Teotihuacan, Monte Albán, Xochicalco, El Tajín, Edzná y Tzintzuntzan, Ciudades Prehispánicas con retos comunes, afirman académicos

“Es posible que la resistencia hacia una sequía, que duró varios siglos y que pudo repercutir, ocasionaron la fractura del estado Xochicalco llevándolo al colapso. Esto es para tomarlo en cuenta y considerarlo en nuestra propia resiliencia en la actual emergencia climática”: Claudia Alvarado

El Colegio Nacional transmitió en vivo el 22 de junio, a través de sus plataformas digitales, el simposio Ciudades prehispánicas: retos y resiliencia, coordinado por la colegiada Linda Rosa Manzanilla Naim. En la sesión participaron Marcus Winter, del Centro INAH Oaxaca; Claudia Alvarado, del Centro INAH Morelos; Arturo Pascual, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM; Antonio Benavidez, del Centro INAH Campeche; y José Luis Punzo, del Centro INAH Michoacán.

Al tomar la palabra, la arqueóloga mexicana Linda Rosa Manzanilla se refirió a la ciudad prehispánica de Teotihuacan, en el Estado de México. Afirmó que esta región fue una anomalía en Mesoamérica, ocupó alrededor de 20 kilómetros cuadrados de extensión con una traza urbana reticular, tuvo una población de 125 mil personas y fue un sitio multiétnico.

“Por los menos, tres cuartas partes de la población estaba dedicada a las artesanías, la administración, el oficio religioso, la milicia o las actividades de intercambio. Era un centro de monopolio de la obsidiana y un sitio sagrado, tenía al dios de la lluvia y las tormentas como deidad estatal. No había una jerarquía de asentamientos desarrollada alrededor de Teotihuacan, eran sitios de productores de alimentos quienes rodeaban esa ciudad.”

En palabras de la investigadora y académica, el modelo de abasto de esa ciudad se componía por los elementos más dinámicos que eran los barrios, los cuales contaban con centros de coordinación con un tianguis donde llegaban los recursos cazados, recolectados, pescados y cultivados por las aldeas. “Los centros de barrios gestionaban caravanas hacia distintos puntos de Mesoamérica y llevaban recursos foráneos. Por otro lado, estaba el circuito de las élites gobernantes que organizaban el abasto de dos productos foráneos: la mica de Oaxaca y la jadeíta de Guatemala.

La especialista explicó que esta enorme ciudad tuvo una planificación dividida en los cuatro rumbos del Universo. “Como sociedad corporativa, su propaganda hablaba de grupos anónimos que hacían actividades de abundancia de agua y fertilidad. Era una sociedad incluyente que permitía que los de occidente jugaran a la pelota con bastón y los de Veracruz con sus articulaciones.”

Dividida en cuatro distritos, Teotihuacan tenía un consejo de gobierno constituido por cuatro señores y estaba conformada por 22 barrios en el anillo central, cada uno de ellos contaba con un centro de coordinación rodeado de conjuntos multifamiliares donde vivían grupos corporativos. “No hay evidencia de que las sociedades corporativas tenían clases separadas entre sí por los bienes y la riqueza, sino que eran más diferencias cuantitativas que cualitativas. Tres vectores dividían a la sociedad teotihuacana: los grupos étnicos, los grupos de oficio y los grupos jerárquicos.”

La arqueóloga explicó que la producción artesanal en la ciudad se dividió en dos grandes grupos: la producción independiente en los conjuntos multifamiliares y en la periferia de la ciudad; y la producción dependiente de artesanos adscritos a los centros de barrio o a los conjuntos palaciegos.

De acuerdo con Linda Rosa Manzanilla, los centros de barrio fueron la parte más fascinante de esta cultura, tenían sectores funcionales distintos, entre los que se encontraban un sector ritual, un sector administrativo, un sector artesanal especializado, una guardia del barrio, una élite intermedia que administraba el barrio, una clínica del barrio, una alineación de cocinas y almacenes para darle de comer a los trabajadores y un espacio abierto. “La forma de vida teotihuacana era a partir de conjuntos multifamiliares, su ritual era doméstico. Su colapso pudo deberse a que el estado teotihuacano se dio cuenta muy tarde de la excesiva autonomía de los barrios y de que se estaban enriqueciendo.”

