Cualquier persona que haya tenido una mascota ha notado que éstas, especialmente si son perros, experimentan algo parecido a los celos cuando sus amos centramos nuestra atención en otra persona o animal.
Aunque desde el punto de vista científico es difícil estudiar las emociones de las mascotas (tenemos sesgos y solemos a antropomorfizarlas), los resultados de las investigaciones están comenzando a sugerir que los celos, al menos, son una emoción “primordial” que compartimos con otros animales sociales, particularmente perros y primates.
Para aclarar el campo de estudio los psicólogos hacen una distinción entre los celos y la envidia. Mientras que la última es una emoción de dos entidades que ocurre cuando nos falta algo, ya sea un atributo personal específico o un objeto, que alguien más tiene; los celos, por otro lado, requieren un triángulo social y aparecen cuando alguien amenaza una relación especial.
Además, para que una persona o animal sienta celos, necesita tener la capacidad cognitiva para reconocer, en cierto nivel, la importancia de una relación y evaluar las posibles amenazas a esa relación.
Los celos pueden ocurrir entre parejas, pero también se presentan entre amigos, familiares y compañeros de trabajo. De hecho, la investigación muestra que bebés de tan solo 6 meses demostraron celos cuando sus madres interactuaron con otro bebé (que en realidad se trababa de un muñeco de aspecto realista). Esto sugiere que los celos son emociones innatas que evolucionaron para proteger cualquier tipo de relación social de los intrusos, y que puede existir en otros animales sociales.
Perros y monos celosos
En 2014, investigadores de la Universidad de California en San Diego modificaron los experimentos con niños, adaptándolos a los perros y descubrieron que los canes actuaban mucho más celosos cuando sus dueños interactuaban con un perro falso (acariciándolo y tratándolo como si fuera real) que cuando acariciaban otros objetos como libros.
Un tercio de los perros estudiados intentaron interponerse entre sus dueños y el perro falso, y un cuarto de ellos incluso atacó al muñeco. En el caso de los perros que no mostraron celos, los investigadores sospechan que identificaron que los animales eran de peluche y no reales, o simplemente no tenían vínculos muy fuertes con sus dueños.
Los científicos también han documentado los celos en los monos titi cobrizos (Callicebus cupreus), una especie de primate monógamo que habita en la Amazonía, y están utilizando los animales para comprender mejor la neurobiología de esta poderosa emoción. Los machos de estos pequeños primates pueden ponerse agresivos frente a sus rivales románticos, y se colocan entre sus parejas y sus rivales potenciales. En ocasiones llegan a restringir físicamente a sus parejas para evitar que se muevan hacia los machos intrusos.
En una investigación, publicada el año pasado en la revista Frontiers in Ecology and Evolution, los científicos hicieron que monos titi machos observaran a sus parejas interactuar con machos desconocidos durante 30 minutos, y también observarán a hembras desconocidas interactuar con machos desconocidos durante la misma cantidad de tiempo.
Cuando observaron a sus parejas, los monitos experimentaron un aumento en los niveles de las hormonas testosterona (asociadas con la agresión y la competencia relacionadas con el apareamiento) y el cortisol (una indicación de estrés social). Además, los escáneres cerebrales revelaron que los primates habían aumentado la actividad en un área del cerebro asociada con la exclusión social en humanos (la corteza cingulada) y otra área asociada con el comportamiento agresivo (el tabique lateral).
Aunque estas dos investigaciones solo se han enfocado en perros y monos, los celos también se han observado en caballos, aves y gatos. Por lo tanto más estudios con otras especies son necesarios para entender esta emoción, a veces destructiva.
Fuente: nmas1.org