Al narval, un cetáceo, se le apoda a menudo como “el unicornio del mar” por el característico colmillo del macho. El colmillo puede crecer hasta tres metros de largo. Los narvales viven principalmente en los alrededores de Groenlandia, el nordeste de Canadá, Svalbard en Noruega y el norte de Rusia (mar de Siberia oriental). Según la última estimación, la población mundial de narvales es de entre 70.000 y 80.000 individuos.
Los narvales del océano Ártico pasan gran parte de su tiempo en la oscuridad, en parte porque el Ártico está oscuro la mitad del año y en parte porque estos cetáceos cazan a profundidades de hasta 1800 metros, donde no llega la luz del Sol. Debido a todo esto, la vida de un narval gira alrededor del sonido. Y, al igual que los murciélagos, los narvales se orientan mediante la ecolocalización, la táctica basad en emitir sonidos y escuchar sus ecos, a modo de sonar o radar. Los narvales dependen mucho de la ecolocalización para cazar.
La capacidad auditiva de estos animales ha resultado ser mucho mayor de lo creído, tal como ha comprobado un equipo que incluye, entre otros, a la bióloga marina Outi Tervo del Instituto de Recursos Naturales de Groenlandia y a la matemática Susanne Ditlevsen de la Universidad de Copenhague en Dinamarca.
Esta última se ocupó de los análisis estadísticos de los enormes y complicadísimos conjuntos de datos que surgieron de los experimentos, en los que se recogieron datos a través de un micrófono submarino, un GPS, un acelerómetro (un aparato que mide el movimiento en tres direcciones) y monitores de frecuencia cardíaca.
Los resultados del estudio demuestran que los narvales investigados reaccionan a ruidos emitidos desde distancias tan grandes como de 20 a 30 kilómetros. A menudo, al captar tales ruidos lejanos detienen por completo su emisión de sonidos de ecolocalización. El equipo de investigación comprobó incluso que en una ocasión un narval reaccionó a un ruido emitido desde 40 kilómetros de distancia.
A una distancia lo bastante grande, el ruido de un barco es inferior al ruido marítimo de fondo. El equipo de investigación no podía captar tales ruidos a pesar de disponer de un sofisticado instrumental científico. Sin embargo, constató que los narvales sí pueden oír y distinguir el ruido de un barco lejano de entre otros sonidos en el conjunto de murmullos del mar.
Tras una semana de experimentos acústicos, los investigadores observaron que el comportamiento de las ballenas volvía a ser normal.
Sin embargo, tal como argumenta Tervo, si los narvales están expuestos al ruido durante un periodo de tiempo muy largo (por ejemplo, si cerca de alguna zona en la que pasan mucho tiempo se construye un puerto y la presencia de este conlleva un tráfico marítimo abundante), el éxito de los narvales en la caza podría verse mermado de manera prácticamente constante, lo que podría llegar a ser muy grave para ellos.
El estudio se titula “Narwhals react to ship noise and airgun pulses embedded in background noise”. Y se ha publicado en la revista académica Biology Letters.
Fuente: noticiasdelaciencia.com