Monte Albán, Oaxaca

Al tomar la palabra, el arqueólogo estadounidense Marcus Winter habló de Monte Albán, en Oaxaca. Comentó que esta región se distinguió de otras ciudades prehispánicas de Mesoamérica por su longevidad de 13 siglos y sus constantes cambios. Tuvo 12 estructuras políticas culturales distintas, al inicio una organización colectiva y al final una organización jerárquica de clases sociales.

De acuerdo con el doctor en Antropología por la Universidad de Arizona, los 13 siglos incluyeron 7 fases en tres segmentos cronológicos: fundación y florecimiento inicial, relaciones con Teotihuacan y resurgimiento de Monte Albán. Explicó que esta ciudad se formó por iniciativa de los jefes de las aldeas en el centro del Valle de Oaxaca, quienes vivían en peligro constante de perder sus terrenos y cosechas, por ello establecieron un asentamiento nuevo sobre los cerros, lo que proporcionó seguridad en número y una posición geográfica defendible.

“Los primeros habitantes formaron una sociedad igualitaria y abierta, con el paso del tiempo se convirtió en estratificada y cerrada. Los datos arrojan familias nucleares autónomas en producción, alimentación, reparación y consumo de maíz. Su mecanismo de organización contó con dos estrategias, la construcción de un centro cívico ceremonial y la creación de un mercado.”

El especialista del Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en Oaxaca aseguró que la plataforma norte de esta región fue la sede de la residencia del jefe supremo, de su familia y de algunas actividades administrativas. La plaza principal fue el espacio público del mercado y de las ceremonias comunitarias. Monte Albán logró integrar a las comunidades en un radio de aproximadamente 10 kilómetros. “Durante los siete siglos del primer segmento, los habitantes construyeron la gran ciudad y crearon los elementos básicos de lo que hoy consideramos la cultura zapoteca, edificios grandiosos, escultura, gastronomía, artesanía especializada y calendarios, todo estimulado por la competencia entre las élites para la riqueza y el poder, aunque a costa de los comuneros.”

El antropólogo agregó que, en el segundo segmento cronológico, aproximadamente en el 250 d. C., los zapotecos establecieron relaciones con los teotihuacanos, como consecuencia se interrumpió la trayectoria de Monte Albán y emergió una nueva estructura política. “Los estudios apuntan a un gran éxodo de gente de Monte Albán, hacia Teotihuacan y otros lugares donde los inmigrantes zapotecos conducían cal para recubrir los muros y construir los pisos.”

“En la última fase de esta ciudad se dio un aumento de población y la proliferación de ciudades zapotecas. Cada una manifestó evidencia arqueológica de clases sociales y un centro ceremonial con cuatro elementos básicos, el palacio de la familia gobernante, un conjunto ceremonial, una cancha para juego de pelota y un espacio para el mercado. La cultura de esta fase se caracterizó por la innovación y la abundancia.”

El experto puntualizó que su colapso se dio entre el 850 y el 900 d. C., posiblemente a causa de factores climáticos, una sequía de varios años que pudo haber acabado con el cultivo de maíz, la economía doméstica y la población. “En resumen, los habitantes de Monte Albán forjaron los elementos que les permitieron vivir en una gran ciudad que duró más de mil años. La evidencia arqueológica de las ciudades estado zapotecas tardías como Zaachila, demuestran que el legado de Monte Albán sobrevivió en la memoria y en la práctica.”

