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Granjas de bilis de oso: el maltrato animal de la medicina alternativa

Anualmente se ordeñan 7000 Kg de bilis de oso para su uso en medicina tradicional china, una falsa terapia

Cuando hablamos de pseudociencias, pseudoterapias o medicinas alternativas solemos acabar en los mismos ejemplos de siempre: la homeopatía, el reiki, el psicoanálisis… Todas ellas son disciplinas que se presentan como conocimiento científico sin serlo. Sin embargo, la lista es mucho más larga de lo que podemos pensar. La angeloterapia, la sobada de cuy o la neuroalquimia son solo algunos de los ejemplos de la amplísima variedad de pseudociencias que prosperan en nuestra época. Todas contribuyen a alejar a sus seguidores de la verdadera medicina, poniendo en riesgo su salud. No obstante, algunas van más allá, como la medicina tradicional china, culpable del tráfico de animales en peligro de extinción, la caza furtiva, e incluso, de cosas tan abominables como las granjas de bilis de oso.

Tortura a cambio de bilis

Hablamos de espacios donde amontonar minúsculas jaulas oxidadas, de apenas un metro de alto por dos de largo. En ellas, contorsionados como pueden, hay osos tibetanos, animales que pueden llegar a medir 1,90 y pesar 200 kilos. Los cachorros comparten jaula de dos en dos y todos ellos aprietan el negro pelo de su melena contra los alambres de las jaulas, como un almohadón roto por el que se escapa parte del relleno. En libertad pueden vivir más de 25 años, pero en las granjas no llegarán a los 10. Las rejas han hecho heridas en sus pieles; todavía abiertas, pero curtidas por el aire y los insectos. Las llagas están rodeadas de placas de pus y sangre coagulada, atrapando su pelo en duras y malolientes placas. La mayoría de ellos muere de una infección antes de 5 años, cinco veces menos que en la naturaleza. Es como si nosotros muriéramos con 16 años. Infecciones que, por otra parte, son de esperar, pues para recolectar la ansiada bilis, los «granjeros» juegan a ser cirujanos, practicando verdaderas carnicerías a los osos.

En primer lugar, buscan la vesícula biliar utilizando rudimentarios aparatos de radiografía, es una especie de bolsita oculta tras el hígado. Es entonces cuando la pinchan como pueden y, sin perder un segundo, introducen un tubo que recoja cada preciada gota verde antes de que se pierda en las cavidades del animal. La incisión no se sutura, como mucho se dan un par de puntadas y se les coloca una faja metálica conocida como full-jacket. Así viven, día tras día, hasta que comienzan a desfallecer, momento en que se les retira el catéter para matarlos y extraer su vesícula.

Aunque parezca mentira, se trata de una práctica real amparada por el propio gobierno. Supuestamente, buscaban reducir la caza furtiva de una especie amenazada. Se calcula que en el mundo hay más de 12 000 osos sufriendo en estas condiciones, repartidos en granjas de varios países asiáticos, principalmente Vietnam, Corea del Norte y sobre todo China (donde se encuentran más de la mitad de ellos). El resultado son unos 7000 kilos de bilis anual, pero ¿por qué? ¿Para qué puede hacer falta esta barbaridad?

La bilis de oso tiene dos principales usos, el primero es como un simplemente tónico, un cóctel de bilis, vodka y vino de arroz. El segundo es su uso como “medicamento” alegando propiedades curativas de todo tipo: anticonvulsivo, analgésico anal, o antitérmico para el hígado. Ninguna de las dos afirmaciones se basa en el pensamiento científico o la razón, sino en fantasías resucitadas por el mismo Mao Zedong hace más de 80 años: la medicina tradicional china.

Una mentira, pero más barata

Si observamos una tabla con las esperanzas de vida de China a lo largo de las últimas 20 décadas, veremos que apenas llegaba a los 40 años antes de que se introdujera la medicina moderna. Al principio la medicina occidental se extendió lentamente, pero todo empezó a cambiar cuando empezó el siglo XX, y con él lo hizo una serie de epidemias que asolaron China: peste, viruela, difteria, malaria, tuberculosis… Enfermedades contra las que la “medicina” local no podía hacer nada. La desesperación hizo que la población tomara una buena decisión, dándole una oportunidad a la verdadera medicina.

El éxito fue tal que, en 1920, el propio gobierno adoptó la medicina científica y reveló lo evidente, que las teorías del Yin Yang o de los cinco elementos no tenían la más mínima prueba y que eran, de hecho, prácticas fraudulentas. Por desgracia, todo cambió tras la Guerra Civil. En 1949 los comunistas tomaron el control, con Mao al frente. Con la subida al poder se hicieron promesas para contentar al pueblo, entre ellas, una mejor cobertura sanitaria. Algo harto caro de conseguir, a no ser, por supuesto, que resucitaran a las pseudoterapias tradicionales, técnicas que al estado le costaría menos que invertir en investigación, comprar fármacos o mantener sofisticados equipos tecnológicos.

