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Cómo defiende la gente que cree en extraterrestres que todavía no nos hayan contactado

Si miramos al cielo veremos, en el mejor de los casos, un par de miles de estrellas. Es lo máximo que podemos observar desde aquí. Pero en nuestra galaxia, solamente, hay varios cientos de miles de millones. Y hay aún más galaxias, incluso, que estrellas en la Vía Láctea. Y todo este espacio, ¿está vacío?

Se hace muy difícil pensar que estamos solos entre tanto astro. Sin embargo, si no es así, ¿por qué no hemos detectado ni la más mínima señal de nuestros vecinos cósmicos? Las explicaciones podrían ser varias.

¿Dónde está todo el mundo?

Enrico Fermi, con su traje intachable bajo una bata igual de elegante, sonríe pensativo. «Entonces, ¿dónde están?», pregunta meditabundo. Sus compañeros, igual de trajeados pero sentados a la mesa, lo miran bajo sus propias batas. Nadie le lanza una respuesta. Probablemente todos nos hayamos hecho la pregunta alguna vez: si el universo es tan grande, ¿dónde está todo el mundo?

En tan inmensa extensión, con billones de estrellas similares a la nuestra, tendrían que existir otras civilizaciones extraterrestres al menos igual de inteligente que la nuestra. Pero, hasta la fecha, no hemos detectado ni rastro. Es más, en el último escaneo sistemático realizado en 2015, comprobamos que el número de civilizaciones existentes ahí fuera, en los sistemas analizados, es cero. Este es el principio de la paradoja de Fermi.

Esta se puede resumir así: «La creencia común de que el universo posee numerosas civilizaciones avanzadas tecnológicamente, combinada con nuestras observaciones que sugieren todo lo contrario, es paradójica sugiriendo que nuestro conocimiento o nuestras observaciones son defectuosas o incompletas».

Cuentan que para Fermi, la respuesta inconclusa a la paradoja suponía una respuesta poco halagüeña. Hay que recordar que Fermi fue uno de los protagonistas en el desarrollo de las armas nucleares y creía que la humanidad estaba coqueteando con su autodestrucción. ¿Veía el físico, en la paradoja, un reflejo de nuestro futuro? En cualquier caso, la duda sigue en pie.

No deberíamos estar solos, ¿o sí?

La famosísima fórmula de Drake, es una ecuación que trata de calcular el número de civilizaciones inteligentes posibles en nuestra galaxia. Los cálculos tienen en cuenta cifras como el ritmo de formación de estrellas adecuadas para la vida, el número de planetas en la zona habitable y factores como «la aparición de vida» o «la aparición de vida inteligente».

Esta fórmula fue desarrollada en 1960 por Frank Drake, presidente del instituto SETI, y aunque en realidad no es más que un juego especulativo, porque no podemos resolver algunas de las variables, es la primera aproximación teórica que tenemos para calcular cuantos vecinos hay ahí fuera.

Cuando en 1961 se hicieron los primeros cálculos para probar la estimación, los datos arrojaban un total de diez civilizaciones detectables al año. Definitivamente una cifra excesivamente optimista. Con algunos ajustes y mejores variables, obtenidas con los años, esta cifra ha pasado a ser de 10 a 0,00000007, 0,00000002 y 0,000000008 civilizaciones detectables al año, cifras bastante más acordes con nuestra realidad.

En cualquier caso, sigue siendo muy extraño que no hayamos visto nada ni a nadie. Si de verdad fuera una civilización tecnificada y más avanzada que la nuestra, deberíamos ser capaces, como mínimo, de detectar alguna señal (especialmente en el infrarrojo, por ejemplo, debido al calor que escaparía de sus ingenios, o mediante algún tipo de mensaje voluntario). Pero no es así, y no sabemos la razón. Aunque podemos imaginar por qué.

La cúspide de una civilización y la escala de Kardashov

En 1964, Nikolái Kardashov propuso una clasificación de civilizaciones un tanto general. Una civilización tipo I sería capaz de aprovechar toda la energía de su planeta de origen. Nosotros seríamos, por ejemplo, una civilización tipo 0,7 (según calculó Carl Sagan en 1973). Una civilización del tipo II sería capaz de aprovechar toda la energía procedente de su estrella nativa. El tipo III aprovecharía toda la energía de la galaxia, al completo. Este sería el máximo al que se puede aspirar.

Si en nuestra galaxia existieran alguna civilización de tipo II o III, casi con total seguridad lo sabríamos. Al menos las de tipo III. Las de tipo II, aunque más difíciles, sobre todo si está al otro lado de la galaxia, por ejemplo, tampoco podría pasar desapercibida para siempre.

Nuestras sondas deberían haber detectado su increíble tecnología tiempo atrás. De hecho, según los cálculos de Drake, varias civilizaciones de tipo II deberían existir en nuestra galaxia. Por tanto, la primera explicación es que no las hay tan avanzadas. Cabe esperar que sí exista algún tipo de civilización inteligente, pero si se sitúa muy lejos en la propia Vía Láctea, es fácil entender que no podamos contactar con ellos. ¿Pero, y si alguna hubiera aparecido en «casa»? ¿Por qué no hemos contactado con nadie?

Razón número 1: el Gran Filtro

Una posible respuesta es una hipótesis llamada el Gran Filtro. Esta fue propuesta en 1996 por Robin Hanson, un economista que vio la existencia de un evento evolutivo que impide el avance sistemático previsto en nuestras fórmulas. Imaginemos nuestra evolución, incluyendo la biológica, la cultural y la tecnológica, como una línea continua donde se producen ciertos hitos.