Xochicalco, Morelos

Por su parte, la Doctora en Estudios Mesoamericanos Claudia Alvarado se refirió a la ciudad prehispánica de Xochicalco, en Morelos. Afirmó que la reconstrucción histórica de esta región es parcial debido a que sólo se conoce una de las dos partes de su historia. “Estamos hablando de una sociedad clasista, hasta ahora la mayoría de los datos con los que contamos proceden del área que ocupó la clase hegemónica. Esta clase fue la que dirigió y coordinó la fundación de una de las sociedades más emblemáticas del periodo Epiclásico en Mesoamérica.”

La arqueóloga del Centro INAH Morelos puntualizó que falta la parte de la historia más importante, la relacionada con los grupos que constituyeron la clase subordinada y que habitó la periferia de la región de Xochicalco. “Los planteamientos que presento tienen un sesgo. A la caída de Teotihuacan, alrededor del 600, 650 d.n.e. surgieron nuevos sitios como Xochicalco, fundado alrededor del año 670 y abandonado en el 1100.”

De acuerdo con la especialista, al inicio el ordenamiento de esta ciudad era sustentado por las élites, reforzado por un dominio ideológico y respaldado por la presencia de grupos militares, lo que conformó una sociedad con resiliencia alta; sin embargo, a lo largo de más de cuatro siglos, el poder coercitivo y centralizado se desgastó trastocando el sistema.

“Xochicalco tuvo una formación de tipo clasista, el cerro principal ocupado por la clase hegemónica fue modificado artificialmente generando terrazas para la construcción de plazas, templos y juegos de pelota. En la primera terraza se encontró un muro de contención al que se le atribuyó un símbolo de carácter defensivo. En la parte baja, en las laderas, se encontraban las áreas habitacionales y áreas para la producción de objetos de obsidiana.”

Claudia Alvarado explicó que los grupos productores transferían directa y permanentemente parte de su trabajo y de su producción convirtiendo el sistema social en uno de enajenación de excedentes bajo el orden y el control de una organización central.

“Es posible que la resistencia hacia una sequía, que duró varios siglos y que pudo repercutir, ocasionaron la fractura del estado Xochicalco llevándolo al colapso. Esto es para tomarlo en cuenta y considerarlo en nuestra propia resiliencia en la actual emergencia climática.”

El Tajín, Veracruz

Durante su ponencia, Arturo Pascual, Investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, habló de El Tajín, en Veracruz. Recordó dos momentos de esta ciudad en que los retos y su capacidad de subsistencia se volvieron evidentes. El primero se remonta al año 350, durante el periodo Protoclásico, en el que se formaron, en los bosques principales del centro-norte de Veracruz, los primeros estados de la región como El Tajín.

“La población urbana involucró un mayor grado de especialización en funciones y una división del trabajo mucho más marcada. Fue en la ciudad donde residieron los estratos privilegiados de la sociedad y un grupo de la población que no participó directamente en la producción de alimentos. El culto al gobernante apareció justo en estos momentos.”

De acuerdo con el investigador, en el lugar más alto de las ciudades se hallaba el núcleo político religioso, se trataba del área consagrada a las ceremonias y donde se exhibían los elementos de piedra tallada. “Nunca antes se había puesto en movimiento tal cantidad de metros cúbicos de tierra con el propósito de crear enormes plazas e imponentes edificios”.

Agregó que el juego de pelota se volvió un elemento central de culto organizado por el Estado. “Este juego, las estelas y la decapitación fueron rituales por excelencia determinados por el Estado. Desarrollo que estuvo enmarcado por la toma y préstamo de objetos de tradición teotihuacana.”

Explicó que la Pirámide de los Nichos de esta ciudad fue el centro de las relaciones rituales y de poder del asentamiento. “Para el año 800 d.n.e. hubo un cambio en el que la sede del edificio de gobierno de Las Columnas vio el surgimiento de una sociedad firmemente relacionada con Tláloc y con la aparición de una serie de cultos a la guerra y a Venus. Los edificios de ese momento incorporaron esos símbolos, en los que los guerreros y sus virtudes estuvieron presentes en todas sus manifestaciones.”

