Científicos que publican un estudio cada cinco días: ¿son realmente sus autores?

“Esto hay que repetirlo”, suele decir el químico Damiá Barceló, profesor de investigación del CSIC y director del Instituto Catalán de Investigación del Agua (ICRA), si ve algo “muy llamativo” en los trabajos de su grupo. Barceló explica a SINC que, cuando firma un trabajo, realmente lo supervisa y se hace responsable. Y señala que, como editor de la revista Science of the Total Environment, “estas cosas de la autoría las miramos con cuidado”.

Barceló, experto en detección de contaminantes en agua, es el científico español más productivo según un análisis de las publicaciones en Scopus publicado en Nature. Entre los años 2000 y 2016, ambos incluidos, publicó 797 papers –artículos en revistas y en conferencias, pero no cartas al editor–. En 2015 firmó 74 trabajos, así que cumple la condición establecida en el análisis en Nature para ser considerado hiperprolífico: quienes, durante al menos un año, publican más de un paper cada cinco días.

Hay otros 264 investigadores en ese grupo, entre ellos, otro español, Luis Alberto Moreno, catedrático de la Universidad de Zaragoza, experto en nutrición y obesidad infantil. Moreno, investigador principal del grupo GENUD, es autor de 535 papers en los 17 años estudiados, una productividad que él atribuye, sobre todo, a su liderazgo en grandes proyectos internacionales.

Entre los hiperprolíficos hay una treintena de investigadores que firmaron más de un millar de publicaciones en ese periodo. El récord es del experto en materiales Akihisa Inoue, ex-rector de la Universidad Tohoku, en Japón, con 1.680 publicaciones –en 2007 publicó 223–. De siete tuvo que retractarse porque copiaban trabajos ya publicados.

Pero los autores del análisis, liderado por el médico del Meta-Research Innovation Center de la Universidad de Stanford (California, EEUU) John P. A. Ioannidis, niegan querer sacar los colores a nadie: “No tenemos pruebas de que estén haciendo nada inapropiado. Hay miembros de grandes consorcios que pueden cumplir los criterios de autoría en muchas publicaciones”. Su objetivo es promover la reflexión “sobre qué significa la autoría científica”. El propio Ioannidis firma unos 50 artículos al año.

Aclarar qué es ser autor no solo es importante para el ego. La autoría “es la moneda en el ámbito académico”, dice Ioannidis. Ser rico en esta divisa da más posibilidades de acceder a puestos de trabajo y a fondos para investigar. Y, sin embargo, pese a su importancia, el concepto de autor parece ser fluido: “Algunas áreas funcionan con una definición propia”, escriben Ioannidis y sus coautores. “Una definición laxa de la autoría, unida a la desafortunada tendencia a reducir las evaluaciones al conteo de papers, genera confusión en la asignación del crédito”.

Del análisis de los hiperprolíficos se ha excluido a los físicos, cuyas publicaciones tienen a menudo miles de coautores. También a autores de China y Corea, porque Scopus no los diferencia bien. Según los datos de Nature, de los que quedaron (265), entre la mitad y dos tercios son de ciencias de la vida y trabajan en 37 países.

Estados Unidos es donde hay más hiperprolíficos, pero también donde más se publica. En cambio, Alemania y Japón, en segundo y tercer puesto, están sobrerrepresentados. También Malasia y Arabia Saudí, algo atribuible a que en estos países el hecho de publicar se incentiva económicamente.

Veinte veces más hiperprolíficos ahora

Es llamativo que el número de autores hiperproductivos se multiplicó por veinte entre 2001 y 2014 –el total solo aumentó 2,5 veces–, algo que casa bien con otra observación: el número de autores por trabajo también crece.

Ambos fenómenos hacen levantar la ceja. ¿Por qué ocurren y con qué consecuencias? ¿Habría que ponerles coto?

Lo primero es aclarar qué se entiende por autor. Hay varios criterios, emitidos por organismos como el Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas (ICMJE) o los Institutos Nacionales de Salud estadounidenses (NIH).

Todos coinciden en que las contribuciones deben ser “significativas”. Aportar fondos o recursos, o ser mentor del primer firmante (sin un papel importante en el trabajo), no da derecho a firma.

No hay acuerdo en que todos los autores deban poder defender la totalidad del trabajo.

Pero todos los criterios tienen algo en común: son teoría. Al final la vida real impone sus propias normas. Todos los científicos consultados por SINC coinciden en que hoy ya es raro el ‘toro blanco’ (white bull), o en España ‘el mandarín’: ese catedrático que ejerce el parasitismo científico imponiendo el principio feudal de que el ‘señor’ lo firma todo. “Haberlos haylos, pero cada vez son menos y peor vistos”, dice una investigadora.