El avance debería verse detenido en alguno de los pasos necesarios para llegar a ser una civilización de tipo II o III. Actualmente nosotros nos encontramos en un paso anterior a la colonización espacial. Mantengamos la esperanza y supongamos que hay vecinos galácticos ahí fuera ¿están en nuestra misma situación? ¿Por detrás tal vez? Es lícito pensar que no están muy por delante, o los habríamos visto. ¿Dónde actúa el Gran Filtro?

Todavía no lo hemos pasado

Una hipótesis altamente probablemente es que el Gran Filtro esté frente a nosotros, en algún punto por delante de la exploración espacial. Esto explicaría por qué no hay ningún tipo de colonización detectada en nuestra galaxia, pero da pie a pensar que sí hay otros posibles vecinos, esperando.

Aun así, es una mala noticia porque implicaría muchas posibilidades de que jamás lleguemos a más. El filtro, en este caso, podría ser un agotamiento irremediable de recursos, una guerra que acabara con la civilización tal y como la conocemos, una enfermedad… En cualquier caso, sería un impedimento evolutivo presente en una civilización avanzada, pero no tanto como para colonizar las estrellas.

Somos especiales

Otra posibilidad es que seamos «los elegidos», los únicos seres vivos de alrededor capaces de superar ese Gran Filtro. Eso supondría que estamos camino de convertirnos en los primeros habitantes intergalácticos de la Vía Láctea. En tal caso, el Gran Filtro se situaría por detrás de nuestro momento actual. Tal vez ese sea la aparición de vida, o la evolución de vida inteligente y tecnificada. No lo sabemos.

El caso es que si encontráramos, por ejemplo, restos de vida extraterrestre en forma de microorganismos estaríamos, probablemente, ante el indicio de que este Gran Filtro está en un momento entre nuestro momento y la aparición de los organismos. Esto sería una señal de que es bastante fácil que estemos solos.

Razón número 2: las civilizaciones tipo I y II están muy, muy lejos

Imaginemos que sí que existen civilizaciones titánicas, mucho más grandes de las que el propio Asimov pudo imagina en «Fundación». ¿Por qué no hemos visto nada sobre ellas? Porque están en otro sitio. Otro sitio en tiempo y espacio, huelga decir. El universo es gigantesco. La Vía Láctea es brutalmente grande y vieja.

Imaginemos que sí, que existió una civilización inteligente que visitó nuestra Tierra hace miles de millones de años. Sería imposible saberlo. Esta hipótesis es la preferida de los defensores de anacronismos y ovnis. Pero siendo realistas, es como si jamás nos hubieran visitado a nosotros.

Por otro lado, si la civilización fuera de tipo II, aprovechando sistemas enteros, pero estuviera en la otra punta de la galaxia… sería muy difícil que la viéramos, teniendo en cuenta que nuestra capacidad de recibir señales se limita a apenas 100 años luz de aquí. Esto mismo podríamos pensarlo de una civilización tipo III que se encontrara en otra galaxia distinta a la nuestra. ¿Cómo íbamos a enterarnos?

Razón número 3: somos los primeros

Una posibilidad esperanzadora explica estamos entre los primeros en avanzar tanto como para llegar a la conquista del espacio. En tal caso, es solo cuestión de tiempo que alguien encuentre nuestras señales o que nosotros encontremos las suyas.

A lo mejor estamos viviendo una época de asentamiento cosmológicoque permite la aparición de nuevas civilizaciones. Puede que los miles de millones de años anteriores solo hayan servido para darle forma al universo. Ahora es cuando toca evolucionar. A lo mejor.

Razón número 4: Estamos rodeados de señales, pero somos unos catetos espaciales

Pudiera ser, y no es descabellado, que nuestro entorno esté lleno de señales que indican vida extraterrestre inteligente pero que nosotros no podamos verlas. Tal vez nuestra tecnología no es lo suficientemente avanzada o puede que no estemos mirando las señales adecuadas.

Esto también estaría relacionado con que nadie se hubiera percatado de nuestra presencia, de la misma manera que no nos fijamos en los ácaros que viven en nuestras plantas o las hormigas que pululan por nuestra cocina. Y no es que sea una comparación intencionada.

Razón número 5: La verdad está ahí fuera y no es nada buena

¿Qué pasaría si todos los conspiracionistas de los Ovnis tuvieran razón? No es que hayamos sido visitados por una raza extraterrestre que quiere mantenerse en el anonimato. Esto es muy improbable, por no decir imposible, teniendo en cuenta lo sociales que somos y la dificultad de mantener una interacción así.

Pero, ¿y si hubiera una civilización ahí fuera cuidando de que ninguna otra superara cierto nivel tecnológico? ¿O fuera una superdepredadora a la caza de otras civilizaciones? También puede ser que exista una supercultura observándonos, como si fuéramos animales en un zoo, desde su propio sistema solar. En cualquier caso, estas son las hipótesis menos probables de todas.

Rezón número 7: Bonus, todo es mentira

Existe una última hipótesis que lanzar al aire: que todo lo que creemos como realidad no sea cierto. ¿Y si el universo fuera un holograma? ¿Y si en realidad estamos en una simulación virtual superavanzada? ¿Y si en realidad solo somos una prueba científica (si es que esa palabra tiene sentido) de una «ultracivilización» gigantesca cuyas dimensiones se parecen a lo que solemos llamar Dios?

Esta idea la ha explorado magníficamente Asimov en varios de sus relatos cortos. Y el resultado es inquietante. En tales casos poco podemos hacer. Aunque nuestra realidad sea una total mentira, es la única realidad que tenemos, así que deberemos conformarnos con ella.

Fuente: xatakaciencia.com