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El derrumbe de una montaña causó un megatsunami con una ola de 193 metros en 2015

Todos tenemos en la retina las imágenes del tsunami generado por el terremoto de Japón. El nivel del agua ascendió y el océano se internó en tierra con un ímpetu arrollador. Pero la naturaleza es capaz de crear espectáculos todavía más sobrecogedores. En mitad del océano, y sin previo aviso, pueden aparecer olas solitarias, de hasta 30 metros de altura, capaces de tragarse naves enteras. Pero esto es una sombra mínima de lo que puede ocurrir. En ocasiones, el derrumbe de un glaciar o una montaña es tan repentino y colosal, que puede generar inmensas murallas de agua que nadie querría presenciar de cerca.

Algo así ocurrió en 2015. Tal como ha concluido un estudio que se acaba de publicar en Scientific Reports, el desplome de 163 millones de toneladas de rocas de la ladera de una montaña, en el fiordo de Taan, en Alaska, causó un auténtico cataclismo: una ola de hasta 193 metros de altura, la cuarta mayor ola registrada desde el pasado siglo. Por suerte, ocurrió en una zona deshabitada, pero los autores creen que puede volver a ocurrir en otros lugares.

“Es probable que ocurran más de estos deslizamientos de tierra, a medida que los glaciares de montaña continúen retrocediendo y el permafrost se funda”, escriben los 32 autores del estudio, dirigidos por el geólogo Bretwood Higman.

Además de haber reconstruido los detalles de lo ocurrido, los autores han explicado que las observaciones les han permitido elaborar un modelo para predecir los riesgos e implicaciones de fenómenos así en el futuro. “Nuestros resultados llaman la atención sobre un efecto indirecto del cambio climático que está aumentando su frecuencia y magnitud, cerca de glaciares de montaña”, escriben en el estudio.

La desaparición de un glaciar

Pero, ¿cómo se produjo una ola de 193 metros en el fiordo de Taan? Tal como ha explicado en The Washington Post Dan Shugar, investigador en la Universidad de Washington y coautor de la investigación, hace solo 40 años este fiordo no existía: “estaba lleno de hielo”. Pero entre los años 1961 y 1991 el glaciar que se encontraba allí retrocedió abruptamente, en más de 300 metros.

Este proceso no solo abrió el fiordo. Según los autores, también desestabilizó las laderas de la montaña. Por eso, cuando la fusión del hielo y del suelo llegaron a un punto crítico, la ladera de la montaña se desprendió. El impacto contra el agua creó una potente onda que viajó a 96,5 kilómetros por ola.

Y, ¿qué ocurre cuando una enorme masa de rocas cae en el agua, y el agua no puede avanzar hacia los extremos porque las paredes de un fiordo lo impiden? “Es como lanzar un bolo en la bañera. El agua se extiende hacia los laterales. Pero cuando golpea las paredes de la bañera, no puede seguir avanzando. Por eso, el único camino que puede seguir es hacia arriba”, ha dicho Shugar. Por este motivo, el agua ascendió por las paredes del fiordo hasta alcanzar unos 200 metros de altura, arrasando todo lo que encontró a su paso.

Por suerte, o por desgracia, allí no había nadie para presenciarlo. La primera prueba del cataclismo que ocurrió allí llegó 8 meses tarde, cuando los científicos dieron con sus huellas en un sismógrafo.

Así que varios investigadores acudieron a la región y pudieron ver con claridad la devastación que quedó sobre las orillas y la vegetación. Algunos troncos de árboles parecían haber recibido un disparo de escopeta: escombros y rocas estaban clavados profundamente en los troncos, mostrando que habían sido lanzados con una increíble energía. En algunos puntos, la destrucción, mostrada en forma de calva de vegetación, llegaba hasta los 200 metros de altura desde la base del fiordo.

En esta ocasión nadie resultó afectado. Sin embargo, según Shugar, es probable que en otros fiordos algún barco de turistas se vea sorprendido por un fenómeno de este tipo. El año pasado, de hecho, una ola causada por un deslizamiento de tierra mató a cuatro personas en Groenlandia e hirió a 11.

De hecho, según él, es de esperar que se multipliquen este tipo de fenómenos a medida que los glaciares se retiran y las laderas de las montañas se desestabilizan.

“A medida que las laderas se ajustan a las nuevas condiciones (sin glaciares), pueden liberar rocas, provocar avalanchas o caer totalmente”, ha dicho en The Washington Post Martin Lüthi, investigador en la Universidad de Zurich que investigó el deslizamiento ocurrido en Groenlandia en 2017.

Por ello, este investigador ha apoyado la iniciativa de los autores de tratar de identificar y vigilar las zonas de peligro para mitigar futuros daños de este tipo.

A pesar de la magnitud de la ola, esta no es la mayor registrada. En 1958 un terremoto anunció un cataclismo en la bahía de Lituya, en Alaska. Una parte de una montaña se deslizó y causó una ola que ascendió hasta una altura de 523 metros.

Y las olas no son el único peligro asociado con el deshielo de los glaciares. Su fusión puede crear lagos a elevadas altitudes, que pueden desbordarse súbitamente y provocar importantes deslizamientos. Además, la caída de los bloques de hielo en los fiordos también es capaz de crear potentes olas.

Fuente: abc.es/ciencia