Fue relativamente fácil arrancar a la medicina científica del pueblo. Su propio éxito fue una condena, pues la gente ya no recordaba las penurias de pocas décadas antes, cuando una infección era una sentencia de muerte. Planteó la recuperación de la medicina tradicional china alegando motivos nacionalistas, alabándola como un símbolo de su milenaria sabiduría. Por supuesto, aquello era un regalo envenenado.

¿Y si funciona?

Ahora sabemos que las teorías relacionadas con el Yin y el Yang o con la energía de la tierra son tan solo reminiscencias de tiempos oscuros, donde la ignorancia no tenía alternativa. Pero ¿y si por pura casualidad la bilis de los osos tuviera efectos beneficiosos? No sería la primera vez que la llamada folkmedicina, o medicina popular, nos da pistas sobre los principios activos que esconden ciertos compuestos. Sin ir más lejos, a la farmacóloga Tu Youyou le concedieron el Premio Nobel de Medicina o Fisiología de 2015, precisamente por encontrar un nuevo tratamiento contra la malaria en una planta tradicionalmente utilizada con ese propósito: la artemisina. ¿Podríamos estar ante un caso parecido?

Pues lo cierto es que sí, es más, en los hospitales se usa con total normalidad su versión sintética, el ácido ursodesoxicólico. El principio activo fue encontrado en 1902 por el investigador sueco Hamarsten, concretamente en la bilis de un oso polar. Le llamó “ácido ursocoleínico” derivado de “ursus” la palabra latina para “oso”. Cincuenta y dos años después, el japonés Kanazawa consiguió sintetizar una versión de laboratorio, ahora podía obtenerse sin dañar a ningún oso. La clave estaba en que el ácido era producido de forma en realidad por como producto del metabolismo de las bacterias que viven en el intestino de los osos. Las ventajas de la versión de laboratorio eran enormes.

Por un lado, por muy alta que sea la concentración de este ácido en la bilis de los osos, sigue siendo mucho menor del necesario para que tenga efectos significativos en el cuerpo humano, por otro lado, era una forma de poner fin a la abominación de las granjas.

La medicina se utiliza entre otras cosas como antinflamatorio, pero es conocida sobre todo por su uso para tratar la cirrosis biliar primaria, siendo tan frecuente su uso que se considera una pregunta típica del examen MIR.

Superstición y barbarie

Pero no nos confundamos, esto no significa que la medicina tradicional china funcione. Los riesgos que existen por consumir sus productos son altos, ya que no puedes conocer la cantidad de principio activo que hay en ellos, si es que lo hay, pues la mayoría son completamente ineficaces o directamente tóxicos. Lo que sí es ciencia es su síntesis en laboratorio, esa es la forma segura y eficaz de consumirla, la única que tiene garantía de éxito.

Entonces, si existe una alternativa mejor, segura y mucho más barata ¿por qué sigue comprándose bilis a precio de oro? Ha habido muchas campañas intentando convencer al gobierno chino de que cierre las granjas, algunas encabezadas por personajes públicos, como Jackie Chan, pero todas han caído en saco roto. La tolerancia del gobierno es absoluta, y no solo ante las granjas de osos, porque la medicina tradicional china es culpable de muchas más catástrofes ecológicas.

El pangolín, por ejemplo, se ha convertido en el mamífero más traficado del planeta por el uso que esta pseudociencia da a sus escamas. Ha llevado al antílope saiga al borde de la extinción, así como a varias especies de rinocerontes cuyos cuernos vende por más de 30.000 dólares. Y, por supuesto, también se deben a ella buena parte de las mutilaciones a tiburones para conseguir sus aletas, o la caza de tigres por sus huesos.

Existe toda una poderosa industria tras estas agresiones al medio ambiente, asestando golpes que tambalean los ecosistemas y amenazan con eliminar de un plumazo a especies enteras. El peligro de las pseudociencias es incuestionable y se extiende mucho más allá de lo sanitario, como ocurre con las terapias de reconversión sexual o las constelaciones familiares. Sin embargo, mientras nos preguntamos “¿qué mal pueden hacer?”, miles de osos sangran en silencio, apretados contra el áspero óxido de sus jaulas, completamente rotos.

Que no te la cuelen:

  • Nuestra bilis también contiene ácido ursodesoxicólico, solo que mucha menos que en la de los osos.
  • Las pseudoterapias, aunque no tengan efectos positivos, sí tienen efectos negativos. Alejan a los pacientes del sistema sanitario aumentando la mortalidad de enfermedades como el cáncer. Suponen un riesgo sin aportar un beneficio que pueda contrarrestarlo, como sí hacen incluso los fármacos más agresivos de la verdadera medicina.
  • La medicina tradicional china no tiene ninguna evidencia científica. En todo caso, se ha demostrado su peligrosidad, habiendo casos de intoxicaciones e incluso muertes.