Lo que sí abunda es la disparidad de criterios a la hora de conceder autoría y una cultura de ‘mejor pasarse de generoso’. Una encuesta sobre cuestiones de autoría realizada a 6.000 de los investigadores más citados en 25 áreas, y publicada el año pasado en PLOS ONE, revelaba que la tendencia a saltarse las recomendaciones “se relaciona con grandes colaboraciones y con la importancia de construir relaciones sociales. Añadir personas que han hecho aportaciones imperceptibles se tolera más que excluir a quienes aportan contenido creativo”.

Miles de encuestados admitieron seguir sus propios criterios. Los autores del análisis, liderado por el ingeniero químico Gregory Patience, del Polytechnique Montreal, en Canadá, concluyen: “Las listas de autores [por paper] crecen, así que las revistas exigen que todos aclaren su contribución; aun así los artículos siguen incluyendo a individuos con un aporte intelectual módico. En contra de las recomendaciones de los NIH, miles de investigadores optan por valorar también la supervisión y los comentarios al manuscrito. Pero las opiniones están polarizadas: quienes no reconocen casi nunca contribuciones como la supervisión son casi tantos como quienes las reconocen casi siempre”.

Criterios demasiado estrictos

Los investigadores consultados por SINC muestran, en efecto, diversidad de criterios. Mercedes Robledo, directora del grupo de Cáncer Endocrino Hereditario en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), incluye como autores a los médicos que le envían muestras con datos clínicos. Su contribución puede no ser conceptual ni experimental, pero es indispensable. Al hacerles autores se les agradece con la moneda de la ciencia, algo que para Robledo es justo porque el sistema no prevé otra forma de recompensa: “Los criterios son tan estrictos que es difícil poder ajustarse a ellos. Pero yo necesito motivar a los médicos”.

Otros aluden a la dificultad de negar la autoría a quien la espera por haber cedido equipo o personal. “Solo un grupo grande puede permitirse entrar en guerras así”, comenta un investigador.

Y en colaboraciones amplias, ¿se refleja bien la aportación de cada uno? La percepción de Miren del Río, experta en dinámica y producción de bosques mixtos en el Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias (INIA), es que “cada vez firmamos más autores en los trabajos”; la decisión de a quién incluir no siempre es inmediata: “Si coordinas un proyecto, hay quien dice que solo por eso debes firmar siempre; otros son más estrictos”.

Manuel Collado, director del laboratorio de Células Madre, Cáncer y Envejecimiento del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago (IDIS), ha presenciado más de una discusión no ya por firmar o no, sino hasta por el orden en que aparecen los autores. Opina que “el sistema no es perfecto en absoluto, pero es muy difícil cambiarlo”. Por su parte Víctor de Lorenzo, del Centro Nacional de Biotecnología (CNB), tiene claro que todos los autores “deben poder responder de la totalidad del trabajo”. Ser autor supone compartir el mérito, pero también la responsabilidad si algo falla.

¿A más autores, menos crédito?

Una pregunta relevante es: ¿hay que hacer algo para revertir la tendencia a la hiperproducción científica? Por lo pronto, varios han recordado que los responsables de grandes casos recientes de fraude –el físico Jan Hendrik Schön y el anestesiólogo Yoshitaka Fujii– tenían una altísima productividad (falsa).

Y tanto Ioannidis como Patience señalan que las instituciones deberían tener en cuenta estas tendencias a la hora de asignar fondos o puestos. En su trabajo de los autores hiperprolíficos, Ioannidis concluye: “Hay pruebas de que el incremento en el número medio de autores por trabajo no refleja tanto la necesidad real de trabajar en equipo como la presión del ‘publicar o morir’. Las métricas de citas e índice de impacto deberían revisarse bajo esa óptica. Por ejemplo, si la regla fuera que a más autores, menos crédito, la multiautoría inmerecida se reduciría”.

No es el único en apuntar a las evaluaciones al peso como causa de la inflación de autores. Entre los clásicos, una referencia es el biólogo Peter Lawrence, que en La política de las publicaciones, en Nature en 2003, denuncia la “cultura anticientífica en que las habilidades políticas reciben demasiada recompensa, y demasiado poca los abordajes imaginativos y los resultados de calidad”.

“El cambio más efectivo –prosigue Lawrence– sería que los organismos que asignan fondos confiaran mucho menos en análisis cuantitativos con una pátina de falsa precisión (…), y que los evaluadores se preguntaran, en cambio, si los trabajos han sido influyentes o si otros han podido confirmar los resultados”.

Respecto a cómo se consigue ser un autor hiperprólífico, los autores del trabajo en Nature les preguntaron directamente y obtuvieron 27 respuestas. Muchos aluden a la participación en grandes colaboraciones; la eficacia –uno habla de “precrastinación”: hacer las cosas inmediatamente–; la falta de burocracia; o la generosidad, tanto la propia, dando ideas a otros grupos –“ser un cuco que pone huevos fértiles en otros nidos rinde”, afirma uno– como la de otros.

No consta qué piensa la familia del científico que agradecía a su esposa el haberle “permitido” trabajar 80 horas semanales durante 35 años.

Fuente: SINC