Tycho Brahe, el científico con nariz de plata

Juan Manuel Rivera Juárez* y Elva Cabrera Muruato**

*Docente Investigador de la Unidad Académica de Ciencia y Tecnología de la Luz y la Materia. LUMAT.
**Docente Investigadora de la Unidad Académica Preparatoria.

Con la aparición de los telescopios, mirar las estrellas a simple vista parece una actividad inútil, sin embargo, hasta los primeros años del siglo XVII no había otra forma de hacerlo, pero lejos de lo que se puede pensar, la cantidad de información que se puede acopiar con una buena vista y altos dotes de paciencia es inmensa. La prueba la tenemos en Tycho Brahe, un astrónomo danés que cimentó con sus observaciones las bases de la nueva astronomía.

Más allá de Copenhague, hay una isla en la que hace muchos años existió un lugar maravilloso conocido como Uraniburg, llamado así en honor a Urania, la diosa de la astronomía; el espacio fue enviado a edificar por el rey de Dinamarca para regalárselo al más sabio de sus vasallos, un hombre con dotes de genio llamado Tycho Brahe. Brahe adquirió merecida fama por su pericia para observar las estrellas, siempre se hacía acompañar de un enano apodado Jepp y se vanagloriaba por tres rasgos que lo hacían inconfundible: su colosal estatura, su asombrosa barriga y una nariz de plata postiza, de la que se sentía especialmente orgulloso.

Perdió su nariz por un asunto de honor a la edad de 19 años, cuando se batió en duelo por una cuestión matemática –el duelo empezó debido a una disputa sobre una fórmula matemática. Como en la Dinamarca del siglo XVI no existía forma de saber quién tenía la razón, la única solución era tratar de matarse el uno al otro. ¿El resultado? Brahe tuvo que usar una prótesis de nariz por el resto de su vida. Su nariz estaba hecha de cobre, aunque se dice que tenía repuestos en plata y oro para ocasiones especiales.

Cuando Tycho era muy pequeño su tío materno, un noble acaudalado y sin descendencia, pensó que la familia Brahe tenía más que suficiente con 10 hijos y decidió raptar al segundo descendiente. Tras el susto inicial los padres aceptaron que el niño fuera a vivir al castillo del tío, donde recibió una educación esmerada. Se acordó que Tycho seguiría la carrera de Leyes y a los 13 años ingresó en la Universidad de Copenhague, dócilmente se apegó a la voluntad de su tutor, no obstante, un día sucedió algo totalmente extraordinario que hizo despertar en él una vocación hasta entonces desconocida.

En una brillante mañana de verano, el 21 de agosto de 1560, mientras galopaba libremente por los jardines del castillo, Brahe observó que de súbito comenzó a anochecer, confundido saltó del caballo y se acostó en la hierba para presenciar aquel espectáculo. Días después averiguó que se trataba de un eclipse total de Sol, lo que más le impresionó fue que aquel fenómeno se hubiera predicho en tablas astronómicas elaboradas con muchos años de anticipación. Se preguntó ¿qué clase de magia era aquella que anticipaba el movimiento de los astros con tanta exactitud? Descubrió que se llamaba Astronomía y vislumbró sin ninguna duda que jamás sería abogado.

Tycho se cuidó de relevarle sus intenciones a su tío y se propuso concluir su formación jurídica; durante el día asistía religiosamente a clase y de noche examinaba detalladamente las estrellas y leía a Tolomeo, en aquella época aún no se descubría el telescopio y su única referencia eran las tablas astronómicas, el joven danés las veneraba como a algo intocable, sagrado y mágico.

En una noche de agosto de 1563 sucedió algo inesperado que lo hizo dudar de la veracidad de las predicciones de las tablas; observó un acercamiento entre los planetas Júpiter y Saturno que no estaba registrado –se percató́ que estaba sucediendo con un mes de diferencia a la fecha profetizada en las Tablas Alfonsinas y con varios días de diferencia a lo previsto en las nuevas tablas Copernicanas–, las revisó minuciosamente y descubrió varios errores, se propuso realizar un nuevo mapa del firmamento sin errores. Tomó la decisión de finalmente comunicarlo a su tío, cuando le llegó la noticia de su muerte.

