fijas, lo que permitía registrar el aparente movimiento en el cielo de un cuerpo celeste, como se detalla en las páginas 24 y 25 de los códices Selden y Bodley.

Además, es probable que los astrónomos mesoamericanos emplearan instrumentos manuales para sus observaciones, como se puede apreciar en la página 14 del Códice Selden y en la página 17 del Códice Bodley. Entre estas estrategias, destacaban el uso de estelas rituales y conmemorativas, que se erigían en espacios abiertos de las ciudades y funcionaban como gnomon, ya que al ser monolitos alargados y alineados verticalmente, proyectaban sombras que permitían registrar el paso del tiempo con precisión.

Otra técnica que utilizaron fue el reflejo del cielo sobre espejos de agua estancada contenidos en recipientes. Aunque la imagen resultante era invertida, esta práctica facilitaba la observación de los cuerpos celestes. Además, los espejos de agua permitían apreciar la luz del Sol y la Luna en lugares específicos, como lo demuestran ejemplos en las cuevas pintadas de Guachipas y el cenote de Holtún, donde se aplicaban las leyes fundamentales de la reflexión.

En el Postclásico temprano, el uso de espejos de pirita tomó relevancia, especialmente en Tula y Chichén Itzá. Estos espejos, hechos en discos de madera con complejos mosaicos que incluían pirita y teselas de turquesa, estaban asociados al Sol. Además, algunos investigadores, como Kelley y Milone, han sugerido que las figurillas que muestran a personajes mirando un espejo, como la que se encontró en la isla de Jaina, pueden estar relacionadas con estos espejos rituales. No solo eran considerados instrumentos adivinatorios, sino también puertas hacia otro mundo, y se les atribuía la capacidad de incrementar el conocimiento.

En cualquier caso, desde tiempos remotos en Mesoamérica, un eclipse solar representaba un momento crítico, un estado de muerte e inmovilidad para el astro, lo que requería la restauración de su curso regular a través de rituales.

En Xochicalco, Morelos, en los frisos de la esquina noroeste de la Pirámide de las Serpientes Emplumadas, se destaca una representación recurrente de una ocultación solar total en su ornamentación. Esta representación muestra una quijada que parece morder un disco circular dividido en cuatro partes, simbolizando el Sol. Este evento astronómico se registró el 1 de mayo de 664, durante el amanecer. Según el investigador, durante el eclipse solar que oscureció el cielo, al este del horizonte se pudieron observar la conjunción de Marte, Mercurio y Venus, junto con las Pléyades, mientras que al oeste aparecía Saturno. Este hecho, sin duda, poseía una gran importancia y pudo haber influido en la conmemoración de la pirámide en cuestión.

La concepción mesoamericana del tiempo se basaba en ciclos precisos, al final de los cuales acechaba el temor del fin del mundo. Este temor se acentuaba aún más cuando coincidía con fenómenos astronómicos. Por esta razón, los sacerdotes-astrónomos prehispánicos se sentían compelidos a profundizar en el conocimiento de los fenómenos celestes, ya que lo que sucedía en el firmamento se consideraba un presagio, ya fuera de desgracia o fortuna, que influía en muchas decisiones trascendentales.

Los mexicas no contaban el tiempo en una escala infinita, como nosotros, sino en unidades cíclicas de 52 años. Cada año duraba 260 días y cada 52 años todo comenzaba otra vez. Para conmemorar el nuevo ciclo hacían una gran ceremonia: la del Fuego Nuevo, la más importante del ciclo ritual de los mexicas. Cada 52 años los habitantes de México-Tenochtitlan desechaban las imágenes de sus dioses y todos sus utensilios domésticos y apagaban los fuegos de los hogares y los templos. En esa ciudad, completamente a oscuras, los sacerdotes del fuego salían del Templo Mayor hacia Huixachtlan (cerro de la Estrella), y en la cumbre realizaban una ceremonia para encender un fuego nuevo. El ritual provocaba gran incertidumbre porque se creía que si el fuego nuevo no se encendía, el mundo se acabaría y las estrellas se convertirían en monstruos que devorarían a la humanidad.