Edzná, Campeche

Durante su participación, el antropólogo Antonio Benavides habló de la región prehispánica de Edzná, en Campeche, fundada a 55 kilómetros del mar, en un valle circundado por colinas de baja altura, alrededor del año 600 a.n.e. El investigador explicó que su desarrollo arquitectónico fue en el Clásico terminal y Posclásico.

“Tuvo un clima cálido, la mayor parte del año con lluvias generalizadas de mayo a septiembre, el conocimiento y uso adecuado del ambiente los llevó a aprovechar la flora, la fauna y los recursos minerales de su entorno”, enfatizó el Doctor en Estudios Mesoamericanos por la UNAM.

Agregó que los habitantes de esta ciudad utilizaron las tierras negras y rojas para la siembra y aprovecharon los recursos animales como carnes, huesos y plumas. La comunidad se ordenó a partir de un gobierno centralizado de carácter patrilineal y se convirtió en un polo de atracción y dinamizó esferas de actividad religiosa, económica, política y organizativa.

“Las actividades religiosas y políticas de los gobernantes, considerados sagrados, dieron cohesión al tejido social del periodo Clásico maya mediante el ritual, la guerra y el control generalizado de la comunidad. Las ceremonias periódicas asociadas a fenómenos astronómicos y a eventos ligados al estamento rector jugaron un papel importante en el control social. Con el tiempo, Edzná llegó a convertirse en una capital regional del occidente peninsular acumulando fuerza de trabajo que hoy se ve plasmada en la arquitectura monumental.”

En palabras del investigador del Centro INAH Campeche, el glifo emblema de Edzná tenía como signo principal el rostro de un varón que portaba una orejera con dos bandas cruzadas y hasta ahora no se sabe cómo leerlo. “En Edzná ocurrió un tiempo de transición en el que la arquitectura, la escultura y la cerámica generaron nuevas representaciones que poseían una raíz Clásica con particularidades propias.”

Tzintzuntzan, Michoacán

Al tomar la palabra, el investigador en arqueología del Centro INAH Michoacán, José Luis Punzo, habló de la región prehispánica Tzintzuntzan, ubicada en el lago de Pátzcuaro, Michoacán. “Esta zona arqueológica ha tenido un estudio desde el siglo XVIII. Fue una de las ciudades más importantes a la llegada de los españoles en el siglo XVI a México, siendo la capital de Irechekua, el lugar desde donde se tomaron las decisiones políticas, económicas y religiosas más importantes de un territorio de 75 mil kilómetros cuadrados, con aproximadamente un millón de personas.”

De acuerdo con el especialista, el urbanismo tarasco fue controlado por una dinastía hereditaria que inició alrededor del año 1350 con Tariácuri, héroe cultural del grupo del linaje de las águilas, quien tomó el poder de esta región y lo heredó a sus hijos y sobrinos. “Es importante entender que Tzintzuntzan fue una gran ciudad que estuvo gobernada por esta dinastía hereditaria y que la historiografía tradicional de este periodo siempre habló de un control hegemónico de estos calzonzis, como se les llamaba, que dominaban todo el territorio de una manera centralizada.”

Agregó que en el núcleo básico urbano de esta comunidad se encontraba la “quahta”, que los españoles tradujeron como casa, y que apelaba a una unidad de dominio común que agrupaba a parientes y generaciones, todos unidos por lazos de sangre o parentesco ritual. Lo anterior estaba ligado a los linajes. “La unidad mayor de la ciudad era el vapatzequa, que se refería a los barrios.”

De acuerdo con los estudios realizados por el especialista, las “quahtas” fueron una serie de estructuras habitacionales con patios compartidos, hechas para el almacenaje. “Hay que entender que el lago fue un lugar fundamental donde se llevaban a cabo las siembras con las que se alimentaban. Fue una ciudad basada en barrios, organización para la subsistencia, y las “quahtas” como unidades básicas de vivienda y producción.”

Fuente: El Colegio Nacional