Con la cuantiosa herencia que recibió, Tycho adquirió los mejores instrumentos de la época y comenzó a diseñar unas nuevas tablas astronómicas de perfección impecable, su hazaña llegó muy pronto a los oídos del rey, quien no tardó en descubrir que aquel joven era además sobrino del hombre que le había salvado la vida. Fascinado por sus conocimientos y movido por la gratitud, el monarca se ofreció a satisfacerle cualquier deseo, Brahe que era hombre de gustos refinados no lo dudó, pidió una isla para construir el mejor y más bello observatorio de todos los que habían existido en el mundo.

Tycho no escatimó medios para hacer de Uraniburg un paraíso. Recorrió toda Europa en busca de los aparatos más sofisticados y los instaló en las torres de un soberbio castillo que equipó con todos los adelantos. Su fortaleza exquisitamente decorada contaba con un laboratorio, una imprenta con su propia fábrica de papel, un sistema interno de comunicación y estancias para alojar a los muchos sabios que lo visitaban.

En todos los rincones de Europa se hablaba con admiración de aquel observatorio y de su elemento más emblemático, una reluciente esfera de bronce de 2 metros de diámetro que reproducía con asombrosa pulcritud la bóveda celeste; en aquel deslumbrante globo Tycho y sus ayudantes pintaron uno a uno todos los astros del firmamento sin cometer un solo error, a lo largo de sus 55 años de vida el exuberante danés identificó un total de 777 estrellas, todas le dieron motivos de satisfacción, pero ninguna tanto como la que descubrió la noche del 11 de noviembre de 1572.

Esa noche, mientras daba un paseo, se quedó estupefacto mirando un punto en el cielo; observó una estrella con un brillo entre 5 y 10 veces mayor que el de Venus, se ubicaba en las proximidades de Casiopea, la observó durante casi un año y siempre ocupaba el lugar en el que la vio por primera vez, no sabía cómo identificarla y la llamó Nova porque era verdaderamente una maravillosa novedad en la inmensa oscuridad del firmamento.

Lo que Tycho descubrió aquella noche fue una supernova, es decir, una estrella que entra en explosión y genera un brillo de incomparable intensidad, parecen surgir de la nada y eso le llevó a dudar de la doctrina aristotélica que pregonaba la estabilidad de los tiempos. Años después también dudaría de la tesis de Tolomeo, pero su veneración por el sabio era tan grande que ignoró los dictámenes de la razón y rechazó la teoría heliocéntrica de Copérnico, o mejor dicho, intentó modificarla al sugerir que todos los planetas, salvo el nuestro, giran en torno al Sol y que esté daba vueltas alrededor de la Tierra. Cuando la presentó nadie la tomó en serio.

El sucesor del rey Federico obligó a Tycho a abandonar la isla y lo expulsó del país, Brahe buscó refugio en Praga acompañado de su familia y de algunos ayudantes. Sumido en una profunda depresión sólo pensaba en la esterilidad de su vida, temía que a menos que ocurriera un milagro su nombre y el de Uraniburg pronto serían olvidados. Aquel supuesto milagro ocurrió en el último año de su vida, cuando Tycho contrató a un nuevo ayudante, un hombre feo, miope y colérico llamado Johannes Kepler; su relación no fue fácil, pero el maestro supo apreciar las excepcionales cualidades de su discípulo, antes de morir le entregó sus tablas astronómicas y le hizo jurar que completaría con el mismo rigor el nuevo mapa celeste; Kepler cumplió la promesa y a partir de ellas formuló tres leyes con las que elaboró una teoría unificadora del sistema solar, fue el tributo póstumo a un extravagante danés que ha pasado a la historia como uno de los mejores astrónomos de todos los tiempos.

Fuente: ljz.mx