Así será nuestro futuro sexual con los robots
Un grupo de expertos en robótica acaba de hacer público un serio problema. Entre la ingente literatura científica sobre el asunto y los informes de grandes organizaciones, no han encontrado datos sobre el sexo entre humanos y máquinas.
“Se trata aún de un tema muy nuevo y definitivamente necesitamos ciencia sobre el tema”, reconoce Noel Sharkey, profesor emérito de robótica e inteligencia artificial de la Universidad de Sheffield (Reino Unido). “Ya hay unas cuantas compañías que desarrollan robots para el sexo y queríamos estudiar la cuestión sin entrar a opinar para desarrollar un documento que tal vez pueda ser útil para que los políticos puedan ver lo que está pasando realmente”, explica el cofundador de la Fundación para una Robótica Responsable. Sharkey es coautor del informe junto a Aimee van Wynsberghe, profesora de ética y tecnología de la Universidad de Delft (Holanda) y otros dos expertos en este campo.
El documento, titulado Nuestro futuro sexual con los robots y publicado ayer, repasa toda a la literatura científica sobre el tema —la inmensa mayoría artículos de filósofos, sociólogos y otros expertos sobre ética— y también recurre a testimonios de periodistas, trabajadores sexuales y a dos entrevistas realizadas a los responsables de dos empresas de robots sexuales.
El trabajo analiza los productos existentes en el mercado y explora los extremos más polémicos de este mercado incipiente, como la creación de robots sexuales que reproducen a niños. “Este es sin duda el mayor problema que hemos encontrado”, reconoce Sharkey.
Las escasas encuestas sobre el tema realizadas dan datos muy divergentes. Entre el 9% y el 75% de las personas consultadas estarían dispuestas a tener sexo con robots. En uno de ellos hasta el 86% opinaba que los robots podrían satisfacer los deseos sexuales. Los hombres parecen el doble de propensos a aceptar esta posibilidad e incluso llegan a mostrar signos de nerviosismo al tocar las partes íntimas de muñecas sexuales. Estas encuestas se realizaron en EE UU, Alemania, Reino Unido y Holanda, no hay datos de otros países y el trabajo apunta a que este tipo de productos serían prohibidos en países islámicos.
El informe analiza los cuatro modelos de “robots sexuales” disponibles en el mercado, que cuestan entre 5.000 y 15.000 dólares. Muchos de ellos dicen llevar incorporados sistemas de inteligencia artificial, aunque se trata de sistemas muy básicos, incapaces de nada que se parezca a una conversación normal, explica Sharkey. Algunas de las muñecas tienen varias personalidades programadas, como la llamada Roxxxy Gold, que incluye a Wendy la salvaje y Farrah la Frígida, que se resiste al acto sexual, una especie de violación simulada que preocupa a los autores del informe.
“Claramente estos productos tienden a hacer de las mujeres un objeto, llevan a la idea de que sus cuerpos son un producto, aunque no lo hacen más que la inmensa industria del porno”, reflexiona Sharkey.
Los usos más controvertidos de estos robots, dice, será en posibles terapias. El trabajo analiza las opiniones de varios expertos sobre si una muñeca sexual podría ayudar a violadores. También apunta un dedo acusador a la empresa Trottla, fundada por el japonés Shin Takagi, un “pedófilo confeso” cuya compañía fabrica muñecas sexuales de niñas. El informe cita una entrevista del nipón con The Atlantic: “Estoy ayudando a la gente a expresar sus deseos de forma legal y ética. No merece la pena vivir si tienes que vivir con el deseo reprimido”.
En Canadá, el comprador de una de estas muñecas fue detenido en un aeropuerto y está acusado de posesión de pornografía infantil en un caso que sigue en los tribunales, señala el informe. Mientras, en EE UU y otros países, este tipo de muñecas podrían ser legales, alerta el informe. Las tecnologías actuales permiten cubrir un molde con silicona que simula con gran realismo la piel humana. Esta técnica se ha usado para crear una réplica de Scarlett Johansson e Iroshi Ishiguro, un famoso creador de robots, ha hecho uno que imita a su hija de cuatro años, resalta el informe. “Esto demuestra que sería posible crear una reconstrucción realista de cualquier niño como un robot sexual”, alerta el texto. Este es un problema que “reclama atención” y que probablemente requeriría leyes internacionales para prohibir la creación de estos robots, considera el informe.
El informe reconoce que hay un gran desacuerdo entre los expertos sobre si estos robots podrían prevenir crímenes sexuales, aunque la mayoría lo duda y cree que solo servirían para exacerbar los comportamientos que se intentan evitar. La mayoría de los expertos coinciden en que estos usos serían problemáticos por muchas razones y que al final podrían reforzar el deseo de violar, se trata de una experiencia muy peligrosa. Debería estar prohibido”, opina Sharkey.
El experto en robótica no cree que en los próximos cinco o 10 años vaya a haber robots que aporten “una compañía real” ya sea sentimental o sexual, aunque reconoce que el avance de la tecnología tan rápido implica una gran incertidumbre. “Es posible que todo este mercado quede reducido a un nicho dedicado a una minoría fetichista, pero también existe la posibilidad de que el sexo con robots cambie nuestra forma de relacionarnos y se convierta en la norma. Hay demasiada incertidumbre y lo que necesitamos es mucha más ciencia sobre el tema”, concluye.
Vibradores ‘hackeados’
La tecnología del sexo, en concreto la de los dildos y otros juguetes sexuales, también ha experimentado una especie de revolución. Han aparecido en el mercado juguetes sexuales que se adaptan al usuario, por ejemplo vibradores que perciben las contracciones de la vagina cuando se aproxima un orgasmo y repiten ciertos movimientos para potenciarlo. El informe menciona los juguetes que se pueden controlar a distancia por wifi, así como dispositivos que simulan lengüetazos usando aplicaciones móviles.
Toda esta nueva tecnología también tiene sus demonios. En 2016, un juzgado de Illinois (EE UU) recibió una denuncia contra Standard Innovation Corp porque sus dildos recogían datos de cuándo se habían usado y esta información se enviaba junto con el correo electrónico del usuario usando una aplicación móvil. La empresa ha sido condenada a pagar cuatro millones de dólares canadienses a los afectados, resalta el informe. Las debilidades de la aplicación que controla el vibrador también permitía que cualquiera con una conexión de Bluetooth lo pudiese controlar con su móvil si estaba dentro del rango.
Fuente: elpais.com