Crean un refugio privado en Madagascar para lémures amenazados

El cambio climático está afectando su hábitat natural, lo que obliga a las autoridades a pensar en soluciones alternativas

Madagascar siempre ha sido uno de los mejores lugares en la Tierra para estudiar el mundo natural. El 70 por ciento de sus especies no se encuentran en ningún otro lugar —la mayor concentración de fauna endémica en cualquier lugar.

Tan sólo en los últimos 10 años, los científicos han descubierto 385 plantas, 40 mamíferos, 69 anfibios, 61 reptiles y 42 invertebrados nuevos en el país.

Madagascar también es un lugar destacado para estudiar la extinción. El año pasado, el país perdió el mayor porcentaje de bosque primario, lo que lo convierte en uno de los lugares más deforestados de la Tierra.

Desde 2012, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza ha nombrado a los lémures, que se encuentran sólo en Madagascar, como el grupo de animales más amenazado del mundo, con un 95 por ciento en riesgo.

La caza furtiva, la agricultura, el cultivo de carbón vegetal y la tala ilegal han ejercido presión sobre la fauna. El próximo peligro que se avecina es el cambio climático; en Madagascar y en todo el mundo, el aumento en las temperaturas amenaza con expulsar a la fauna de las áreas de conservación creadas para protegerla.

La tierra que se reservó ayer podría no ser adecuada para mañana, lo que requiere que los científicos piensen fuera de los límites tradicionales de los parques.

“Los parques y grandes extensiones de tierra son el meollo de cómo salvamos cosas”, dijo Timothy Male, director del Centro de innovación en Políticas Ambientales, en Washington. Pero, agregó, los parques pequeños “tienden a ser donde ocurre mucho dinamismo”.

La región de Sambava, en el norte de Madagascar, es hogar de extensos parques nacionales y una red de reservas administradas localmente. Durante décadas, muchos bosques estuvieron protegidos por sus laderas, aparentemente demasiado empinadas para ser cultivadas.

Pero en los últimos cinco años, los precios de la vainilla, que prospera en las laderas, se han multiplicado por 10 a 650 dólares el kilo, desatando una demanda por tierras en las laderas.

Erik Patel, primatólogo en la Fundación de Conservación del Lémur, y Desiré Rabary, gerente de la organización, están tratando de documentar cuántos lémures quedan.

En agosto de 2019, planearon una expedición a Antohakalava, un parque de propiedad privada. Patel había escuchado que contenía tres especies de lémures críticamente amenazadas.

“Estos animales son realmente sensibles”, dijo Patel. “Si puedes protegerlos donde están, hacerlo conlleva muchas ventajas”.

Él y Rabary dijeron que las cuestiones más importantes en la conservación hoy se encuentran afuera de las grandes áreas protegidas como el cercano Parque Natural Makira.

La mitad de los lémures raros que quedan, incluyendo al sifaka sedoso, el indri y el lémur rufo, sobreviven a duras penas en lugares más pequeños. Al cambiar los hábitats con el clima, estas poblaciones marginales pueden volverse muy importantes para la supervivencia de las especies.

Madagascar parece estar atajando las tasas de extinción con la ayuda de sus parques nacionales, que han atraído un flujo de turistas en constante aumento en los años anteriores a la pandemia. Pero un artículo publicado en Nature Climate Change sugirió que la buena suerte podría no durar.

El estudio de Nature concluyó que, a medida que el clima se calienta, el hábitat ideal del lémur rufo en peligro crítico de extinción probablemente se trasladará fuera de los límites del parque actual en los próximos 50 años, hacia áreas ya devastadas por la tala y quema.

Entre el cambio climático y la deforestación, hasta el 83 por ciento del hábitat del lémur rufo podría desaparecer.

La conclusión “esencialmente asume que toda esa tierra se volverá inadecuada para este tipo de rica biodiversidad”, dijo Christopher Golden, biólogo de la Universidad de Harvard y un autor del estudio.

El propietario de Antohakalava es un corpulento comerciante de vainilla llamado Ratombo Jaona.

Él compró la tierra hace 10 años para plantaciones de vainilla, pero rápidamente se dio cuenta que talar el bosque primario tan cerca de Makira podría atraer una atención indeseada del gobierno. Entonces, consideró el ecoturismo.

Pocas personas estaban dispuestas a caminar tres días para ver tímidos lémures, descubrió, pero si podía interesar a científicos como Patel, podría cubrir el costo de sus guardabosques.

El parque de Ratombo no tiene problemas con la caza furtiva; los tramperos de carne de animales silvestres locales temen vérselas con el hombre que les compra la vainilla.

Por otra parte, los cazadores furtivos a menudo se sienten más cómodos cazando en grandes parques patrocinados por grupos extranjeros o administrados por gobiernos mediocres.

Fuente: clarín.com