Elefantes se comunican entre sí, comparten traumas y viajan de noche para no ser cazados

En el norte de Botswana (Africa) está el Parque Nacional de Chobe. Un santuario de 11.700 kilómetros cuadrados donde los elefantes africanos deambulan sin peligro, beben agua de los abrevaderos, se alimentan en extensos campos y juegan entre sí para animar a los más pequeños. Sus vidas son tan anhelada por otras poblaciones de países cercanos que, aseguran los investigadores, muchos de ellos migran a estos lugares donde está prohibida la caza en busca de tranquilidad.

La prueba es que, mientras disminuye el número de elefantes en todo el continente, las poblaciones en un parque como Chobe han crecido considerablemente. Se estima que en los últimos 22 años, más de 30.000 ejemplares han viajado hasta Botswana conviritiéndola en el hogar de una tercio de la especie que habita en África.

Por eso se cree que “el movimiento sistemático de elefantes en Botswana está vinculado a su supervivencia. Es decir, los elefantes están utilizando rutas migratorias bien conocidas en este país para huir de las amenazas de los territorios vecinos”, explicó Mark Hiley, cofundador de National Park Rescue, una organización sin fines de lucro con sede en el Reino Unido al sitio web Quartz.

Aunque eso no es todo. Expertos de la organización benéfica Save the Elephants con sede en Nairobi han seguido la pista de varios ejemplares para saber a qué le están huyendo y cómo. La hipótesis que tienen es que los elefantes viajan preferiblemente de noche como mecanismo de protección, alejándose lo mayor posible de la caza furtiva, el conflicto, la urbanización, la agricultura y otras presiones latentes en el continente.

En esos viajes, de hecho, investigadores de la Universidad de Twente (Países Bajos) han evidenciado que los elefantes se comunican a través de gestos sofisticados, sonidos, infrasonidos e incluso secreciones químicas para transmitir mensajes entre sí con fines de supervivencia. De esa manera se advierten sobre los peligros que puedan toparse durante la travesía.

No solo para hablar sobre las amenazas de ese viaje, sino para contarse los traumas pasados. Esa es la teoría de Joyce Poole, cofundadora y directora científica de ElephantVoices, una organización que estudia el comportamiento social y la comunicación de los elefantes africanos. De acuerdo con la experta, la guerra civil que hubo en Mozambique de 1977 a 1992 diezmó la población de elefantes en casi un 90 %.

Los soldados comían sus carnes e intercambiaban el marfil por armas y municiones. Al parecer, las nuevas generaciones conservan tales recuerdos. “Cuando los grupos familiares de elefantes entran en contacto con personas, las mujeres mayores y con experiencia suelen comunicar a sus familiares que existe una amenaza y cobrarán o huirán dependiendo de la situación. Los terneros y los juveniles aprenden cómo reaccionar de sus madres”, sostiene Poole.

Fuente: elespectador.com