Los machos de los argonautas son pulpos de apenas unos centímetros de longitud. Apenas miden el 10% del tamaño de las hembras de su especie y carecen de la delicada concha cálcica que ellas segregan y que contiene unas bolsas de aire que les permite ascender y descender en la columna de agua, a la vez que sirve de espacio donde incubar los huevos. Como es obvio, esa gran diferencia de tamaño es todo un problema a la hora de aparearse. Pero los designios de la evolución son inescrutables y el pequeño pulpo argonauta ha logrado ingeniárselas para conseguirlo.
La estrategia es la siguiente: los machos cuentan con un tentáculo tuneado que hace las veces de órgano copulador masculino. Se trata concretamente del tercer brazo, que está adaptado para almacenar los espermatozoides. Así, cuando una hembra está a tiro, el macho se desprende de su hectocótilo (así se llama este tentáculo-pene), que se agita como un gusano y penetra en el saco de los huevos de la hembra para fertilizarlos. O no, porque ella puede almacenar unos cuantos hectocótilos en su interior, por lo que la paternidad es difícil de atestiguar.
No hace tanto que se conoce la funcionalidad de tal tentáculo. El zoólogo francés Georges Cuvier, quien documentó por primera vez la presencia de un hectocótilo en una hembra de este tipo de pulpos, pensó que se trataba de un gusano parásito, al que bautizó en 1829 como Hectocotyle octopodis, de ahí su nombre. La funcionalidad del hectocótilo se ha podido deducir tras estudiar a las hembras, que viven en agrupaciones en mar abierto, y observar a los machos muertos. Y es que estos pierden la vida cuando sueltan su miembro. Hasta el momento aún no se ha visto ningún ejemplar vivo. Dura y breve vida la del pulpito argonauta; pero no estéril: cada puesta de una hembra se compone de miles de huevos.
Fuente: nationalgeographic.com.es