Estas arañas le dieron la vuelta al mundo en ocho millones de años
Mucho antes que los vikingos llegaran a América y antes que el portugués Fernando de Magallanes se lanzara a lo desconocido en la primera circunnavegación de la Tierra en 1522, un grupo de arañas ya cruzaban océanos y conquistaban tierras lejanas en el hemisferio sur.
Un equipo internacional de aracnólogos, zoólogos y biogeógrafos argentinos, suizos y australianos acaba de reconstruir la increíble aventura de un género de arañas costeras llamadas Amaurobioides que en los últimos ocho millones de años se las han ingeniado para dar una vuelta entera a la Tierra. Hoy a estas ancestrales exploradoras se las puede encontrar en tres zonas continentales: en Chile (entre La Serena y Puerta Montt), en África y Australasia.
“Ancestros de estas actuales arañas que viven cerca de la orilla del mar en el extremo sur del continente partieron de Suramérica y llegaron al sur de África durante el Mioceno, hace unos 10 millones de años —cuenta el aracnólogo argentino Martín J. Ramírez, investigador principal del CONICET en el Museo Argentino de Ciencias Naturales de Buenos Aires—. En Sudáfrica se establecieron en la costa marina y desarrollaron la capacidad de soportar inmersión en el agua, hace unos 8 millones de años. De ahí se dispersaron con el tiempo, ayudadas por la Corriente Circumpolar Antártica, por Australia y Nueva Zelanda y luego llegaron a Chile. Este es el primer estudio en el que se demuestra con un gran nivel de detalle la dispersión transocéanica de estas arañas”.
Hasta el momento no se sabía si una población ancestral de esta especie había surgido en el antiguo supercontinente de Gondwana y luego, cuando se dividió, las arañas se alejaron unas de las otras; o si, más bien, habían evolucionado en un único continente y desde ahí se habían dispersado a través de los océanos.
Para resolver este misterio, los científicos recolectaron 45 especímenes de Amaurobioides en Sudáfrica, Australia, la isla de Tasmania, Nueva Zelandia y Chile. Luego, analizaron su información genética con la que reconstruyeron su árbol genealógico evolutivo y exploraron su movimiento por el mundo.
“Mi trabajo consiste en averiguar cómo llegaron ciertas especies a estar donde están ahora —explica la biogeógrafa suiza Sara Ceccarelli también del Museo Argentino de Ciencias Naturales, quien sigue los pasos de Charles Darwin y de Alfred Russel Wallace—. En este caso, con el análisis genético pudimos determinar la edad de las especies en cada zona. No se trató de un solo evento sino de varias oleadas, las suficientes para establecer una población viable”.
Además de ser increíblemente diversas, todas las arañas son exploradoras y conquistadoras natas. En islas volcánicas que surgen de los océanos, por ejemplo, son las primeras colonizadoras. En el caso de las Amaurobioides, su fascinante biología va más allá: son pequeñas, miden de 1 a 1,5 centímetros, y suelen construir pequeñas celdas dentro de rocas en las costas de manera tal que, cuando sube el agua, no entra en su refugio.
Mientras que hay especies de arañas que viajan largas distancias empujadas por el viento, los investigadores sospechan que las Amaurobioides, navegantes más impresionantes que Cristóbal Colón, utilizaron materia flotante como medio de transporte: restos de algas o troncos que hicieron de balsas para estos organismos.
“Pueden sobrevivir durante meses sin comida”, dice el aracnólogo australiano Robert Raven, del Queensland Museum, quien colaboró en la investigación cuyos resultados fueron publicados en la revista PLOS one. En el estudio también participaron Eduardo Soto del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la Universidad de Buenos Aires, Brent Opell del Department of Biological Sciences, Virginia Tech, Estados Unidos, y Charles Haddad de la University of the Free State, Sudáfrica.
Estas exploradoras no necesitaron motor alguno. La corriente marina Circumpolar Antártica, que fluye de oeste a este alrededor del Continente Blanco, y un viento prevalente en la misma dirección fueron sus aliados en esta paciente y silenciosa conquista.
Fuente: scientificamerican.com