Los eclipses y la fundación de México-Tenochtitlan

En la página 23 del Codex Mexicanus, algunos autores sugieren que se representa el eclipse anular de Sol más antiguo del que se tiene registro en el Centro de México, ocurrido el 31 de julio de 1119, en el año 6 Caña. Por otro lado, el arqueoastrónomo Jesús Galindo Trejo plantea la hipótesis de que la ocultación total solar del 21 de abril de 1325, que tuvo lugar entre las 11:00 y las 11:06 horas, pudo haber sido el evento que marcó la fundación de México-Tenochtitlan.

Según la tradición, los aztecas emprendieron un viaje desde la mítica Aztlán en busca de un lugar definitivo para establecerse, siguiendo la guía de Huitzilopochtli, dios de la guerra con atributos solares. Se creía que Huitzilopochtli les había reservado un lugar idóneo para convertirse en el pueblo líder en el mundo mesoamericano. De acuerdo con el historiador Alfonso Caso, la peregrinación de los mexicas hacia la tierra prometida comenzó en el año 1 tecpatl, es decir, en 1116. Tras un largo y arduo viaje, finalmente alcanzaron su destino, fundando la ciudad de Tenochtitlán en el año 1325.

Si bien resulta un desafío considerable trazar con precisión lugares míticos en el mapa, es sumamente intrigante notar que, en Nayarit, existe una isla que presenta una notable similitud con la tierra mítica de Aztlán descrita en diversos códices. Además, desde una perspectiva lingüística, el nombre de esta isla en náhuatl es Mexcaltitán, que se traduce como “en la casa de los mexicanos”. Este nombre sugiere una fuerte vinculación con el grupo mexica.

En el contexto prehispánico de un tiempo cíclico, el fin coincidía con el principio, por lo que Aztlán tenía que ser una imagen de Tenochtitlan o viceversa. Una gramática mitológica de los tiempos conjugaba el pasado, el presente y el futuro de manera sui géneris, manteniendo una nebulosidad cronológica. Aztlán representa el origen y el comienzo de un recorrido iniciático que conducirá a los migrantes aztecas (luego mexicas) a Tenochtitlan, lugar de su asentamiento definitivo. El fin que justifica el medio: la Peregrinación, consistiría en seguir al sol, representado por Huitzilopochtli, hasta el lugar de predilección que el dios había escogido para su asentamiento definitivo: México-Tenochtitlan.

Desde una perspectiva astronómica, es plausible plantear que la ocurrencia de dos eclipses solares pudo haber sido la señal que motivó a los sacerdotes guías a emprender y concluir su peregrinaje. Por ejemplo, el 16 de enero de 1116, a las 3 de la tarde, se observó en la isla de Mexcaltitán un eclipse solar parcial que posiblemente se interpretó como el inicio de la marcha mexica. Una vez en el Valle de Anáhuac, los mexicas tuvieron la oportunidad relativamente rara de presenciar un eclipse solar total, similar al que ocurrirá el 11 de julio próximo. El 13 de abril de 1325, a las 10:54 de la mañana, el Sol quedó oculto por la Luna durante un período de 4 minutos y 6 segundos. La profunda impresión dejada por este fenómeno celeste bien pudo haber motivado a los sacerdotes a concluir finalmente su extensa peregrinación.

El registro de fenómenos astronómicos a través de crónicas y anales antiguos ofrece una valiosa contribución para establecer una correlación entre los sistemas calendáricos prehispánicos y el sistema occidental. Los eclipses desempeñaron un papel central en la cosmovisión mesoamericana, y su significado trascendía lo puramente astronómico. Eran vistos como señales divinas, mensajes de los dioses y eventos rituales y proféticos de gran importancia. Los antiguos mesoamericanos basaban sus decisiones y creencias en la observación de los fenómenos celestes, lo que ilustra la profunda relación entre la astronomía y la espiritualidad en estas culturas.

Los eclipses eran, en realidad, un recordatorio de la estrecha interconexión entre el cosmos y la vida en la Tierra para los mesoamericanos, y su comprensión y veneración de estos eventos celestiales reflejan la riqueza de su herencia cultural y espiritual. A pesar de que nuestra comprensión científica de los eclipses ha evolucionado, el legado de los antiguos mesoamericanos sigue siendo una fuente de inspiración y aprecio por la profundidad de su sabiduría y su conexión con el universo.

Fuente: es.wired.com