Los codos del extinto león marsupial le hicieron un cazador mortífero
Australia fue el hogar desde hace alrededor de dos millones de años del león marsupial (Thylacoleo carnifex) hasta su extinción hace 30 mil años. Esta especie, descrita como una de las bestias depredadoras más destructivas, pertenecía al mismo orden que los canguros y los koalas, aunque se asemejaba en físico y en tamaño a un gran jaguar (Panthera onca) de hoy en día.
Este cazador era capaz de derribar a herbívoros mucho más grandes que él, como canguros o al diprotodon –el marsupial más grande que jamás haya existido– de tamaño algo mayor al de un rinoceronte blanco.
Hasta ahora era una incógnita la forma con la que este animal de finales del Peistoceno mataba a sus presas, pues a diferencia de los grandes felinos, este carnívoro carecía de grandes caninos con los que perforar a sus presas.
Una nueva investigación, publicada en la revista Paleobiology, revela que el león marsupial poseía su arma de destrucción en sus codos y garras, y no en su mandíbula, como ocurre en el resto de depredadores. Los autores, investigadores de las universidades de Málaga y de Bristol (Reino Unido), compararon los fósiles de esta especie extinta con los codos de otros mamíferos.
Mientras que los animales especializados en la escalada, como el orangután, tienen una articulación adaptada para la fácil maniobrabilidad de los antebrazos, otras especies como como los perros, especializados en la carrera, tienen articulaciones que restringen el movimiento hacia atrás y hacia delante.
En el caso de los grandes felinos, como los tigres, tienen un codo con movilidad intermedia que les permite tanto tener estabilidad sobre el terreno como un margen de movimiento para lidiar con sus presas.
«Sorprendentemente, el codo del león marsupial –a pesar de sus similitudes con los grandes felinos– permitía una gran rotación del antebrazo y de la mano, como si se tratara de un mamífero arbóreo, pero con características adicionales que le permitían un gran afianzamiento del miembro sobre el suelo”, explica Christine Janis, investigadora de la universidad británica y una de las autoras del estudio.
Además, ostentaba una enorme garra retráctil, similar a la de los gatos pero de un tamaño mucho mayor, y un pulgar semioponible que permitía un mejor manejo de la presa.
Los autores han llegado a la conclusión de que, a diferencia de un león actual que mantiene a su presa con sus garras y la mata con sus dientes, el león marsupial utilizó sus dientes para mantener a su presa y sus enormes garras para acabar con ella.
Los incisivos del león marsupial –desafilados y robustos– funcionaban así como agarre y sujeción de la presa y no para perforar a la presa con un mordisco mortal.
Atormentador, ejecutor, asesino y carnicero
«El león marsupial no deja de sorprendernos desde que hace un siglo el gran anatomista Sir Richard Owen describiera por primera vez sus restos fósiles mediante los calificativos de atormentador, ejecutor, asesino y carnicero», explica Borja Figueirido, investigador de la Universidad de Málaga y coautor del estudio. «Ahora, su anatomía esquelética nos revela que su articulación del codo combina de una forma muy peculiar la capacidad de realizar movimientos de pronación-supinación a la vez que le conforma gran estabilidad a toda la extremidad anterior».
En otras palabras, su anatomía del codo revela grandes semejanzas con las especies actuales arborícolas pero con claras adaptaciones a un modo de vida terrestre. Esta capacidad de movimiento, en combinación con un pulgar semioponible y con una garra extremadamente desarrollada, hace pensar a los autores que el animal podría haber dispuesto de un arsenal único en el comportamiento predador de los carnívoros actuales, en el cual su pulgar tuviera un papel mucho más activo en la caza, quizá incluso llegando a ser el arma principal para dar muerte a sus presas.
«Esta evidencia cambia el conocimiento sobre la ‘batería’ de comportamientos de caza conocidos en el orden Carnivora hasta la actualidad y revela la importancia de conocer la dimensión histórica de la vida en la tierra, es decir, de la Paleontología», subraya Figueirido.
Por su parte, Alberto Martín Serra, también de la Universidad de Málaga y tercer autor del trabajo concluye: «El hecho de poder deducir este tipo de comportamiento único a través de una parte del esqueleto es muy importante porque amplía las posibilidades en el estudio de la vida en el pasado, que ya no se limita a la simple comparación con los organismos actuales».
Fuente: SINC